Luis Landero: «Estamos demasiado enfadados unos con otros»
El escritor extremeño recibe el Premio Nacional de las Letras por su «excelente escritura recuperando la tradición cervantina con dominio del humor y la ironía»
Dice el jurado: «Por ser un extraordinario narrador, creador de numerosas ficciones con personajes y atmósferas de gran expresividad y excelente escritura recuperando la tradición cervantina con dominio del humor y la ironía e incorporando con brillantez el papel de la imaginación». Es parte del acta que justifica el Premio Nacional de las Letras. El destinatario es Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1958), considerado un maestro. Así es: un maestro.
El premio, convocado por el Ministerio de Cultura y dotado con 40.000 euros, destaca una trayectoria. En este caso, una senda de 11 novelas, dos volúmenes autobiográficos, otro de artículos y otro de ensayos. Entre tantos, estos títulos: Juegos de la edad tardía (1989), Caballeros de fortuna (1994), El guitarrista (2002), Lluvia fina (2019), El huerto de Emerson (2021) o Una historia ridícula (2022). Todos, y los que faltan en la nómina, publicados por Tusquets.
Para dar cuerda a esta obra no es necesario acumular una extrema biografía (que también), sino saber vivir lo que se vive. Luis Landero podría ser un escritor de culto, pero hay demasiados lectores que han encontrado en su obra un espacio donde descifrar mejor el mundo. El mundo de las pequeñas cosas que importan a lo grande. Hay en su obra una extraña verdad universal. Pero es una verdad que cada cual descubre a su manera, como debe ser. Y este galardón no sólo lo advierte, sino que dispensa estímulo al escritor. «A uno siempre le gusta que le reconozcan su trabajo, más si eres una persona insegura, como es mi caso», dice. «Conviene que relativizar los premios; son como las condecoraciones de los militares: lucen muy bien, pero lo importante es lo que uno escribe, los logros que uno consigue o que no consigue».
Landero sigue un camino de surco propio. A lo suyo. Con una prosa de minuciosidad y cálculo. Así ha logrado hacer de su vida la mejor sustancia de su obra con autenticidad. Antes que la literatura estuvo el flamenco. Y a compás de la escritura la docencia como profesor en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad). Fue guitarrista profesional, pero consciente de que después de la estela de Paco de Lucía poco le quedaba por hacer. Empezó tarde en la literatura, pero con tiempo suficiente como para concretar un espacio propio donde la combinación de memoria, ironía, lucidez y cierto desencanto propician un territorio que es al mismo tiempo una clave de la memoria y un desagravio de lo vivido.
Landero maneja una prosa hecha de materiales nobles que remansa el ruido de la calle y no es ajena al tiempo de silencio de los lugares donde existir tiene una música más concreta. A su manera maneja modales de cosmopolita de Albuquerque, que es un modo de ser de muchos sitios.
Viene de al estirpe de Cervantes, que es una forma de mirar alrededor, de no tomarse nada demasiado en serio y, a la vez, competir con la realidad de igual a igual. Ironía y memoria son los contrapesos necesarios con los que sujetar el desencanto y darle vuelo a la imaginación: «Son herramientas que ayudan a tomar distancia y ver las cosas con mayor lucidez», dice. Y advierte de la necesidad de la ironía, que es un concepto luminoso. Más aún en un momento de España en que «estamos todos demasiado enfadados unos con otros».
Si le preguntas por un maestro no le cabe duda: Cervantes. «Tendríamos que aprender todos de él». Y con esa certeza sigue haciendo surco.
Antonio Lucas
Publicado en El Mundo