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Que el Rubius se mude fiscalmente a Andorra no supone un drama nuevo. La generación anterior ya lo aprendió de sus deportistas, políticos o monarcas. Quizá el drama sea que, con la excusa tecnológica, sigamos empezando de cero los debates de siempre
Por algún extraño motivo, todo lo que tiene que ver con la tecnología nos confunde metiéndonos en discusiones absurdas. Recuerdo cuando, hace años, en el mundo del periodismo no se hablaba de otra cosa que la desaparición del papel por la llegada de internet, del problemón que aquello suponía. Como si el periodismo no tuviese, por aquel entonces y ahora, mejores asuntos de los que preocuparse que el soporte en el que se iban a publicar en el futuro los publirreportajes disfrazados de información encargados por grandes empresas a periodistas en precario. Años más tarde, mientras EE.UU. bombardeaba algún país perdido en el mundo, comenzamos a debatir sobre el impacto de la violencia de los videojuegos. O sobre los bulos en las redes sociales. Resultaba, nos explicaron muy serios, emperifollados y convincentes algunos presentadores de la tele plusmarquistas en manipulaciones por minuto, que las redes sociales no eran un lugar del todo seguro para informarse. Y aquí estamos hoy, de nuevo, mirando al dedo tecnológico en vez de a la luna. Debatiendo sobre la última nueva polémica: el fenómeno de los youtubers, los twitchers, los streamers que se empadronan en Andorra. Como si el egoísmo de quienes manejan grandes fortunas fuese una novedad.
Quizá la clave –llámenme analógico si quieren– es que estos youtubers, twitchers, streamers o influencers son, ante todo, millonarios insolidarios a secas. Quizá toda esta jugosa polémica en torno a los famosos y jóvenes influencers, que se empadronan en Andorra para escaquearse de la responsabilidad social que les toca, no sea más que la misma problemática de siempre y que viene de la era pretecnológica: un mundo que se divide entre quienes saben que las cosas sólo se mantienen en pie si se arrima el hombro entre todos y quienes prefieren que sean los hombros de los demás los que se desgasten por el peso. Que el Rubius se mude fiscalmente a Andorra no supone un drama nuevo. Tampoco es un drama nuevo que los millones de jóvenes seguidores de este popular youtuber o de cualquier otro puedan percibir de estos movimientos insolidarios de sus ídolos que esa es la actitud correcta en la vida. La generación anterior a la del Rubius ya aprendió esto mismo de sus grandes deportistas, políticos, empresarios o monarcas. Quizá el drama sea que, con la excusa tecnológica, sigamos haciéndonos los nuevos, empezando de cero los debates de siempre.
La fuga de fortunas generadas con la creación de contenidos en la red no es nada nuevo en lo social, pero sí abre una duda en lo estructural. Con un futuro cada vez más tecnológico y deslocalizado, con el autoempleo en aumento, con un 30% de la población con posibilidad de trabajar desde su ordenador, sin necesidad de acudir a un espacio físico concreto y, por tanto, sin necesidad de un domicilio en España, ¿quién pagará los impuestos necesarios aquí si en la generación futura esta ética insolidaria se impone? La respuesta será, probablemente, la de siempre: pagarán los pobres, los seguidores de estas figuras de éxito que no puedan permitirse, como ellos, una segunda vivienda disfrazada de vivienda habitual en paraísos fiscales como Andorra. Pagarán quienes hicieron ricos a estos influencers, a estos empresarios, deportistas o monarcas que en modo de agradecimiento huyen de sus obligaciones fiscales. Quienes los admiran y enriquecen seguirán pagando las carreteras y aeropuertos que estos usarán para entrar y salir del país. La historia de los grandes triunfadores del streaming que huyen con el botín es la historia de siempre. La solución también: no te suscribas al egoísmo.
Gerardo Tecé
Artículo publicado en Ctxt