Se supone que el uno de octubre el gobierno de la Generalitat de Cataluña va a convocar un referéndum para aprobar la secesión respecto a España. Sería ingenuo mantener que lo hacen con la intención de que la ciudadanía decida. No, la decisión está tomada de antemano, y prueba de ello es que ya se está tramitando la que han dado en llamar Ley de Transitoriedad, que pretende regular el tránsito de comunidad autónoma a estado independiente. Ni se considera la posibilidad de que gane el no. No existe un plan B para el independentismo.
Vamos a suponer por un momento que efectivamente se celebra una consulta el 1 de octubre. Esa consulta no tiene legitimidad legal, y por lo tanto sus efectos son perfectamente nulos. Lo único que puede salvar esa pantomima es paradójicamente el voto negativo. Todo el proceso se ha basado en una desobediencia y una conspiración continuadas, pero sobre todo en intentar transmitir una imagen internacional de voluntad democrática, de mayoría social, de talante festivo. Obviando que la democracia es el respeto a la ley, que la mayoría social para una cuestión semejante ha de ser muy cualificada y no lo es y que el carácter festivo oculta un supremacismo repugnante y a menudo violento.
La consulta solo tendría alguna credibilidad a nivel internacional si se convocase con unas mínimas garantías, si tuviese una participación elevada y si el porcentaje de la victoria del sí es razonable y no “a la búlgara”. Es decir, nadie daría ningún valor a una consulta mal convocada, con un 30 % de participación y con un 95 % de votos afirmativos.
Bien, pues la primera de las condiciones afortunadamente ya nos la ha dado servida la propia Generalitat: a menos de un mes de la supuesta consulta no hay convocatoria, no consta por tanto el texto concreto de la pregunta (mientras no esté en el Boletín Oficial no existe), no se dejará apenas tiempo a los contrarios para la propaganda, no se sabe qué censo se manejará, ni si habrá urnas ni garantías de recuento o todo quedará en manos de los voluntarios de la ANC, y si algo sabemos con toda seguridad es que la Generalitat no va a cumplir con su obligación de neutralidad.
La segunda y en consecuencia la tercera de las condiciones, en cambio, dependen enteramente de los ciudadanos. Suele decirse que nuestro voto puede cambiar las cosas. En este caso, curiosamente, es el hecho de no votar lo que puede cambiar las cosas. Los separatistas necesitan nuestro voto negativo para dar credibilidad a su consulta. Si los que estamos en contra de la secesión acudimos a votar no, aumentaremos el porcentaje de participación hasta cifras razonables y, tanto si ganamos como si no, habremos abierto una puerta que ya no podremos cerrar, que es la de la soberanía. Si ganan ellos por una mayoría de, por ejemplo, 60 / 40 %, se verán legitimados para proclamar la independencia: pero es que si ganamos nosotros ya habremos colaborado a sentar el precedente de que Cataluña puede votar por sí sola, lo cual equivale sin más a la soberanía.
Por lo tanto, solo nosotros podemos salvar la cara a los independenstistas, incluso venciéndoles. Somos su coartada. Y eso es hasta tal punto así que me consta que entre las entidades separatistas se plantea incluso la conveniencia de que un determinado número de sus miembros voten negativamente para así dar apariencia de normalidad a una consulta que no lo es.
Así que, por mucho que nos pueda apetecer acudir a la urna a estampar un sonoro NO a este disparate, pensemos que con ello, paradójicamente, estamos ayudando a los separatistas. En cambio, quedándonos en casa ese día y convenciendo al mayor número de personas para que hagan lo mismo arruinamos cualquier atisbo de credibilidad y legitimidad de su golpe de salón. Un golpe que, totalmente al margen de la legalidad española, lo fía ya todo a la comunidad internacional. No vamos a ayudarles, ¿verdad? Está en nuestras manos hacerles fracasar, y ni tan siquiera tenemos que molestarnos eligiendo a quién votar o prescindir de tomarnos el día para ir a la playa. ¿No es fantástico?
El uno de octubre, nada que votar.
Artículo publicado en Los Árboles del Bosque