España está acostumbrada a sentirse humillada por Marruecos por su dependencia en su frontera sur de los caprichos de un sátrapa como Mohamed VI. Esas humillaciones, que tienen mucho más que ver con las genuflexiones recurrentes a quien masacra al pueblo saharaui, que con que den la vuelta a una bandera española o con que el rey está de farra en París para no recibir a Pedro Sánchez, alcanzaron una nueva dimensión con un gesto de respeto protocolario por parte de la delegación española que se pasó por alto. Ponerle flores a un genocida.
Pedro Sánchez realizó una ofrenda floral en la tumba de Mohamed V y Hassan II, abuelo y padre de Mohamed VI, y antiguos monarcas alauís. El presidente del Gobierno, que se ha mostrado preocupado por cómo pasará a la historia, y en su panoplia de medidas habló de la exhumación de nuestro dictador del Valle de los Caídos como uno de esos honores, puso ayer flores en la tumba de otro dictador, igual de genocida que Franco. Un gesto que resulta especialmente doloroso para alguien, como yo, que valoró profundamente otro reconocimiento floral hecho por Pedro Sánchez sobre la tumba de Antonio Machado en Collioure. Porque es muy fácil manchar un legado.
Hassan II es uno de los peores criminales del norte de África. Su mandato fue de horror contra la disidencia, incluso cuando aún no había subido al trono y solo era el Mulay heredero, con Mohamed V al mando del país. En las revueltas del RIF en 1958 comenzó su andadura exitosa como criminal bombardeando, al mando de un ejército de 30.000 soldados y la aviación real, con napalm y fósforo blanco a los rifeños que luchaban contra Marruecos. Fue el comienzo de un periodo de represión brutal que se conocieron como los «años de plomo». No fue la única vez que el dictador realizó ataques con estas armas incendiarias contra población civil. La masacre de Um Dreiga fue uno de esos ataques con napalm contra ciudadanos saharauis en febrero de 1976. Asesinó a 39 personas, la mayoría niños y ancianos, que huían de la ocupación marroquí. Fue uno de los casos incluidos en un auto de la Audiencia Nacional de 2015 que pretendía procesar por genocidio a 11 mandos militares de Marruecos.
La represión salvaje de los marxistas fue una de las tareas fundamentales del hombre al que Pedro Sánchez puso flores. Abraham Serfaty es uno de esos hombres que lucharon por la libertad, era marxista, y fue con Nelson Mandela el preso político más longevo de África. Fue torturado con brutalidad como líder del partido Ila l-Amam, que rompió con el Partido Comunista de Marruecos por haber aceptado el Islam como religión y al monarca como líder. La organización de izquierdas fue perseguida con fiereza. Uno de sus miembros, Abdellatif Zeroual, fue asesinado por los servicios de seguridad marroquíes tras sufrir torturas en un centro clandestino. Haber honrado al responsable de estos actos con una ofrenda floral es una vergüenza difícilmente calificable que pasará desapercibida en la opinión pública más allá de este artículo lleno de impotencia.
Toda esta humillación para nada. Pedro Sanchez no logró nada de Marruecos. La reunión de alto nivel no consiguió absolutamente nada. No logró arrancar de Marruecos el reconocimiento de la soberanía española sobre Ceuta y Melilla, ni la apertura definitiva de las aduanas, ni un mínimo compromiso de respeto a los derechos humanos, pero siguió ahondando en el reconocimiento de Marruecos sobre el Sáhara violando la legalidad internacional, la ética, la moral y la justicia universal. Mientras, Unidas Podemos, de perfil, como siempre con el Sáhara. Lo supe desde el momento en que pregunté a Pablo Iglesias en una entrevista en Al Rojo Vivo, siendo aún vicepresidente, y tiró balones fuera diciendo que la posición en materia internacional la marcaba el presidente del Gobierno. Los derechos humanos son pisoteables cuando no hay rédito electoral. Pero mientras, lo justo, es seguir gritando que el Sáhara tiene que ser libre. Aunque solo lo hagamos cuatro locos idealistas.