Nicaragua querida
Pero nunca hubiéramos supuesto que aquellos adalides del socialismo se convertirían en los tiranos que hoy están masacrando a su población. Yo había comprobado in situ los efectos de la feroz dictadura somocista. El lago de Managua imposible de ser disfrutado ni utilizado porque la insania de aquel gobierno tiránico lo había contaminado, la catedral medio derruida que nunca se había reconstruido después del terrible terremoto, a pesar de que habían llegado fondos internacionales con suficiente generosidad. Y las consecuencias de la guerra de baja intensidad que los Estados Unidos le habían organizado en la frontera con Honduras. Con 50.000 bajas en un país de pocos millones de habitantes y cientos de muchachos no mayores de 18 años mutilados, inválidos, decenas de familias desplazadas de las zonas de conflicto que acampaban en la explanada desierta de la que había sido una hermosa plaza con la catedral al fondo, que estaba destruida por el terremoto.
Y entonces comenzó la nueva era no ya del capitalismo salvaje sino del salvajismo caudillista. El giro de Ortega y su mentora Rosario hacia un sistema de entrega a las fuerzas más reaccionarias del país, como el cardenal Obando, con la legislación más retrógrada en los derechos de la mujer, era absolutamente impensable.
Recuerdo el encuentro con la asociación de Mujeres Nicaragüense y aquel episodio que me contaron sus dirigentes cuando en un acto público sobre métodos anticonceptivos se les acercó una mujer mayor y les dijo: “Ay mis hijitas! Si yo hubiera sabido eso que contáis qué diferente hubiera sido mi vida! Porque yo he tenido treinta hijos!”
Parecía un relato de terror, un terror que también parecía superado con el gobierno socialista de Daniel Ortega, y ahora el terror supera todo lo imaginable.
Cientos de muertos, miles de heridos, días y días de manifestaciones y barricadas sin que se haya alterado en nada la pétrea determinación del presidente de mantenerse en el poder no sé para cuanto tiempo. Ni la Iglesia católica, antaño tan poderosa y en la actualidad aliada con Ortega, apoya ya la pertinaz represión que se está ensañando con los sectores del pueblo que protestan por las condiciones económicas en que se ha hundido al país y la represión que le ha seguido. Y a pesar de la condena internacional, del fallido intento de una comisión de intermediación, en la que participaba la jerarquía eclesiástica y personajes internacionales, la situación parece perpetuarse sin esperanza de solución.
Mientras para inmiscuirse en la situación de Venezuela hay cientos de voluntarios que dominan los medios de comunicación y políticos conciliadores como Rodríguez Zapatero, para Nicaragua no hay más que alguna información esporádica y la indiferencia internacional. No se puede ser un país pequeño, pobre, en esa Centroamérica condenada desde hace siglos a la irrelevancia política y económica en el concierto de las naciones importantes de la Tierra, y la utilización depredadora por parte del gran opresor del norte.
Ciertamente los conflictos se multiplican en varios puntos cardinales del planeta, y la atención tanto mediática como de la geopolítica internacional está fijada en los conflictos de Oriente Medio. Mucho menos en los africanos que ya tienen largo recorrido. La gran preocupación ahora de las naciones europeas es la supuesta invasión de emigrantes que huyen de las guerras y la miseria que les han organizado ellas mismas.
Toda la atención y los recursos fijados en impedir que los refugiados entren en nuestro sacrosanto suelo, aunque sea a costa de que se ahoguen en el Mediterráneo. Para ello, los jerifaltes de la UE están destinando toda su inteligencia y la mayor parte de las reuniones y encuentros a alto nivel, que concitan la atención mediática, a buscar las soluciones más ingeniosas. Las grandes potencias europeas Alemania, Francia, Italia, y los países del Este, girando hacia el fascismo, utilizan su influencia y poder en blindarse contra los emigrantes y en sabotear el régimen de Venezuela.
Pero Nicaragua no merece su atención. Y la solidaridad feminista a la que han recurrido las nicaragüenses es poco poderosa. Aunque podemos serlo más si todas las que formamos el enorme universo feminista, desde Estados Unidos a Italia, desde los países latinoamericanos a España, en Europa y en toda América, concitamos nuestros esfuerzos en hacer llegar a los centros de poder nuestras voces de protesta por la masacre que se está realizando allí. Exigiendo la dimisión de los Ortega, que se depuren las responsabilidades de los que están cometiendo esta exterminadora represión y la convocatoria de elecciones libres.
Nicaragua, como en los tiempos épicos de la lucha revolucionaria, es hoy, una vez más, la trinchera violeta que no pueden pasar los sicarios, los ideólogos y los defensores del poder dictatorial y machista que allí impera.
Agrupémonos todas para defender, una vez más, al pueblo nicaragüense.
Lidia Falcón
Artículo publicado en