Objetivo 2023: defender la alegría
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables…
(Mario Benedetti)
Ahora que Serrat se retira, tiene más sentido que nunca revisitar algunas de sus canciones. Y si canta a Benedetti, es obligación detenerse. La alegría no es hoy una forma de resistencia, sino la trinchera desde la que defender aquello que nos enorgullece, como sociedad, haber alcanzado juntos. Desterrar la imagen catastrofista que algunos entornos proyectan, y cada vez más a menudo asumimos como propia.
Hace unos días Gaspar Llamazares aludía en una estupenda columna en estas páginas a un debate que compartimos en Zaragoza, en el que, al hilo de su último libro, Del sueño democrático a la pesadilla populista, y de la mano del Colectivo de Pensamiento Crítico, yo expresé mis dudas sobre esa idea, ya instalada, de que la sociedad española está fuertemente polarizada y que ese es el principal riesgo para nuestra ya no tan joven democracia.
En efecto, como han mostrado numerosos estudios, en los últimos años se ha producido un incremento de eso que se llama la polarización ideológica y afectiva. Es decir, que la distancia ideológica entre los partidos y entre los sentimientos de los votantes de un partido hacia el resto ha aumentado. Pero hay que tener cuidado, hay que entender bien el fenómeno para poder combatirlo e identificarlo con precisión. Por ejemplo, en este trabajo de 2020, Luis Miller aclara que la polarización se centra más en cuestiones identitarias (ideológicas y territoriales) que sobre políticas públicas concretas, e incluso las controvertidas cuestiones relacionadas con la transición ecológica presentan una distribución de opiniones con claro predominio de posiciones intermedias, lo que no quiere decir que no haya discrepancias, pero, ¿dónde acaba la discrepancia y la diferencia y empieza la polarización?
Se habla de polarización política justo cuando un Gobierno de coalición ha sido capaz de aprobar tres Presupuestos Generales del Estado consecutivos y leyes de enorme alcance, incluídas las que sirvieron para gestionar la pandemia. Lo hace, además, con una amplia coalición de partidos, entre los que suele estar el PNV, poco sospechoso de izquierdista. ¿Por qué lo llaman polarización cuando quieren decir que la derecha se ha echado al monte? Si Feijóo no ha sido capaz de llegar a un solo acuerdo de alcance, si Ciudadanos renunció a cumplir su propuesta de valor, que no era otra que ser un partido liberal capaz de pactar a derechas e izquierdas —de ahí su derrota, no hay que darle más vueltas—, ¿es justo hablar de polarización o se trata, simplemente, de que la ruptura del bipartidismo imperfecto ha dado cabida a otras opciones a ambos lados? Cosa distinta es el efecto que ha tenido, y ahí hay que acudir al contenido de las propuestas. En el mejor de los casos, lo que Podemos, Más País y otras formaciones de ese espacio defienden hoy desde el Consejo de Ministros o el Congreso, y donde se podría pensar que arrastran al PSOE, no es más que una versión actualizada de la socialdemocracia de los 80. Repasen los programas electorales si tienen alguna duda. Nada comparable a cómo la extrema derecha ha arrastrado a la derecha extremada; desde el revisionismo histórico hasta el escándalo de incumplir el mandato constitucional de renovar el CGPJ o tildar de ilegítimo al Gobierno desde el primer momento. Todo esto tiene reflejo, por ejemplo, en la autoubicación ideológica de los españoles según el CIS. Si comparamos diciembre de 2022 con diciembre de 1992, veremos cómo las posiciones más a la izquierda se han duplicado, pero las que están en el extremo derecho se han multiplicado por 3,5.
La cosa no queda aquí. Si salimos del círculo vicioso que se retuerce en el Madrid de los mentideros y nos fijamos en los 8.000 municipios que tiene España y sus 17 comunidades autónomas, veremos miles de acuerdos a diario, que hacen que este país funcione. Si repasamos con cuidado la esfera de los medios de comunicación, junto a pruebas claras de malas praxis, medias verdades y discursos incendiarios, leeremos y escucharemos a cientos de profesionales haciendo bien su trabajo. ¿Quién ha desvelado los principales casos de corrupción de este país? Sí, esa prensa a la que tanto criticamos (mucha veces, con razón). Si miramos a la sociedad, a esa que se dice tan polarizada, comprobaremos cómo cada 8 de marzo somos millones las/os que salimos a la calle a decir que nos queremos vivas, y que no puede faltar ni una más. Mujeres y hombres de todas las edades, clase social, ubicación ideológica y lugar de residencia. Los mismos, las mismas que hemos tenido un comportamiento ejemplar durante toda la pandemia y hemos acudido a vacunarnos en porcentajes que son la envidia de muchos países a los que admiramos, y entre los que también hay personas progresistas, conservadoras, neoliberales a ultranza e izquierdistas sin complejos. La misma transversalidad que se ha podido ver en las manifestaciones para protestar por el estado de la sanidad pública en la Comunidad de Madrid. Que mantenemos posiciones de autoubicación ideológica similares desde hace 25 años —según datos del CIS—, y aunque la desviación típica se ha incrementado en las últimas décadas y los extremos ideológicos han crecido, especialmente por la derecha, el 42% de los españoles se sitúa en posiciones centradas —entre el 4 y el 6 en una banda del 1 al 10—.
Con esto no quiero quitarle gravedad al asunto, pero sí centrarlo en su justa medida. Dispuesta a combatir cualquier actitud que dificulte el debate y la calidad de la democracia, me pregunto si de verdad el gran problema es la polarización de la sociedad o de esa burbuja político-mediática que refleja una imagen distorsionada a quienes dice representar. Si se quiere pelear contra la polarización, adictiva como refleja este estudio de Más Democracia y LLyC, necesitamos caracterizarla bien para comprenderla mejor. A día de hoy, la polarización nace en esa burbuja que forman políticos y medios dentro de la M-30, ancla sus raíces en la desigualdad y el descrédito de la política, y se amplifica en las redes sociales.
Sospecho de quienes se empeñan en vendernos la polarización como un fenómeno imparable, que todo lo ha invadido y del que es imposible salir. Si así fuera, en estas Navidades muchas familias no hubieran podido juntarse a cenar, como no se juntaban en los peores momentos del Procés; los grupos de Whatsapp, plurales, complejos y diversos, no se habrían llenado de las innumerables felicitaciones de año nuevo; y los columnistas de infoLibre no seríamos criticados, con cariño, por ustedes, ni probablemente nos atreveríamos a escribir con la libertad que lo hacemos. No deja de ser curioso que un país que hace poco más de cuatro décadas accedió a la democracia, no sin resistencias, intento de golpe de Estado incluido, vea ahora más polarización que nunca en sus calles o en el debate público. Como no hay datos de esos años, todo son percepciones. Personales, subjetivas, interesadas…
Lo anterior no significa que no haya tensión ni crispación, y mucho me temo que este año tendremos buenas dosis de ambas; por eso, el objetivo, el de quienes defendemos la democracia mediante la crítica para empujarla a mejorar, ha de ser defender la alegría como la trinchera desde la que avanzar. Alegría entendida también como discrepancia, debate y discusión, con el ánimo de entender mejor. A esto seguirá contribuyendo esta columna durante el nuevo año, siempre que ustedes acudan a la cita. Recuerden que ninguna idea es respetable. Las personas, por contra, lo son todas.
¡Feliz año!
Cristina Monge
Publicado en Infolibre