Los miedos
Tenemos la gran suerte de vivir en uno de los países más seguros del mundo. Nosotros venimos de una larga tradición de descuideros, carteristas, rateros, maleantes, cacos, cuentistas, pero todos ellos bajo el denominador común de no emplear la violencia. Siempre hemos podido vivir y seguimos viviendo en un clima de seguridad alto, tanto que, a veces, podemos llegar a ser demasiado confiados y por falta de prudencia nos podemos convertir en fácil objetivo de esos descuideros.
Cuando se viaja por países, generalmente más pobres, nos suele sorprender la inseguridad y violencia latente, en algunos lugares incluso a la vista de la misma policía que, según donde y en qué lugar, está corrompida y es, en muchos casos, cómplice de la delincuencia.
Aquí pasan cosas, ¿Cómo no? pero si queremos saber lo que es el miedo a salir por barrios que no conoces, que no son los tuyos, tener que recogerte en casa a partir de las seis de la tarde, el miedo a ser secuestrado, el morir a navajazos para robarte una cartera que apenas contiene cincuenta euros, habla con iberoamericanos, con magrebíes, con centro africanos, con asiáticos e incluso con norteamericanos. Como decía, tenemos la fortuna de disfrutar de uno de los pocos países considerados seguros, estamos en el puesto 33 del ranking del Global Peace Index, delante de Italia, Francia y Reino Unido y muy por detrás de Portugal que ocupa el número 7 delante de Eslovenia, Japón y Suiza.
Es cierto que la llegada de inmigrantes, como no podía ser de otra manera, desestabiliza nuestra sensación de seguridad, lógico. Aquí no van a venir nunca los graduados en Oxford a recoger la fresa, vienen los que necesitan dinero para llevar a sus familias, gentes de otras culturas, que se sienten totalmente desprotegidos y que lo único que pretenden es pasar una temporada aquí y ganar el máximo dinero posible para llevar a sus casas. Lo mismo que sucedía en los años cincuenta con los españoles que iban a Francia a vendimiar.
No olvidemos que llegan porque también los necesitamos. La fresa no la van a recoger nuestros hijos o nietos… alguien tiene que hacerlo y, si no se les explota, humilla, o se abusa de ellos pocos problemas darán.
Por eso, cuando viniendo de “patriotas”, oigo decir que nuestros problemas vienen de la emigración, me hierve la sangre. Me indigna no solo tanta estupidez sino también mucho más la maldad que esconden. Esas campañas, a base de crear relatos falsos e infundados, pretenden eliminar la natural empatía de la ciudadanía hacia los desheredados. Posicionarte en contra del emigrante como si eso fuese el problema de este país es hacerle el caldo gordo a aquellos que solo son capaces de hacer política utilizando, manipulando y estimulando los miedos más ancestrales.
Miguel Álvarez