Poblados Marítimos: el lector de Agatha Christie
“Los zombis han vuelto”. Lo comenta un matrimonio al inicio de la calle de la Reina, mirando a la Malvarrosa. Vienen de allí, parecen decir con sus ojos. Los zombis son los yonquis que acuden deambulando torpemente en busca de su dosis de caballo. Cuando hablan de ellos no hay miedo, sino más bien conmiseración. Él, que pide no identificarse, habla de ellos, de los zombis. “Cuando los ves tienen una mirada como de animal herido, asustado. Les ves y te preguntas: ¿qué les ha podido pasar? ¿Por qué están así?”. Otros, admite, le dan miedo, pero no sabe si son ellos los que tienen más miedo. A finales de los ochenta, vecinos y comerciantes de este barrio de los Poblados Marítimos organizaron patrullas nocturnas ante la escalada de criminalidad. La situación hoy no es, ni de lejos, como entonces, pero la marginalidad está ganando metros. A cada día que pasa. “Aquí lo que necesitamos es un ejército… pero de técnicos de servicios sociales”, comenta.
El pasado mes de diciembre dos personas, un hombre de 26 años y su suegra de 48, resultaron heridos de bala en el transcurso de un tiroteo en las Casitas Rosas entre familiares. Seis meses antes, en una operación policial contra la venta al menudeo, se detuvo a 11 personas en toda València; nueve eran de la Malvarrosa. La plaza Simón Bolivar está considerada como un punto negro por muchos vecinos. No es que el barrio fuera el más seguro de la ciudad, pero en la Malvarrosa no se veían tantos zombis desde hace tiempo. Con un añadido que les causa desesperanza: nadie les cita.
“Los políticos están todo el día hablando del Cabanyal pero nadie habla de nosotros”, comenta Eva, vecina. No es que no compartan la preocupación por el bienestar de sus vecinos del barrio de pescadores; más bien al contrario, entienden a la perfección sus problemas de convivencia, de exclusión social, de degradación del tejido urbano. Lo que sucede es que mientras perciben que hay algún esfuerzo por parte del consistorio hacia aquellos, que están en la agenda política, no hay nada para ellos. Nada ni nadie habla de la Malvarrosa. Se sienten abandonados.
Fue a mitad de legislatura que el alcalde Joan Ribó se llevó el primer gran rapapolvo de los vecinos del Cabanyal. El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, organizó una visita a las obras que estaba acometiendo Urbanismo para mejora de las canalizaciones. En el equipo del alcalde no entendían la visita hasta que fue demasiado tarde. Puig sabía a lo que se exponía, a la bronca, con frases tan duras para ellos como: “Nos estáis fallando”. Ribó no. El alcalde no era consciente del malestar, quizás porque no había tenido la confianza suficiente con su teniente de alcalde, Sandra Gómez, que es del Cabanyal y que tiene información de primera mano, de sus amigos, de su familia, de gente que no quiere sacar nada de ella y le cuenta la verdad. Gómez era consciente de que los tiempos del consistorio estaban siendo lentos.
Entre los vecinos se señala por ejemplo con el dedo a la concejalía de Vivienda, a María Oliver, a quien se le culpa de no haber sido lo suficientemente diligente para dar solución a los problemas de Vivienda que se están incrementando por la presión del turismo. También a los servicios sociales, pero como quiera que esta área está repartida entre los tres partidos del Govern de la Nau y la Generalitat, las culpas también están igual de repartidas. No habían visto respuesta a los conflictos. Y protestaron.
“De la Malvarrosa se habla demasiado poco”
El grupo de Facebook Jo soc de Cabanyal, muy activo, plantea de continuo estos problemas de convivencia. Pero, advierten vecinos como la periodista Helena P. Grau, en realidad están muy focalizados en determinados puntos. “Los problemas se dan sobre todo en la zona Cero o en el bloque de Portuarios, existen pero no se pueden generalizar y extender a todo el barrio”, explica. Aunque también cree que “de la Malvarrosa se habla demasiado poco”, piensa que, en algunos casos, la expresión “problemas de convivencia” inconscientemente se traduce “erróneamente” como que afecta a todo el barrio, cuando es una situación que “se puede perimetrar” en unos puntos concretos.
