Carmen, con su alegría, busca siempre dar contenido a la vida. La felicidad está en persistir. Trabajadora infatigable, y lúcida como pocos, nos iluminó a todos, tantos, quienes también fuimos sus amigos. Aquí y allá, desde Castelló de les Gerres, que la vio nacer, a la València de sus amores, la ciudad para vivir, que con ella pudo ser y no fue, y mucho que lo lamentamos y poco que se le reconoció.
Con Carmen Alborch aparecen muchas de las inquietudes de nuestra generación. Las alegrías por los logros conseguidos y las decepciones por los fracasos sufridos, en unos años en los que nos dimos de bruces con la realidad, sin abandonar la utopía, ni detenernos en el camino. Como dijera Ismael Serrano, «antes de rendirnos fuimos eternos». Con Carmen compartimos una vida, que sin ella no es la misma. Desde siempre estuviste unida a nuestra vida, estudios, rebeldías, inquietudes, tu pasión por la vida.
Carmen, consecuente desde siempre, con su apuesta feminista rompe los cánones de la Facultad de Derecho al acceder, como primera mujer, al Decanato. Luego vendría el IVAM, y el Ministerio de Cultura. «¡Olé! Carmen», le dedicaría Jordi de Lama, a toda plana, con amplio alarde de tipografía. Sobraban más palabras. Carmen llegaba al Ministerio, al Congreso y al Senado, donde su presencia se haría notar, positivamente, en todos los sentidos. Su apuesta por las conquistas democráticas, la implicación de los ciudadanos en la sociedad que queremos, su defensa de la importancia del feminismo, en la misma Generalitat, hasta el último momento, como patrimonio inmaterial de la humanidad.
Defiende con ahínco las causas justas de los ciudadanos, de los que siempre es una más, próxima y cercana, entre ellos, sin dejarse llevar por las formas. Y, en especial, de los que se encuentran en situación de dependencia, más desfavorable, social o económica, como solidaria con las víctimas del accidente del metro de València. Entiende la sociedad como la que responde a las demandas de sus ciudadanos, para ser partícipes de ella. Con la cultura que cuestiona, y ayuda a entender, la realidad que nos rodea.
Es la sociedad que desarrolla los valores que permiten dotar de verdadero contenido a la vida. Implicada socialmente con su generación, lo es con las mujeres y con su amor por la cultura como instrumento de libertad. Carmen Alborch nos da el aliento justo con la alegría necesaria para cambiar la sociedad, siendo protagonista de su tiempo, y, para sus amigos, voz cualificada de los valores que hacen mejor nuestra existencia. La palabra de Carmen, con sus textos en la exposición, hay que escucharla. La palabra es, alegría, y en su recuerdo, con ella, nuestro mejor patrimonio.
Alejandro Mañes
Publicado en Levante.emv