Este mes de agosto está siendo especialmente duro, con el asesinato de tres mujeres en tan solo 48 horas la pasada semana, teniendo que sumar una nueva víctima ésta, elevando la cifra a 36 mujeres asesinadas en lo que llevamos de año.
Siempre me pregunto si estas cifras de la vergüenza se asimilarían y normalizarían de la misma manera si, en vez de estar hablando de mujeres anónimas, habláramos de un colectivo profesional, por ejemplo. Imagínense ustedes que la semana pasada hubieran sido asesinados tres políticos, o tres periodistas, o tres cirujanos, o tres futbolistas de la selección masculina… seguramente la noticia hubiera causado estupor y llevaríamos días teniéndola como cabecera en la prensa escrita y en todas las televisiones, preguntándonos las razones de la sinrazón.
Sin embargo, las mujeres en España seguimos teniendo que salir a las calles para lamentar esta lacra y seguir exigiendo que se respeten nuestras libertades y nuestros derechos, a pesar de todo y a pesar de algunos, porque en estos días también estamos teniendo que explicar que la paralización de un concierto por la policía para que la cantante se cubriera los pechos, no se hubiera producido si el cantante hubiera sido un hombre…
Y, todo esto, aunque a algunos les parezcan nimiedades (las mujeres ya lo tenemos todo, no nos hace falta más…), no lo son. Los derechos que ahora disfrutamos todas, se han conseguido gracias al esfuerzo de las que antes lucharon por ellos, y es nuestra responsabilidad que se mantengan y se amplíen. Recordemos que las desigualdades sociales y laborales se siguen produciendo, (y mucho más si al hecho de ser mujer se le añaden otros condicionantes: migrante, racializada, perteneciente a alguna etnia, con alguna discapacidad, con diversidad corporal…), tengamos presente que los techos de cristal siguen existiendo, pensemos en las realidades de los cuidados que deben asumir las mujeres de nuestro alrededor y, por supuesto, no nos olvidemos de todas las violencias que nos acompañan constantemente por el hecho de serlo.
Desde luego, nada que ver con las situaciones que las mujeres sufren en algunos países, en los que se vulneran cada segundo sus derechos fundamentales. En la mente y en el corazón tenemos a las afganas (en estos días se cumplen dos años de la entrada de los talibanes en el poder) anuladas absolutamente de la sociedad por un gobierno terrorista misógino que tiene a toda la población sometida, pero que se ceba con las mujeres impidiéndoles cualquier actividad.
No. No podemos quedarnos calladas. Ni por ellas, ni por nosotras. No tenemos que conformarnos con los logros alcanzados, sino que hemos de estar atentas a cualquier retroceso y exigentes para que nuestros derechos y libertades se respeten y amplíen, hasta que podamos decir que vivimos en una sociedad igualitaria, en un mundo en donde todas las personas tengan las mismas oportunidades y las mujeres no tengan que sufrir el sometimiento del patriarcado.
María José Navarro Vercher
Publicado en Levante.emv