Marine, la candidata de los obreros
Aunque se ha hablado poco aún de ello, la relación entre el Frente Nacional de Marine Le Pen y los sindicatos resulta fascinante. Y muy reveladora de las turbulencias que han sacudido el antiguo espacio de la izquierda. La crisis del mundo del trabajo y de los sindicatos franceses ha abierto una oportunidad para la intervención de la extrema derecha. El FN ha aprovechado un vacío con la convicción de que, si un terreno queda yermo, alguien vendrá en algún momento a ocuparlo, esto es, a politizarlo. La formación lepenista busca desde hace dos décadas situarse como un actor relevante en ese entorno y dar salida –respuesta– al sentimiento de abandono y fragilidad que percibe buena parte del mundo obrero francés, a la sensación de estar en el alambre. La fuerza del mensaje “necesito a Marine” que repiten en el segundo spot electoral del partido un pescador, una jubilada con una escasa pensión, un parado, entre otros, reside precisamente en ese vértigo y en ese sentimiento de orfandad.
Si hoy la líder ultraderechista es tan popular entre los obreros es gracias a una estrategia comunicativa exitosa y con buenos resultados electorales a nivel local. La autodenominada “candidata del pueblo” es también, a juzgar por las encuestas, la “candidata del mundo obrero”. Le Pen obtiene un 44% de intención de voto entre este colectivo, frente al 16% de Emmanuel Macron, el 14% de Jean-Luc Mélenchon, el 12% de Benoît Hamon o el 9% de François Fillon. Es una distancia sideral que la catapulta casi hasta la ‘mayoría absoluta’ entre ese grupo de trabajadores. La línea es ascendente desde finales de los años ochenta, excepto en el pequeño paréntesis que supuso la elección presidencial de Nicolas Sarkozy: el 17% de los obreros se decantaba por el FN en 1988; el 21% en 1995; el 23% en 2002; el 16% en 2007 y el 33% en 2012. Por grupos, Marine Le Pen alcanza un 40% de intención de voto entre los obreros cualificados de tipo industrial y un 45% entre los obreros no-cualificados del mismo sector; un 41% entre los obreros cualificados de tipo artesanal y un 43% entre los no-cualificados de la misma categoría; un 40% entre los obreros cualificados del ámbito de la distribución y un 50% entre los transportistas.
Esta relación entre el Frente Nacional y el mundo del trabajo viene de lejos: desde, al menos, mediados de los noventa. ¿Qué estrategias ha empleado el partido para tratar de implantarse en ese ámbito? ¿Cuáles han sido sus éxitos y sus fracasos?
La experiencia de los sindicatos frontistas en los noventa
Los resultados de Jean-Marie Le Pen en la elección presidencial de 1995 sorprenden por completo a la sociedad francesa: el candidato ultraderechista logra un 21% de apoyo entre los obreros. Ni el Partido Socialista, que aún en 1988 aglutinaba el 59% del voto obrero, ni el Partido Comunista (PCF), que durante tres décadas, 1945-1975, había capitalizado el voto entre las clases populares, eran ya los partidos mayoritarios en el mundo del trabajo. El Frente Nacional se convierte ya entonces en el “primer partido obrero de Francia”, tras la abstención. Este fenómeno dio lugar a debates muy interesantes entre politólogos y sociólogos que trataban de explicar esta transformación del voto obrero. Uno de los estudios más conocidos de la época fue el del politólogo Pascal Perrineau, quien describió el fenómeno como “izquierdo-lepenismo”, subrayando la fuerte implantación de la extrema derecha en los antiguos bastiones del Partido Comunista y las transferencias de voto entre la izquierda y el nacionalismo radical. Posteriormente Nonna Mayer matizó esta descripción hablando de “obrero-lepenismo” para recalcar que no se trataba tanto de un traspaso directo de votos desde la izquierda a la extrema derecha, sino de una mutación compleja del mundo obrero que, por un lado, había dejado de interesarse en la política y donde, por tanto, los individuos de derecha (que siempre habían existido) pesaban proporcionalmente más. No es que el obrero tradicionalmente de izquierdas se hubiera hecho de derechas, sino que había dejado de votar. Y al mismo tiempo, las nuevas generaciones de obreros ya no se sentían tan vinculadas a las organizaciones y partidos de izquierda. Todo ello, unido a la existencia de obreros que siempre votaron a partidos conservadores, había contribuido a una derechización del mundo del trabajo.
Tras este resultado electoral, el Frente Nacional decide cambiar su estrategia respecto a las clases trabajadoras: abandona el liberalismo económico a ultranza estilo Margaret Thatcher y se decide a crear organizaciones sindicales afines. “Nuestra relación con los sindicatos será la misma que existe entre el PCF y la CGT”, afirmó Jean-Marie Le Pen en una entrevista en la revista Presente el 18 de noviembre de 1995.
