Pablo Iglesias me transmitió amargura
¿Por qué me ha resultado tan amarga la entrevista del vicepresidente Pablo Iglesias? (Me refiero a la entrevista realizada por Gonzo en Salvados el 17 de enero 2021)
A pocos ha gustado. A quienes son de derechas es evidente que todo son críticas, algo que imagino alegrará a Iglesias porque se lo puntuará como una medalla. Sin embargo, tampoco he leído que haya gustado a la gente de izquierdas, y eso debería preocuparle algo más, aunque supongo que su vía de escape será analizar que él es tan íntegro que ni siquiera convence a los que ya estamos “domesticados”.
No obstante, ha sido de las entrevistas, en mi opinión, más desastrosas, porque es difícil combinar el papel responsable y de representación como una de las figuras más relevantes del Gobierno con seguir manteniendo su liderazgo de enfant terrible. Lo cierto es que a mí me dejó una amarga sensación por muchas razones, incluida la que tanta polémica ha generado sobre la comparación de los “exiliados” (increíble e imperdonable para un profesor de ciencias políticas. Ya vivimos demasiadas confusiones históricas interesadas por parte de la ultraderecha como para que también se las permita la izquierda):
- Iglesias sigue hablando exclusivamente para los suyos. No entiende que pertenecer a un Gobierno democrático no es dejarse la ideología pero sí significa abrirse a la pluralidad y escuchar a todos. Algo que no parece dispuesto a hacer. Su formación política sigue sin entender cuál es su significado y espacio: tienen la representación que tienen y a la baja porque se plantean irrealizables. Por un lado, en cada lugar que han gobernado se machacan unos a otros (adiós a las mareas, al papel en Catalunya, a los líderes andaluces o al desmembramiento en Valencia), porque exigen a sus representantes seguir siendo puros aunque eso sea inservible. Además, muchos de sus planteamientos no los entienden como brújulas para seguir el camino sino como torpedos para aniquilar al de enfrente. Lo que hacen los restos de Podemos y el propio Iglesias sirve para ser oposición, pero no para gobernar.
- Su permanente actitud provocadora y polarizadora. Iglesias es un elemento de división y polarización. Lo que más me preocupa es su simplismo (populismo al fin y al cabo) en su división de “ricos/pobres” con “malos/buenos”. De alguien que considero experto en políticas y, sobre todo, representante gubernamental, espero un análisis más profundo. Los problemas de desigualdad son estructurales, pertenecen al sistema capitalista, y no tan solo a una definición simple de la naturaleza humana individual representada en clases sociales. Sobre todo, porque eso no ayuda a solucionar nada.
- Su actitud sigue siendo arrogante. Regates cortos, echar balones fuera (lo malo lo hace el PSOE, lo bueno lo consiguen ellos), sin ningún tipo de fidelidad. Y dando lecciones gratuitas e innecesarias (“que Marlaska vea la serie para que aprenda algo”). Pues yo no he visto “Juego de Tronos” y, cada vez que veo a Pablo y su gran amor por la serie, la borro de mis cosas pendientes.
- Su lenguaje. Ese intento de ser cercano y “del pueblo” lo intenta transmitir no solo con una imagen desaliñada (que a mí me da exactamente igual) sino con el lenguaje (y eso ya no me da lo mismo). Esas palabras y expresiones como “tipo”, “te van a machacar”, … y ese no querer admitir nada bueno de nadie, ningún calificativo mesurado o positivo. Supongo que él también pretende ubicarse con sus expresiones en una determinada clase social, pero si algo ha conseguido el sistema educativo democrático de este país es que no se nos clasifique por cómo hablamos. El respeto, la buena educación, las palabras, la buena oratoria no son propiedad de clase.
Y dicho todo eso, queda, en mi opinión, lo que me causó dolor, verdadero dolor: “en política hay que desconfiar de todos”. ¿En serio?
Para mí, esta afirmación es la más dura de todas. ¿Qué clase de democracia podemos conformar basada en la desconfianza? ¿Qué pedagogía transmitimos a la ciudadanía si les decimos que hay que desconfiar? Seguramente el vicepresidente pretenda comparar la desconfianza con inteligencia. Pero yo me niego a aceptar que la confianza signifique ser ingenuo o bobo.
Cada vez que un ciudadano o ciudadana vota, traslada su confianza en el sistema y en sus representantes. Y la convivencia se basa en confiar. Yo confío en el trabajo de los profesores, los sanitarios, los policías, confío en mi familia y en mis amigos, confío en lo que me dice el funcionario al rellenar papeles o el tendero al que no conozco cuando me cobra la compra, o confío cuando pago mis impuestos, o cuando llevo a mi hija al colegio, o …. Confío todos los días. No puedo vivir, trabajar, actuar desconfiando permanentemente. No puedo vivir sin saludar ni sonreír ni preocuparme por el entorno. No podría dormir si solo pensara en que me van a robar, a engañar, a atacar.
Seguramente Iglesias remarcará que donde hay que desconfiar es en la política. ¿Seguro? Justo en la actividad social que organiza convivencia, que administra los bienes, que gestiona la democracia y sus instituciones, que dialoga en la pluralidad. Sus palabras transmiten la imagen de que la política pertenece a los mafiosos, a los tahúres, … y para eso, ya estaba Donald Trump.
Cuando lo oí, recordé una entrevista que hizo hace algún tiempo Iñaki Gabilondo a Javier Goyeneche, fundador de Ecoalf. Ante el desastre medioambiental, el consumismo, y el maltrato al Planeta, Javier dijo que debíamos darle la vuelta la pregunta: “¿qué Planeta dejaremos a nuestros hijos?” y debíamos plantear: “¿qué hijos dejaremos al Planeta?” Efectivamente, quiero unos hijos concienciados, democráticos, comprometidos, educados, solidarios, … y para ello es esencial qué tipo de política y qué tipo de actitud pública y personal manifestamos todos. Y ningún problema social o individual se puede solucionar si no existe previamente la confianza.
El vicepresidente Iglesias me recordó en su entrevista al cuento moraleja en el que un escorpión le pide a una rana que le ayude a cruzar el río; cuando están a la mitad, le clava el aguijón aun sabiendo que ambos animales se ahogarían. ¿Por qué? Porque esa es su naturaleza.
Ana Noguera