Mantra
Pocos términos encapsulan mejor la riqueza de la espiritualidad índica que la voz sánscrita mantra; otro de esos vocablos que ha traspasado las fronteras del Sur de Asia e inunda nuestras conversaciones y escritos en el Extremo Occidente, aunque no siempre haya retenido la profundidad y la sustancia que posee en la idiosincrasia de la India. Una de sus etimologías lo dice casi todo: liberación (tra) de la mente (manas).
Hace más de 3.000 años los antiguos indios llamaron mantras a los himnos litúrgicos que fueron transmitiendo en su corpus sagrado: el Veda. Dice una interpretación clásica del Veda que, en verdad, los antiguos poetas y “videntes”, los llamados rishis, “escucharon” –más que compusieron– el Veda. Los mantras que plasmaron serían como el “eco” del universo; un sonido divino que ellos, gracias a la meditación, la ascesis y la sensibilidad poética, fueron capaces de transcribir en forma de versos sagrados.
Por ende, para la antigua India, todo sonido con capacidad de liberarnos de las ataduras, el egocentrismo o la ignorancia posee la cualidad de un mantra. Se ha dicho, con tino, que el hinduismo es en esencia una “teología sónica”. No es tanto la visión de lo divino (darshan), por importante que ésta pueda ser hoy en el culto, como la audición y entonación de lo sagrado lo que puede situarnos en lo incondicionado. De ahí la importancia de la lengua sagrada (el sánscrito) o de las artes y ciencias relacionadas (etimología, fonética, métrica, etcétera). ¡Sólo en la India ha sido considerada la gramática un camino espiritual o yoga capaz de conducirnos a la liberación!
Por supuesto, las demás tradiciones índicas (budismo, jainismo y sikhismo) han hecho también del mantra una de sus herramientas y pilares fundamentales. Conocidos son los mantras del budismo tibetano (como el Om mani padme hum[véase imagen]). Y hasta el libro sagrado de los sikhs, el Guru Granth Sahib, está diseñado para ser cantado –y musicado– como un mantra más que para ser leído.
El tantrismo, que es una forma de espiritualidad índica que atraviesa fronteras religiosas (y tiene que ver tanto con el hinduismo como con el budismo), es, en rigor, un mantra-shastra o “conocimiento de los mantras”. Retomando la vieja sensibilidad védica, los maestros tántricos (muy activos entre los siglos vi y xiii) desarrollaron una sofisticada ciencia de las sílabas sagradas y fórmulas mágicas condensadas. La entonación de esas sílabas, palabras o frases de poder posee un alcance yóguico y simbólico riquísimos. Los mantras se asocian a las divinidades, a los estados de consciencia, a los rituales, etcétera. Culminan –como el amén cristiano– las plegarias, las meditaciones, los sacramentos, los mandalas… porque se ecualizan con la mismísima vibración del cosmos, de lo Real.
De ahí que el canto a viva voz haya sido considerado en la India la más sublime de las artes (con permiso de la danza); porque tiene la capacidad de afinarse con el Absoluto sónico (nada-brahman). Y es que como dice una vieja upanishad, existen dos formas del brahman: el Absoluto-que-es-sonido y el Absoluto-que-es-silencio. Son las dos caras de una misma moneda. Una pena que este riquísimo universo espiritual que incorpora la palabra “mantra” haya perdido en nuestras latitudes esa capacidad de transportarnos más allá de la mente y remita, tristemente, al sentido de un “adagio repetitivo”.
Agustín Pániker.
Artículo publicado en su blog.