Eso explicaría porque en los Poblados Marítimos, pese a todo, se están dando episodios de gentrificación. Los inmuebles resultan atractivos para las empresas inmobiliarias más agresivas; hay problemas, sí, pero no en todas las calles, sólo en algunas. Y la proximidad con el mar es un dulce demasiado goloso para el capitalismo más depredador que donde hay una ventaja halla siempre un beneficio. Así que los vecinos más humildes se ven atrapados en una doble pinza: la que encarece sus viviendas y la que hace incómodas sus vidas.
En uno de esos puntos conflictivos localizados, el bloque de Portuarios, la experiencia de sus habitantes es muy poco complaciente con la gestión del Govern de la Nau durante estos últimos cuatro años. Diego Linares, portavoz de los propietarios, reconoce una cierta mejoría, pero eso no implica que se hayan conseguido los objetivos. “En principio sí que se ha notado un cambio de actitud fundamental”, explica, “de un Ayuntamiento depredador y demoledor, corrupto y autoritario, a un Ayuntamiento que ha frenado los planes de destrucción, que su proyecto de ciudad no es robar a manos llenas y que dialoga con los vecinos”. “El problema”, agrega, “es que en el Cabanyal es fácil olvidarse de eso porque el día a día ha cambiado poco; la zona cero sigue prácticamente igual y en el bloque de Portuarios no se ha movido nada”.
Lo más preocupante: que “el tema de convivencia se les ha ido de las manos”, apunta, antes de advertir, como ya hiciera hace dos años el portavoz de Salvem el Cabanyal, Tino Villora, del riesgo de un rebrote del racismo. El veterano activista social fue quien llevó la voz cantante durante las protestas contra Ribó. Entonces, mirándole a los ojos al alcalde, Villora le avisó: “Está apareciendo la xenofobia y entonces el problema será culpa suya”.
La ultraderecha no encuentra caladero
Por el resultado de los últimos comicios autonómicos, no parece que Vox haya obtenido réditos electorales considerables, no llegó al 10% de los escrutinios, si bien en al menos tres mesas del distrito rebasó el centenar de votos: dos en el Cabanyal y una en Beteró. Lo significativo es que con sus 2.678 votos superó a Unidas Podemos. Pero sólo es la mitad de la lectura. En realidad, en las autonómicas el voto fue mayoritario para las opciones de izquierda. No se ha cumplido esa idea de que los obreros votan a Vox. Al contrario, en los Poblados Marítimos gana la izquierda.
Los problemas que han afectado a toda la zona de los Poblados Marítimos, incluida Nazaret, han sido siempre estructurales, advierte Helena P. Grau. En Nazaret mismo, el más aislado de los Poblados Marítimos, el que siempre ha estado marginado y al que se le quitó el mar, las futuras obras de la Línea 10 del Metro se ven como la salida al final del túnel. No son la panacea, pero acabarán con un aislamiento que mal resuelve ahora la EMT, cuyas frecuencias y líneas han sido objeto de críticas a veces al consistorio. Aquí, por ejemplo, también se tiene en el punto de mira la gestión concejal de Movilidad, Giuseppe Grezzi, pero no por los carriles bici, sino por los cambios de línea y de frecuencia de los autobuses públicos. De hecho, el nuevo carril bici del puente de Astilleros, una propuesta que se planteó al PP y se ha ejecutado ahora, ha suscitado una recepción más positiva que negativa, según asegura Julio Moltó, portavoz de la Asociación de Vecinos de Nazaret.
El alto nivel de paro estrangula a Nazaret, como al resto de Poblados Marítimos, y el conflicto por la ZAL, que se suponía que iba a ser un alivio por ofertar empleo, no ha hecho sino que aumentar las suspicacias por parte de algunos vecinos hacia miembros del Govern de la Nau como València en Comú, cuya portavoz, Oliver, lidera ahora la oposición a su puesta en marcha. Oliver hace dos años consideraba que era imposible revertir la obra y que no tenía sentido oponerse a su apertura; su cambio de opinión ha sido criticado por sus socios de gobierno. Con todo, acuerdos con el Puerto de València, como el que ha acabado con el muro de la vergüenza y ha permitido que se abran puertas en él, hacen que en el balance de este barrio se encuentren haberes para el libro contable del tripartito.
