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No vivimos por encima de nuestras posibilidades

Políticos y expertos neoliberales nos alarman continuamente acerca de la deuda pública1 para poder aplicar sin trabas políticas «austericidas2».

Su «relato» parece una premonición catastrofista: hay deuda pública porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, lo cual es calamitoso para el crecimiento de un país. Si no la reducimos, los mercados financieros —muy eficaces según los neoliberales—nos castigarán aumentando las tasas de interés, lo que incrementará el precio de los préstamos y la propia deuda. Su impago nos llevará a la bancarrota y nuestros hijos y nietos tendrán que pagar por nuestros excesos. Hay que tomar medidas urgentes para neutralizar la explosión…

El objetivo de relato es reducir la financiación estatal, que es la que satisface la mayor parte de las necesidades de la ciudadanía, para impedir una política económica alternativa al austericidio.

No confundamos deuda pública con deuda familiar

Los neoliberales intentan restringir los bienes sociales comparando la deuda pública con la deuda de las familias. Se trata de una falacia, puesto que un país no actúa como una persona o una familia, ni muere o desaparece (a no ser que lo invadan y agreguen a otro de forma violenta).

La realidad es que hay y ha habido países con un patrimonio inmenso cuya deuda pública es también muy elevada, aunque menor que el patrimonio. Por tanto, pueden pagar sin problemas su deuda. Otra cuestión es una deuda privada elevada, que fue la responsable de la terrible crisis de 2007.

Finalmente, aunque los neoliberales nos quieran hacer creer que la reducción de la deuda pública se acompaña de un mayor crecimiento económico, se da la acción inversa: a mayor crecimiento económico, menor deuda pública.

Las prescripciones de los «sumos sacerdotes» neoliberales

Al comparar deuda pública con deuda familiar, los neoliberales pretenden que el Estado administre la pública como si fuese un buen padre o una empresa responsable. Es decir, reduciéndola. Y si el «padre Estado» no lo hace, lo desacreditan automáticamente y le exigen la aplicación de políticas austericidas a poblaciones enteras. No obstante, «olvidan» que el patrimonio de la administración pública —bienes inmuebles y participaciones financieras en las empresas— suele equilibrar el importe de la deuda pública. Como ocurre en Reino Unido, Francia, Alemania y Japón. Los franceses, por ejemplo, poseían un patrimonio de más de 12 billones de euros: seis veces más que de deuda pública4. Sin embargo, sus auténticos problemas son la distribución enormemente desigual de su patrimonio y qué políticas realizar para que se distribuya de manera igualitaria entre todos los franceses.

En cuanto a gestionar la deuda pública como si fuese empresarial, tampoco es factible, porque las deudas privadas son mucho mayores que las públicas. En la zona euro, por ejemplo, la empresarial era un 118% del PIB frente al 85% de la pública hace unos años.

En resumen: una deuda abundante no significa nada si no se tiene en cuenta el montante del patrimonio. Asimismo, el endeudamiento de los Estados es mucho menos preocupante de lo que nos quieren hacer creer y resulta necio presionar a un Estado para que reembolse su deuda pública en un periodo no superior a los 10 años.

Quiénes pierden si se reembolsa la deuda pública

Los ciudadanos del Estado que lo hace y sus generaciones futuras, porque implica hacer recortes muy duros en los servicios públicos. Un buen ejemplo lo tenemos en el grave deterioro de puentes, carreteras y puertos en los Estados Unidos por falta de inversión pública.

Los problemas originados por la deuda privada

Los neoliberales obligan a Estados y organismos internacionales a reducir la deuda pública, pero negligen el control sobre la deuda privada y ocultan las crisis que provoca.

Antes de la crisis de 2007, por ejemplo, España tenía una deuda pública de un 40% de su PIB, pero su deuda privada alcanzó el 317% de su PIB después, lo cual indicaba un sobrecalentamiento de la economía. Sobre todo, debido a la burbuja inmobiliaria a punto de estallar.