Se crean así diversas plataformas sindicales, especialmente en el sector público: el FN de los trabajadores ferroviarios, el FN de los empleados en instituciones penitenciarias, el FN de la policía y las fuerzas del orden, el FN de Correos, el FN de los trabajadores sanitarios y el FN de los docentes y maestros. En mente estaba ampliar esta red a los trabajadores de la metalurgia, los agricultores, los pescadores, los empleados de banca así como también dentro de la función pública. Los varapalos judiciales impidieron, sin embargo, esta consolidación. Esta apuesta sindical debe mucho a Bruno Mégret, personaje clave en la historia reciente del FN, cuya estrategia central pretende alejar a la formación de la etiqueta “partido de nicho” y convertirla en un “partido de masas”.
El discurso del Frente Nacional toma además un giro tímidamente social, acompañado de algunos gestos simbólicos, como celebrar cada año una manifestación en honor a Juana de Arco el primero de mayo, coincidiendo y compitiendo con la fiesta del trabajo organizada por los sindicatos de izquierda. En 1996, el discurso de Jean-Marie Le Pen para la ocasión estuvo lleno de guiños al mundo obrero: “Es preciso saludar aquí la larga lucha de los trabajadores y los sindicatos por una mayor justicia, por más seguridad y por más libertad en sus puestos de trabajo. Saludemos la memoria de los mineros, los pescadores, los ferroviarios, los trabajadores de la metalurgia, todos ellos franceses orgullosos de su oficio en el que ven, no el instrumento de su servidumbre, sino el medio de su liberación”. Ese mismo día un panfleto que se repartía en la manifestación rezaba así: “El Frente Nacional es el sindicato de los franceses” porque defender al trabajador francés es protegerlo del Tratado de Maastricht que “congelará los salarios y provocará despidos”.
Esta estrategia de implantación sindical naufraga, sin embargo, debido a la intervención de la justicia. Se abren varios procedimientos judiciales que deniegan la cualidad de sindicatos a estas organizaciones basándose en que “los sindicatos profesionales tienen por único objetivo el estudio y la defensa de los trabajadores, así como sus intereses materiales y morales”, y en la prohibición de una conexión explícita con una formación política. Durante aquel período el FN no escondió su participación directa en tales organizaciones: los dirigentes de las plataformas sindicales eran al mismo tiempo cargos del partido y en sus publicaciones y panfletos aparecían las siglas del Frente Nacional. Eran, sin escrúpulo alguno, el brazo sindical de la formación lepenista. Así que, tras varios litigios y varapalos judiciales, todas estas organizaciones desaparecieron antes de que acabara 1998. A partir de ese momento, el FN será un partido con un importante apoyo en el mundo obrero pero sin organizaciones afines en el ámbito del trabajo. El modelo del PCF, en el que se había inspirado Jean-Marie Le Pen, fracasa.
De los sindicatos propios al entrismo
Si la política del FN de los noventa pasó por crear sindicatos afines, la estrategia de Marine Le Pen se centrará en penetrar en los sindicatos de izquierda ya existentes. A partir de 2011, la formación ultraderechista alienta la entrada de sus militantes en las organizaciones sindicales y hace propaganda de ello con el objetivo de asentar una vieja idea a la que el partido llevaba dándole vueltas desde 2009: reclamarse herederos de las grandes figuras de la izquierda y del sindicalismo francés. “Jean Jaurès sería hoy del Frente Nacional”, “Georges Marchais votaría hoy por nosotros”, vienen a decir. O, como sostuvo el vicepresidente del partido, Florian Philippot, en agosto de 2016: “Nos reconocemos en los avances sociales y el espíritu de modernidad del Frente Popular de Léon Blum”. Vampirizar todos los episodios nacionales de alto contenido simbólico. Esa es la estrategia empleada por el nacionalismo atrapalotodo de Marine Le Pen. Y hacerlo además desde una perspectiva transversal: de Léon Blum a Charles de Gaulle, pasando por Victor Hugo, Jules Ferry o la memoria de la Resistencia.
