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Palestina. Los silencios y la guerra de las palabras

¿Actuarán ahora, con decisión, para prevenir el genocidio en Gaza? Esta es la pregunta que Tom Fletcher, coordinador de Ayuda de Emergencia de la ONU, dirigía el 13 de mayo de 2025 al propio Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. A esa pregunta deben añadirse tres más ¿Por qué la Unión Europea no ha denunciado ya el Acuerdo de Asociación con Israel por vulneración de derechos humanos? ¿Por qué seguimos suministrando munición y bombas a Israel? ¿Por qué la UE ha aprobado su decimoséptimo paquete de sanciones contra Rusia por su agresión militar a Ucrania y por vulneración de derechos humanos y calla y todavía no ha hecho nada con respecto a Israel?

Estamos presenciando en directo la mayor operación de limpieza étnica, de exterminio planificado o de éxodo masivo desde la II Guerra Mundial. Es la expresión más brutal de cómo Occidente vulnera sus propias reglas ante un conflicto asimétrico «que no viene de la nada», como dijo el propio António Guterres, y que dura ya cien años. Sintetiza todos nuestros complejos, nuestros traumas históricos y nuestras contradicciones. Hace desaparecer el vistoso ropaje de la retórica de los valores y queda la Europa que mira para otro lado y se niega a asumir o reconocer siquiera la responsabilidad de origen en ese conflicto. Por eso muchos europeos desconfían de sus propios responsables y el Sur Global se aleja de nosotros. Hace mucho que terminó el tiempo de las palabras vacías, de los silencios cómplices y de los dobles raseros.

Gaza simboliza hoy el verdadero estado del mundo. Del irrelevante papel de organismos internacionales, como la ONU, de las intenciones descabelladas de la administración estadounidense, del estruendoso silencio de las elites políticas del mundo árabe, de la dolosa ambigüedad de la Unión Europea, de la impunidad homicida del Estado de Israel y de la soledad del pueblo palestino. Lo que ocurre en Gaza (y puede ocurrir en Cisjordania) dejará una profunda huella en la opinión pública mundial, en especial entre las jóvenes generaciones. Porque tiene dimensión global. Es la negación de aquello que hace 80 años pensamos que dejábamos atrás, que el «nunca más», tras el exterminio judío, sería nunca más para todos y para siempre. Es la dramática expresión del cinismo geopolítico de Occidente. El ejemplo que mejor nos define como humanidad.

Vergüenza, indignación, impotencia, decepción y desesperanza. Un sentimiento que crece en el ánimo de millones de personas en todo el mundo en relación con lo que sucede en Palestina. En el ánimo de los pueblos, pero no en la voluntad de sus élites políticas, salvo contadas y honrosas excepciones como España, Irlanda y Suecia que al menos han sido los primeros en alzar la voz ante la operación ‘borrado de Gaza’. En este conflicto entran muchas variables históricas y geoestratégicas, pero también cuenta mucho la religión, el nacionalismo, el odio y el miedo, los grandes motores de la historia. De todo ello, Oriente Medio acumula una larga y amarga experiencia. Y en el caso concreto de la pequeña franja que ocupa el Estado de Israel y los menguantes territorios (’bantustanes’ les llamaba Tony Judt por compararlo con el sistema de apartheid en Sudáfrica) en los que vive el pueblo palestino, el peso es, si cabe, mucho mayor. Demasiada historia y demasiada religión para un espacio geográfico tan pequeño. Tal vez por ello, porque Dios se ha situado en el centro, y parece que entre el río Jordán y el Mediterráneo solo hay espacio para un solo Dios, es por lo que estamos ante una guerra eterna de dimensiones bíblicas en la que el derecho internacional y el derecho humanitario han sido sustituidos por los libros sagrados. «Las guerras de Dios son las peores» nos dice Michel Wieviorka, porque «cuando el conflicto deviene en divino se convierte en milenario y exige el sacrificio de generaciones».

Impresiona el silencio de nuestras sociedades ante esta operación de exterminio de todo un pueblo y cómo nos dejamos influir o intimidar por la otra guerra, la guerra de las palabras, como argumenta la profesora Valentina Pisanty en su libro ‘Antisemita’. La ofensiva en gran parte de Occidente contra toda manifestación de apoyo a Palestina no conoce precedentes. Cualquier denuncia contra el horror y la impunidad en Gaza o contra la violencia y la ocupación ilegal de tierras en Cisjordania del actual gobierno fanático de Israel, se califica de antisemita o de ser partidario de Hamás. El objetivo es señalar, deslegitimar y aislar a los críticos, para así acallar o impedir su participación en la conversación pública.

Pero no podemos callar. Hay que explicar que en el corazón de la Europa de los valores y de la Ilustración, también se prohíben conferencias de expertos en la materia, por la sencilla razón de que son críticos con lo que ocurre en Gaza o Cisjordania, se rechazan artículos de opinión y se prohíben manifestaciones en favor de Palestina. Afortunadamente no sucede en todos los casos. España es también ejemplo de respeto a la libertad de expresión y conviene subrayarlo y ponerlo en valor. Este mismo texto, tal vez tendría dificultades para ser publicado e incluso podría sería motivo de interrogatorio policial o de expulsión en EE UU. La censura ha llegado a tal extremo que muchos optan por el silencio para evitar cancelaciones, sanciones o despidos. Se puede, y a mi juicio se debe, condenar el terrorismo yihadista y la abominable matanza del 7 de octubre de 2023, la agresión militar en Ucrania y el exterminio planificado del pueblo palestino. Y ello no te convierte en islamófobo, antirruso o antiisraelí. Y mucho menos en antisemita.

No sabemos cómo evolucionará la situación en Gaza y Cisjordania. Por el momento, gracias al apoyo económico, militar y diplomático de Occidente, van ganando los fanáticos ultranacionalistas y religiosos de Israel. Lo que tenemos son anuncios, muchas interrogantes y alguna certeza. La primera son los muertos: desde el 7 de octubre de 2023, han sido asesinados 1.200 israelíes y casi 60.000 palestinos, más del 80% de ellos civiles. La segunda, que la idea de dos Estados siempre encontrará la oposición radical de Israel. Otra certeza es que no se pueden matar las ideas. Solo desde la política, y con la implicación de países externos, será posible encontrar algo de luz al final del túnel. En caso contrario, seguirá la guerra eterna. Y no estaría de más, que la Unión Europea, por una vez, ejerciera el poder que tiene, que es mucho, para imponer a Israel sus condiciones, recuperase la brújula moral y valorase igual la vida de las personas, sea en Ucrania o sea en Palestina. La última certeza es que nada volverá a ser igual y que será muy difícil superar la barrera psicológica existente entre Israel y Palestina desde el 7 de octubre de 2023. Generaciones de niños israelíes crecerán en el miedo y el odio y generaciones de niños palestinos también. Pero si la comunidad internacional no es capaz de parar esta atrocidad, está catástrofe humanitaria sin precedentes, es que nos hemos resignado a abandonar toda esperanza.

La pregunta que debemos hacernos no es por qué se manifiestan los jóvenes contra el exterminio en Gaza, sino por qué solo se manifiestan los jóvenes. La creación de espacios de resistencia frente a lo intolerable empieza por uno mismo. Preguntándonos qué podemos hacer, a quiénes hemos de exigir, cuál es nuestro umbral de indiferencia y cómo se recordarán nuestros silencios dentro de unas décadas.

Joan Romero
Publicado en Levante.emv

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