Netanyahu se enroca
Netanyahu ha sido durante doce años en dos etapas, primer ministro de Israel, el que más tiempo ha estado en el cargo. Hace 2 años pacto con el partido Azul y Blanco del exgeneral Benny Gantz un gobierno de coalición con presidencia alternativa; cuando le tocaba ceder la presidencia volvió a convocar elecciones. Hace años que sabe que al día siguiente de dejar la presidencia tendrá que sentarse en el banquillo. En el mes que establece la Constitución israelí no ha podido formar gobierno y, extrañamente, tampoco ha pedido al presidente los catorce días adicionales para seguir intentándolo. El presidente israelí Reuven Rivlin ha encargado, el pasado día 10 a Yair Lapid, del partido centrista Yesh Atid la formación del nuevo gobierno en coalición, al parecer, con el ultraortodoxo Naftali Bennett líder de Yasmina, que presidiría el gobierno en la primera etapa. Aparentemente Benjamín Netanyahu ha renunciado a seguir intentando formar gobierno, pero no podrá haber gobierno alternativo sin el apoyo de alguno de los dos partidos árabes y, al mismo tiempo, de una o dos formaciones sionistas. El Parlamento (Kneset) está fragmentado nada menos que en 13 grupos. La opción de Lapid cuenta con el respaldo de la mitad de la población y una gran mayoría espera la salida de Netanyahu.
Curiosamente, tras la renuncia de Benjamín Netanyahu a formar gobierno se han desatado los disturbios en Jerusalén. La reacción de los palestinos y de todos los árabes, también los residentes en Israel, era de prever, y más por el primer ministro en funciones que vivió muy de cerca en el año 2000 la segunda Intifada provocada por las incursiones del entonces jefe de la oposición Ariel Sharon en la explanada de las mezquitas, en torno a la mezquita de Al-Aqsa, uno de los centros sagrados de los musulmanes. Sharon provocó la reacción de los palestinos que le auparía al poder. Netanyahu ha dado ahora la orden de limitar los accesos a la mezquita, ha autorizado la presencia de las fuerzas israelíes en la explanada, y el desalojo y expropiación de palestinos residentes en Jerusalén Este.
Aun siendo su principal aliado en la zona durante sus años de gobierno ha tenido duros enfrentamientos con los presidentes demócratas norteamericanos Clinton y Obama. Con Clinton, por no respetar los acuerdos de Oslo que Netanyahu mismo había firmado. Le costó la primera dimisión y condena judicial, y antes a Clinton, el calvario de la becaria.
Hizo campaña contra Obama en las últimas legislativas de medio mandato. Lo puenteó para intervenir ante el Congreso de los Estados Unidos, denunciando la política de Obama; éste había apoyado las resoluciones sobre: Gaza, Jerusalén, el Golán y en contra de los asentamientos en los territorios ocupados sin que EEUU vetara los acuerdos del Consejo de Seguridad. Cuando Netanyahu intentó bloquear la firma del Tratado con Irán, de limitación de proliferación nuclear; le exigió la adhesión de Israel al Tratado de No Proliferación Nuclear. Tuvo una intervención decisiva para que Obama se quedara en minoría en el Congreso. Le dictó a Donald Trump, -a través de su yerno, Kurschner-, la política en Oriente Medio, y ha creado una situación que dificulta enormemente la solución de “los dos estados”. Vistos los antecedentes, yo creo que Joe Biden tendrá la voluntad, pero no tiene la fuerza política para implantar una solución de ese tipo, al menos ahora. Netanyahu se defiende de la Fiscalía israelí como gato panza arriba.
El enfrentamiento militar entre Hamàs, que manda en la franja de Gaza, y uno de los ejércitos más modernos del mundo -por ejemplo, el sistema antimisiles, el armamento nuclear, y el servicio de información (Mosad)- es absolutamente desigual, asimétrico como dicen ahora. Lo realmente importante, para mí, es el peso demográfico de los árabes palestinos residentes en territorio israelí; su crecimiento demográfico; su peso como mano de obra, hacen las revueltas interiores mucho más peligrosas para Israel que los cohetes que puedan lanzar desde Gaza; de hecho, casi suponen una guerra civil.
Netanyahu rechazando la solución de los dos estados, se ha metido en un callejón que le gustará menos todavía: la única alternativa empieza a ser un solo estado para judíos y palestinos; como lo fue Sudáfrica para blancos y negros. El primer requisito es la igualdad de derechos entre árabes y judíos. Hoy día existe un auténtico sistema de apartheid. Esa igualdad exigiría la renuncia al estado confesional. Y, sobre todo, haría falta un líder de la talla de Nelson Mandela.
Antonio Balibrea
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