Margarita se despertó un día de esta semana y se asustó. «Mamá, ya no se puede salir. Estamos confinados en casa por el estado de alarma. Por el coronavirus«, le dijo su hija Ina, que vive con ella.
Ina es uno de los siete hijos que parió Margarita Gil Baro, ya anciana, nacida un 4 de diciembre de 1935 en Jerez de la Frontera (Cádiz). Margarita tiene 84 años. Ha visto y ve las noticias, y está al tanto de la labor titánica que se está llevando a cabo en los hospitales de toda España. Sabe que ella misma pertenece al grupo de riesgo. Y sobre todo es consciente de que hay gente que se debate entre la vida y la muerte, y que hay gente que está muriendo por un enemigo que no se ve. Y sabe que hacen falta mascarillas. Muchas.
Por eso, desde este viernes, y con los cuatro metros de tela blanca forrada de algodón que tenía en casa, está cosiendo mascarillas para donarlas a los sanitarios que las necesitan. Este sábado de una tacada fabricó 50. Blancas. Simétricas, cosidas a máquina con sus cuatro tiras incluidas para atarlas. Perfectas, pero por lo que simbolizan y por la historia que Margarita, sin saberlo, ha cosido a cada una de ellas.
Con diez años empezó a trabajar de costurera y luego se casó. A lo que aportaba el estanco de Antonio, su marido -fallecido hace ya quince años- ella también contribuyó para sacar adelante a sus siete hijos. Aportaba lo que eran capaces de crear sus dos manos, su vista y su pie derecho frente a una vieja máquina de coser Sigma en su casa de Arcos de la Frontera. Antaño cosió para varios diseñadores de renombre, y llegó a ser una de las primorosas costureras que cosía la ropita de bebé para El Corte Inglés. También fue capaz de confeccionar preciosos vestidos de novia y trajes de comunión. Una de las mejores costureras del pueblo, si no la mejor.
A Margarita le encantaba el teatro. Ver, e interpretar también. Fue actriz con una compañía amateur y llegó a protagonizar Cinco Horas con Mario de Delibes, y también La Casa de Bernarda Alba de Lorca. Fue la primera mujer rey mago de su pueblo y también la primera mujer que presidió la Asociación de Adultos de la localidad gaditana. Una mujer moderna. «Hace muchos años ya», explica su hijo Domingo. Margarita también fue capaz de sacarse el título de Enseñanza Secundaria Obligatoria, ese que no pudo sacarse hace setenta años por coger una aguja que nunca soltó. Lo obtuvo con 73 años.
Su hijo Domingo cuenta que días atrás, antes de que todo estallara, Margarita encontró la cartilla de racionamiento, a su nombre, que tenía durante la posguerra. Y le escribió una carta a su hijo, recordando que entonces «el pan era de maíz». «También me dijo lo pasaron muy mal. Me contó que, en la época de más hambruna de Jerez, donde ella vivía de pequeña, a mayores penalidades más se ayudaban los vecinos». cuenta Domingo. «Si ahora nos mandan el confinamiento, y hoy tenemos playstation, internet, las tablets, las televisiones llenas de canales, y hablamos entre nosotros por videollamada… cómo es posible que nosotros, que entonces no nos quejábamos, nos quejemos ahora porque no se puede salir a la calle».
Y esta es la explicación que Margarita le dio a Domingo. Pero ella se quejaba también porque no se podía estar quieta. «Yo no puedo estar de brazos cruzados viendo cómo pasa esto, enterándome de que cada vez hay más enfermos y más muertos. Me voy a poner a hacer mascarillas, me dijo. Y se puso a hacer mascarillas», dice emocionado su hijo. Ayer hizo las primeras 50, cosiendo desde las 9 de la mañana a las 3 y de las 4 hasta las 8 de la tarde. Este sábado su hijo Domingo le ha llevado la compra a su casa, sin acercarse. La ha recogido su hermana Ina, guardando la distancia de seguridad. Domi ha visto a su madre por la ventana. «Estaba allí, nos hemos saludado con la mano, y… pues… eso», zanja con la emoción que encierra una frase de orgullo por lo que está haciendo, que no puede terminar y que significa querer abrazarla, querer besarla, y no poder.
Margarita sigue cosiendo mascarillas, pero se está quedando sin tela. «Hoy me ha dicho por teléfono que si puedo comprarle más tela. Me ha pedido 20 metros. Lo que no sé es cómo voy a comprarla y cómo voy a llevársela, porque esto de la tela no entra dentro de lo permitido por el decreto», cuenta Domi con cierta preocupación. Al recabar esta historia, Domingo le ofrece a EL MUNDO el teléfono de su madre, para telefonearla y hablar con ella. Pero a Margarita es mejor no interrumpirla. La historia es mucho mejor contarla a través de los ojos de su hijo.
Laura Garófano
Artículo publicado en El Mundo