La figura de Fabien Engelmann, en cuya trayectoria se mezclan el sindicalismo, la izquierda y el Frente Nacional, es uno de las más emblemáticas de esta estrategia. Este sindicalista de la CGT, antiguo militante trotskista de Lutte Ouvrière y del NPA (Nuevo Partido Anticapitalista), se presentó en 2011 como candidato del FN para las elecciones cantonales del departamento de Mosela, en la fronteriza región de Lorena. La reacción de la central sindical, cercana al Partido Comunista Francés, fue virulenta. Inició el procedimiento para su expulsión del sindicato y la sección a la que pertenecía pidió a sus trabajadores afiliados que desautorizasen a Engelmann. Sin embargo, la CGT se topó con algo que no preveía: 23 de los 26 afiliados declararon su apoyo a Engelmann aduciendo razones puramente sindicales. “Es un extraordinario delegado sindical, no podemos decir que no nos defienda bien”, fueron las palabras que utilizaron en su defensa. La CGT lo sintió como un electroshock y, presa del pánico, suspendió de militancia a la sección entera.
El Caso Engelmann conmocionó a la CGT al descubrir que en ciertas regiones del norte y del este del país existía una corriente creciente de simpatía hacia el Frente Nacional entre sus afiliados. En abril de 2011 el sindicato difundió un documento de 10 páginas titulado El Frente Nacional o la impostura social. Un año más tarde, en enero de 2012, organizaron una jornada “anti-FN” para sus militantes, un acto pedagógico para contrarrestar la influencia de las ideas frontistas y al que asistió el por aquel entonces secretario general del sindicato Bernard Thibault. E incluso en 2013, la dirección creó una comisión de lucha contra la extrema derecha.
Ahora bien, el problema iba más allá, tras el giro social emprendido bajo la dirección de Marine Le Pen, la formación ultraderechista se ha ido apropiando de buena parte de las reivindicaciones históricas y presentes de la CGT. Por eso el caso de Engelmann no es el único. A él se suman los de otros dirigentes sindicales como Marie Di Giovanni Da Silva, Jean-François Delcroix, Nicolas Goury y otros menos conocidos.
El Frente Nacional tira de estos casos para demostrar su capacidad para atraer perfiles totalmente nuevos y exhibir y promocionar así un supuesto cambio. El ejemplo de estas personas refuerza su estrategia de desdiabolización y confiere al partido una legitimidad obrera que le hace más creíble cuando afirma que, no siendo “ni de derechas ni de izquierdas”, se parece “a la izquierda de antes”. Pensemos que en estos últimos años la candidata del FN se permite lamentarse en público por el bajo nivel de sindicación en Francia. “Me entristece el doloroso espectáculo de la infrarepresentatividad profesional de los sindicatos, pues esta es justamente una de las causas principales del abandono del mundo del trabajo frente a todas las amenazas que pesan sobre él: deslocalizaciones, dumping social, capitalismo financiero y desindustrialización”, afirmó en un comunicado de prensa el 18 de abril de 2012.
El ‘nuevo’ Frente Nacional hace guiños al mundo del trabajo para dañar y poner en contradicción a los partidos y sindicatos de izquierda. Y además usa el sindicalismo como cantera o escuela de formación de futuros concejales y alcaldes en el este y el norte del país. De hecho, Fabien Engelmann es alcalde de la ciudad de Hayange, en pleno corazón industrial de la región de Lorena.
Todo este trabajo que el Frente Nacional ha realizado desde los noventa sigue dando sus frutos. Hay toda una generación obrera socializada en la simpatía o, al menos, la permisividad hacia el FN. “En nuestra fábrica se elige a Mélenchon o a Le Pen según la confesión religiosa de cada uno”, confesaba, por ejemplo, Emilie, trabajadora temporal en el gigante automovilístico PSA en un reportaje reciente del diario Libération. Y después para justificarse añadía que la Francia multicultural era “bella de lejos, pero dura de cerca”. Hoy el FN es tan fuerte en el mundo obrero como lo fue el Partido Comunista francés en sus mejores años. Si hoy Marine Le Pen ronda el 40% de intención de voto en este colectivo, Jacquese Duclos, candidato del PCF a las elecciones presidenciales de 1969, no sobrepasaba el 33%.
Hay, sin embargo, algún pequeño signo de esperanza. Tras el primer debate televisado en Francia entre los cinco principales candidatos a finales de marzo, Mélenchon experimentó una subida de 7 puntos de intención de voto entre los obreros, mientras que Marine Le Pen bajaba 4. El candidato de La France Insoumise ascendía entonces al 21% de apoyo obrero mientras que la candidata nacionalista se quedaba en el 40%. La distancia, no obstante, sigue siendo amplia. Las acusaciones de “globalizador” e “inmigracionista” que la extrema derecha suele lanzar sobre Mélenchon y el conjunto de la izquierda siguen pesando mucho sobre el electorado más popular. También las de haber traicionado y abandonado a este mundo; o, al menos, haberlo relegado a la última de sus prioridades. La izquierda tiene por delante una tarea de reconquista que requerirá tiempo y que empezará sin duda por tomarse al FN en serio.
Guillermo FernándezVázquez
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