Muñoz Molina: «No podemos aceptar las mentiras de la nostalgia»
No tenemos más lugar que el presente», concluye el autor de ‘Volver a dónde’, dietario que mezcla memoria personal y colectiva/ «Somos memoria, pero debemos esforzarnos para que sea lo más lúcida posible»
Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 65 años) ha hecho un caleidoscopio de la memoria personal y colectiva en ‘Volver a dónde’ (Seix Barral). Un libro fragmentario nacido del confinamiento en el que conjura las trampas de la memoria y la nostalgia para afrontar el presente y el futuro.
-¿Es su reacción literaria al encierro en la pandemia?
-Durante el confinamiento escribía a diario para fijar lo que pasaba. Cuando terminó revisé las notas, y ese contar lo vivido se mezcló con la memoria lejana. Hablaba mucho con mi madre con mi tío Juan, y de manera natural me llevaron a remotos recuerdos de infancia. No tenía claro que fuera a ser un libro, pero fue cobrando forma entre el ahora, el pasado y la proyección hacia el futuro, que era entonces mi primera nieta. Ahora tengo dos.
-Elige un formato fragmentario con 228 entradas
-Eran muchas más, pero procuré hacerlo lo más limpio y sintético posible. No quería engolfarme. Busqué la máxima depuración. Me gustaba esa estimulante forma caleidoscópica. Concentrarme en instantes, en episodios sin espacios intermedios, en lugar de seguir un hilo narrativo y reflexivo. Numerarlos resalta más lo fragmentario. Es como si mostrara unas fotos.
-El título es ambiguo. ¿Quiere volver a un sitio que ya no existe o no tiene a dónde volver?
-Hago la pregunta, con un sentido doble. Y la respuesta es que no se puede volver a ningún sitio. No tenemos más lugar que el presente. Se decía que volveríamos al mundo como era antes de la pandemia. Pero también tiene que ver con volver al mundo surgido de los recuerdos que me llevaban a una memoria melancólica y un poco nostálgica. Pero emergieron cosas mucho más ásperas. En vez del paraíso perdido, veía atraso y la aspereza de aquel mundo infantil que la memoria, lógicamente, endulza.
-¿Qué tipo de cosas?
-Recordé qué se hacía en los pueblos con los que llamaban tontos, y fue como una descarga eléctrica. Cómo los hombres mayores, como mi padre, decían que los niños enclenques no teníamos sangre. El modo brutal en que se mata un cerdo, sus gritos aterradores. Que los maestros pegaban a los niños y las mujeres carecían de derechos. El recuerdo tomó una forma más oscura. No es un mundo al que quiera volver.
-¿La infancia no es, pues, ese paraíso idealizado?
-No se pueden obviar y aceptar las mentiras y las trampas de la nostalgia. Lo que tú recuerdas como un paraíso infantil, fue terrible para los adultos de entonces, como mi madre, de 91 años, para quien la vida ha sido muy dura. Fueron los niños en la guerra, sufrieron la posguerra. Se llevaron lo peor. Evocar la aspereza increíble de aquella vida me entristecía, pero lo cierto es que no podía dejar de escribir.
-La memoria, que es el barro de la literatura ¿da sentido a la vida?
-Si somos algo, somos memoria. Pero debemos esforzarnos para que sea lo más lúcida posible. Puede ser embustera y llevarte a idealizar el pasado o a su denostación radical. El presente está hecho de memoria. Contrastas lo que recuerdas o sabes con lo que tienes ante ti. La memoria a la que alude el libro me sirve para saber cuánto hemos cambiado, en muchos casos para mejor. Para saber qué cosas que hoy damos por supuestas son conquistas muy recientes: la igualdad, la sanidad universal, la libertad de expresión. Eso te hace más consciente de lo frágiles que somos.
-¿Cómo le cambió el confinamiento, si es que le cambió?
-Me ha reforzado en la convicción del valor de la sanidad pública y del Estado como garantes del bienestar. Tras décadas de privatizaciones y liberalismo en que parecía que todo lo que tenía que ver con lo público era ineficiente y burocrático, vemos que necesitamos un sistema sanitario potente y una Administración flexible y austera. He reforzado mi convicción ecologista y medioambientalista. Hemos visto que podíamos vivir con menos. Que no hacen falta tantos viajes en avión ni tantas cosas. Hemos visto cómo la gente peor pagada y menos considerada ha mantenido esto en marcha: reponedores de supermercados, transportistas, cuidadores de ancianos, celadores, enfermeras…. Descubrimos que sus trabajos son fundamentales. Todo eso refuerza mi convicción socialdemócrata, de defensa de la igualdad, de lo público y de la necesidad de un sistema político eficiente, transparente y democrático.
-Se repetía entonces el mantra que de este tráfago saldríamos mejorados ¿Lo cree?
-Hemos hecho cosas bien, a pesar de los pesares, y otras mal, y descubierto fortalezas y debilidades. En la vacunación estamos muy arriba en un contexto mundial, y está claro que podríamos aprender de todo esto y reforzar lo bueno. El comportamiento de niños y educadores ha sido fabuloso. La respuesta es mucho más compleja que si estamos mejor o peor. Mucha gente lo hace lo mejor que puede. Otra no. Es como la diferencia entre la abnegación de los sanitarios y la irresponsabilidad de quienes han expandido el virus en botellones y fiestas.
-¿Habla de los jóvenes?
-No me gusta condenar ni celebrar en masa, pero es obvio que mucha gente está demostrando una enorme frivolidad e irresponsabilidad. Pero incluso con eso, el porcentaje de negacionistas que tenemos indica que somos un país más racional que otros. Hay más negacionistas en Francia, que es la patria de la razón y de la Ilustración.
–¿Ha cambiado su categoría de valores?
–No, pero sí se ha hecho mucho más clara. Soy perezoso y poco amigo de viajes, y eso se ha reforzado. No quiero llevar una vida de vendedor de mí mismo yendo constantemente de un sitio a otro. Quiero una vida sencilla y tranquila.
–¿Cómo lleva unas redes sociales donde es primordial venderse y buscar la aceptación de los demás?
–Actúo como si eso no existieran. Es una pérdida de tiempo. Con la pandemia descubrí que necesitaba mucho tiempo para poder perderlo, para estar tranquilo, leer, estar con la familia…. Las redes sociales son para mí como otro planeta por el que no siento menor curiosidad. No me apetece explorarlo.
–¿Optimista o pesimista con el futuro?
–Va a hacer 20 años del 11S y hemos vivido desde entonces con una sensación e desequilibrio, de fragilidad, de amenaza muy fuerte. Luego llegó el huracán Katrina, que nos avisó de lo que estaba pasando en el medio ambiente; la crisis de 2008 que derrumbó todas nuestras convicciones sobre el sistema económico, y ahora el coronavirus. No soy optimista ni pesimista. Son muchos desafíos a los que hacer frente y lo que siento es una enorme curiosidad por saber qué pasará.
Miguel Lorenci
Artículo publicado en ElCorreo