La necesidad de una mejora de las infraestructuras como paso inicial a cualquier recuperación es algo que comparten desde la asociación de vecinos de la Malvarrosa. Su portavoz, Pau Díaz Boils, explica que están convencidos de que los problemas de exclusión y de drogadicción no se resolverán con más presión policial. “Hay un foco de marginación, que son las Casitas Rosas, que precisa de un trabajo de largo recorrido”, apunta. Mejores parques, recuperar inmuebles, arreglar calles. Hay mucho por hacer.
Por una Malvarrosa digna
Conscientes de la necesidad de la implicación de toda la sociedad, la asociación ha repartido lazos morados que cuelgan de los balcones, con pancartas que reivindican Por una Malvarrosa habitable, digna y sin drogas. Con necesidades básicas aún por cubrir (no tienen ni biblioteca, ni centro cultural, ni tan siquiera punto de internet gratuito), los vecinos admiten que a diferencia del anterior gobierno municipal (“que ni nos recibían”), los miembros de la actual corporación sí que parecen oírles, pero no actúan en consecuencia. Y sus problemas, indican, no se resuelven ni en cuatro ni en ocho años.
Frente a estos problemas estructurales el Govern de la Nau ha planteado el Plan del Grao o el Pla Especial del Cabanyal. Pero esta última propuesta urbanística que, supuestamente, era la más urgente, dicen algunos vecinos que es “manifiestamente mejorable”. Es un punto de apoyo para poner la palanca, pero sólo eso, dicen; aún queda mucho por pulir. Así lo considera Grau, quien señala que un “plan basado en el crecimiento desarrollista” no parece lo más adecuado para la València del siglo XXI. Desde su grupo han presentado 14 alegaciones que han apoyado más de 1.500 vecinos. No son los únicos. También Salvem el Cabanyal. Otros vecinos han propuesto una alternativa, una vía verde.
Las alegaciones son tantas, explica Felip Bens, que el PEC deberá salir de nuevo a exposición. Como consecuencia de ello, las medidas urbanísticas deberán ser reorientadas. Ante estos matices, desde el Govern de la Nau se actuó al principio con displicencia. Entre los vecinos se criticaron actitudes y respuestas, y se habló de “arrogancia”. Las sesiones informativas en el barrio no fueron precisamente idílicas y algunos vecinos plantearon incluso paralizarlo. Los arquitectos redactores del proyecto y Urbanismo siguieron adelante, si bien finalmente la Concejalía aceptó estudiar y hacer propias algunas de las alegaciones de la Asociación de Vecinos y de Salvem el Cabanyal; pero no son todas las que han planteado las numerosas entidades cívicas del barrio.
En este diálogo en ocasiones de sordos, la única realidad tangible es que los zombis han vuelto a la Malvarrosa. Pero los vecinos no se van. En 2018 la curva demográfica del distrito registró un aumento del número de residentes, por primera vez desde 2009. En la actualidad hay contabilizados 56.923 vecinos, de los cuales son extranjeros un 13,9%; de estas 7.931 personas foráneas, más de la mitad, 3.760, proceden de la Unión Europea. La edad media del barrio es ligeramente menor que la media de la ciudad (43,8 por 44,1).
Hay una comunidad joven, activa, muy presente en redes sociales, y muchas ganas de salir adelante, de, una vez superada la batalla, recuperar el esplendor de los mejores años que puede incluso que nunca existieran. No se rinden y quieren vencer. Así lo recalca Pau Díaz, de la Malvarrosa. “Nosotros reivindicamos nuestra dignidad; no somos quejicas, sino reivindicativos. No sentimos vergüenza sino orgullo de vivir en la Malva y por eso somos reivindicativos”, explica.
El orgullo es algo extensible al resto de barrios de los poblados marítimos. Todos sienten suyo su entorno y hacen gala de él. Los del Cabanyal, los de Nazaret… Son sus barrios. Son sus gentes. Quieren creer. Y con sólo fijarse un poco, encuentran motivos para ello. José C., ingeniero, residente en el linde entre la Malvarrosa y Cabanyal-Canyamelar, cuenta que en una ocasión, volviendo en el tranvía a su casa, descubrió a un vecino adolescente al que identificó; vive cerca de su casa. Se dio cuenta de que no estaba jugando con un móvil, de que, como en el chiste que circula por redes, estaba leyendo un libro. Miró la portada. Era una novela de Agatha Christie, una edición de los 70. Y pensó: “No todo está perdido”.
Carlos Aimeur
Artículo publicado en Valencia Plaza