Como ocurre habitualmente, gran parte de la deuda privada se paga con dinero público, lo cual incrementa la deuda pública. Si, además, tenemos en cuenta que la crisis provocó una depresión económica, el Estado aún contó con menos bienes para neutralizar la deuda pública.

¿Por qué quieren los neoliberales reembolsar la deuda pública?

A principios del siglo XXI, Estados Unidos pudo pagar su deuda pública pero no lo hizo. ¿Por qué?

Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, dijo que, si se pagaba rápidamente, no habría más bonos del Tesoro para vender o comprar. Sin ellos, se dificultaría la política monetaria de subida y bajada de los tipos de interés y disminuirían los beneficios de los accionistas.

Greenspan y George W. Bush decidieron disminuir los impuestos a los más ricos, convirtiendo los superávits presupuestarios en déficits para sabotear el reembolso de la deuda pública.

En resumen, los neoliberales tratan la deuda pública como un títere. Unas veces, exigen su liquidación como prioridad y otras la consideran un problema secundario. Depende de las reformas que quieran imponer o ganancias que obtener… En la Francia de Macron, pasó a ser una prioridad, porque quería reducir el gasto público, lo cual ha entrañado una deuda mucho mayor y, en consecuencia, un mayor austericidio.

El austericidio no se aplica ni a las rentas altas ni a las empresas

Si los neoliberales quieren que se pague la deuda pública porque pone en peligro a todos los países, ¿por qué, a partir de los 1980, los gobiernos han bajado los impuestos a los más ricos y a las grandes empresas? Con ellos, se hubiese podido pagar. También si la Comisión Europea que tan eficazmente aplica el austericidio a la población hubiese condenado los paraísos fiscales de Europa.

Qué hay detrás de la deuda pública

Que sea muy inferior a la privada demuestra que el Estado no es tan mal administrador.

Para los neoliberales, sin embargo, cuando se trata de reducir impuestos a los más ricos o de poner en práctica una política muy liberal, la deuda es un problema secundario. Pero, si hay que invertir en servicios públicos o en transición energética, entonces se convierte en uno muy grave.

En cuanto a las tasas de interés, si son bajas, aunque favorezcan la reactivación de la inversión pública, los expertos neoliberales presionan para que se pague. Por el contrario, cuando suben debido a la aplicación de medidas liberales, la deuda pública pasa a ser un problema secundario.

A finales de la Segunda Guerra Mundial fue un problema real porque la población había perdido su poder adquisitivo. Los Estados lo solucionaron gravando los patrimonios muy elevados, reestructurando la deuda pública con las instituciones financieras y permitiendo que la inflación se desvaneciese.

Ciertamente, la deuda pública preocupa poco a los neoliberales. Su auténtico interés es reducir la influencia económica de los Estados «castigándolos»5.

 

 

1 La deuda pública, también llamada soberana, es la suma de todas las deudas que tiene un Estado, bien sea con inversores privados bien con otros Estados. Es, junto a los impuestos, la fórmula más habitual que utiliza el sector público para financiar su actividad (Sanidad, Educación, Pensiones, Infraestructura, Administración Pública…) y se materializa a través de emisiones de títulos de deuda pública.

 

2 Se trata de un neologismo formado a partir de la raíz del sustantivo «austeri(dad)» + el sufijo del sustantivo «(sui)cidio» para expresar el concepto de «suicidio por austeridad» o «austeridad suicida» y conlleva la pérdida de financiación por parte de la Administración Pública de bienes necesarios para la población general.

 

3 Las sibilas de la mitología griega y romana eran mujeres de gran sabiduría. En el caso de Casandra, tenía el don de la profecía, pero fue castigada por Apolo al no acceder a sus deseos carnales, a no ser creída jamás.

 

4 Thomas Piketty, Le Capital au XXI siècle, Seuïl, París, 2013, p. 200.

 

5 El presente artículo está basado en uno de los capítulos del Tratado de economía herética de Thomas Porcher (Fondo de Cultura Económica, 2021).

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