Pues miren ustedes: ahora España sí va bien
Hay mucho que hablar sobre el ruido. Cuando se mezclan noticias, mentiras, murmullos, declaraciones exasperadas y dinámicas tendentes a la polarización, nos planteamos la falta de medida en algunos líderes políticos, los errores de estrategia en algunos partidos, la deriva degradante que viven algunos medios de comunicación y el malestar de nuestra democracia. Todas estas preocupaciones son muy razonables, pero antes de entrar a analizar la máscara tumultuosa conviene preguntarse por el rostro que pretende ocultar el ruido. Si la piel tapada ofrece un espectáculo en descomposición, todas las reflexiones serán por necesidad angustiosas. Pero si la piel goza de una salud aceptable, la meditación puede plantearse con serenidad y podemos dedicarnos a discutir sobre el ruido sin someternos a sus dinámicas.
Yo hice mi bachillerato durante el franquismo, estudié y empecé a trabajar como profesor universitario durante la transición y he vivido con esperanzas, decepciones y resistencias los años de nuestra democracia. Por eso quiero recordar algunas cosas.
Una de las peores herencias de la dictadura fue un extendido sentimiento de impunidad en los responsables públicos. Mezclar intereses de Estado con negocios personales estuvo a la orden del día bajo el amparo de una justicia ciega y una prensa cómplice. Ahora vemos entrar y salir de la cárcel a condenados de todos los sectores políticos y sociales. El espectáculo triste de los juicios por corrupción ha servido de aviso para comprender que la impunidad casi se ha acabado. Puede haber fallos, manipulaciones, injusticias, restos, pero estamos mejor que nunca.
La corrupción ha sido muy grave. Algunos partidos importantes llegaron a convertirse en verdaderas asociaciones para el robo organizado. Tanta fue su desmesura que incluso tuvieron que alimentar querellas nacionales, “España nos roba”, “No compren champán catalán”, para desviar la atención de sus fechorías a costa del dinero público. Incluso hay quien llegó a poner en marcha una policía paralela desde el Ministerio del Interior para vigilar a su tesorero y eliminar las pruebas de sus robos y sus sobres con dinero negro. Perdida la impunidad y avisados los culpables, estamos mejor que nunca.
El terrorismo fue una dolorosa lacra. El injustificable uso de la violencia nos llenó de dolor e indignación. Por si teníamos poco con los terroristas, hubo un destacado responsable de Gobierno que asumió de manera inmoral e incompatible con la justicia democrática los crímenes de una banda terrorista para matar terroristas, mezclando al Estado con la cloacas de la tortura y la violencia. Se ha valido una vez más de la impunidad y la complicidad de la prensa. Pero después de muchos sufrimientos la democracia consiguió vencer al terrorismo. Dentro del independentismo vasco perdieron el dominio los partidarios de la violencia. Convertidos en demócratas y unidos a otros demócratas independentistas que siempre lucharon contra el terror, hoy se presentan a las elecciones y no responden a las armas, sino a sus votos. Llevamos muchos años sin muertos, puede haber algunas declaraciones disparatadas, algunos malos usos del dolor, pero estamos mejor que nunca.
En cuestión de libertades individuales, igualdad de género y respeto a las diferencias, España ha dado pasos decisivos que la sitúan en la vanguardia de los valores democráticos europeos. La fuerza de nuestra cultura está ahí. Queda mucho por hacer, pero estamos mejor que nunca. Y algunos problemas serios, como la relación de nuestras costas con los seres humanos en patera, no son particularidades españolas, sino cuestión europea. Tampoco es enfermedad española la peligrosa degradación mediática, infoxicación o infodemia, que alienta a un populismo supremacista enemigo de los valores democráticos. Es triste ver algunas tertulias o cabeceras históricas tan degradadas desde los titulares de sus portadas, pero es una gran noticia que otros medios serios, antiguos o nuevos, hayan dejado de confundir el orden de los intereses de Estado con la mentira y el silencio ante los espectáculos corruptos.
Por lo que se refiere a las cuestiones laborales y sociales, tampoco podemos desgarrarnos. Estamos intentando salir de la crisis provocada por la pandemia de forma muy diferente a la experiencia vivida hace unos años. Se trata de ayudar a las mayorías, de evitar los golpes del empobrecimiento social, y no de aprovechar la ocasión para favorecer un mayor enriquecimiento de las élites. Las furiosas exigencias del neoliberalismo insolidario afectan por igual a España, Europa y los EEUU. Nos quedan cosas por hacer, pero estamos caminando.
Nunca ha estado España tan cerca de la Europa democrática y tan lejos de un país bananero dispuesto a confundir la patria con la impunidad, la irracionalidad y las soberbias antidemocráticas. Y nunca ha sido tan ineficaz el intento de usar estas soberbias antidemocráticas para justificar la falta de transparencia y la impunidad de algunos padres de la patria. Si llegan peligros antidemocráticos, no los resolverá un padre León, sino una sociedad consolidada, europea, transparente y constitucional.
Creo que conviene mirar bajo el ruido para ver el rostro verdadero de la sociedad española. A partir de ahí podremos analizar con serenidad todos los asuntos que forman parte del ruido, los retos que tienen por delante las democracias.
Luis García Montero
Artículo publicado en Infolibre