Los vientres de alquiler: la cara más brutal del ‘gaypitalismo’
Soy gay. Lo especifico porque, teniendo como tengo infinidad de círculos sociales en los que participan hombres homosexuales, no sabía que el tema de los vientres de alquiler o gestación subrogada era tan trending topic para los gays. Es más, hace sólo seis meses no conocía a nadie que quisiera ser padre por medio de este modo encarnizado. Conocía a famosos ricos, pero no a gays normales con los que yo me relaciono.
Sin embargo, desde hace unos meses, una marabunta de hombres homosexuales, casi siempre organizados a través de entidades LGTB subvencionadas con dinero público para trabajar por la igualdad de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales y no para defender la compra y venta de mujeres como método de inseminación artificial, están haciendo una tournée mediática para convencer a la sociedad de que regular los vientres de alquiler -ellos lo llaman “gestación subrogada”- es ir a favor de la tolerancia sexual, de la igualdad. Por tanto, oponerse a los vientres de alquiler, según este lobby de gays ricos, es ir en contra del colectivo homosexual y situarse del lado de la jerarquía eclesiástica.
Llevo meses viendo perplejo cómo hombres gays y representantes de entidades LGTB están intentando hacer ver a la sociedad que los gays en su conjunto creemos que tenemos algún derecho a ser padres comprando el órgano reproductor de una mujer pobre. Mi perplejidad transmuta en indignación cuando pienso en la maldad que encierra que haya entidades gays que defiendan esta macabra manera de ser padres.
Históricamente, han sido las mujeres quienes primero dieron refugio a los homosexuales cuando el destino turístico de los gays eran las cárceles incruentas, cuando vivir en libertad significaba ser expulsado de casa con una paliza de dote y el mundo del espectáculo y la prostitución eran las únicas salidas laborales si querías zigzaguear la marginalidad.
Fueron las mujeres las primeras aliadas de los homosexuales. Fue el feminismo quien nos acompañó a las primeras manifestaciones en los 80 y 90 por la igualdad de derechos y el matrimonio igualitario. Fueron ellas quienes protegían a sus hijos homosexuales para evitarles una paliza. Fueron las mujeres quienes defendieron en el Congreso nuestro derecho a casarnos, a ser ciudadanos de primera, y quienes más presión hicieron dentro de los partidos progresistas para que finalmente España tuviera una ley de matrimonio y adopción de las más avanzadas del mundo.
A pesar de todo esto, muchas entidades LGTB han olvidado demasiado rápido y, en cuanto han tenido la primera oportunidad, se han situado contra las mujeres y el movimiento feminista, porque su deseo a ser padres está por encima del derecho de las mujeres sobre su cuerpo. Alega este ‘absurdismogay’ militante que el hecho de que una mujer acepte preñarse para que un hombre rico sea padre es un acto de libertad, prostituyendo el significado de una palabra tan solemne y hermosa como libertad.
De tanto creer que la libertad consiste en decidir si queremos una camisa de Zara roja o verde, muchos activistas gays han olvidado que la libertad no es un hecho individual sino un compromiso colectivo con el bienestar y la dignidad de nuestra sociedad. Es decir, que haya gente que acepte un trabajo de 10 horas al día por debajo del salario mínimo es un acto de necesidad, pero en ningún caso de libertad. No es libertad porque aceptando cobrar por debajo del salario mínimo está legitimando que los empresarios rebajen los salarios a otro trabajadores que ganan sueldos más altos. Si la libertad se usa para asesinar, empobrecer, violar derechos humanos o convertir a las personas en objetos, es salvajismo y no un derecho.
El capitalismo salvaje nos trata de convencer de que las mujeres son vendibles y comprables, despojándolas de su valor comos seres humanos y lanzando un mensaje de que, como son cosas, cualquier violencia sobre ellas es comprensible, legítima, socialmente aceptable y legislativamente regulable. Y las asociaciones gays, en lugar de defender a quienes fueron sus primeras aliadas, las mujeres, se ponen del lado del sistema capitalista que sólo acepta la diversidad y los derechos mediante tarjeta de crédito. Para echarse a llorar.
En España ya se puede tener un hijo por gestación subrogada voluntariamente sin necesidad de modificar la ley. Una mujer se puede quedar embarazada y dar a su hijo en adopción. La ley se quiere modificar para introducir los contratos mercantiles en esta práctica y convertir a las mujeres en vasijas. ¡Qué no te engañen!
Quien quiera vender la explotación y compra y venta de mujeres que lo haga en su nombre pero, por favor, no en el nombre de los gays, que somos millones, diversos y no todos hemos abrazado el gaypitalismo, la desmemoria y el salvajismo. Yo no sería capaz de explicarle a mi hijo que lo obtuve aprovechándome de la necesidad de su madre, comprando su útero, poniendo su cuerpo a prueba con un embarazo de nueve meses y firmando una cláusula en un contrato mercantil por la que, si el producto no me hubiera convencido, tenía el derecho a devolverlo como se devuelven los productos que no nos convencen al llegar a casa. Yo no podría mirar a mi hijo a la cara para explicarle que lo compré como si fuera un producto de Zara.
Sirva esta columna para gritar bien fuerte que, como hombre gay, me niego a que se esté usando mi orientación sexual para defender que los homosexuales tenemos derecho a alquilar mujeres para satisfacer nuestros deseos de ser padres. No quiero que ser gay signifique indolencia, insolidaridad, desmemoria, misoginia e insensibilidad con las mujeres, especialmente con las más pobres entre las pobres, que serán las que venderán sus úteros para que los gays ricos puedan luego vender la exclusiva de la infamia en las revistas del corazón. ¡No en mi nombre!
Raul Solis
Artículo publicado en Paralelo36