¡Qué Mono!
Así lo habrá dicho alguna mamá (o alguna abuela) viendo a su retoño manifestarse ardorosamente contra los políticos que no hacen nada para acabar con el cambio climático.
Claro que, dentro de diez o doce años, si sigue manifestándose en el mismo sentido, lo que oirá será a la policía diciendo “leña al mono”.
Y en estas dos expresiones queda reflejada la hipocresía de esta sociedad en relación con el ecologismo.
Aún recuerdo como, hace ya bastantes años, me llegó una propaganda de un grupo ecologista quejándose de la deforestación en la amazonia, pero la única solución que ofrecía era la de clasificarla basura para depositarla luego en los correspondientes contenedores, que habrá que ver cuanta mano de obra y cuanto dinero se habrán
ahorrado las empresas que se dedican a este negocio con el invento. Entre otros efectos, recuerdo que lo de clasificar la basura llevó a la ruina a multitud de marginados que se ganaban la vida con la recogida del cartón, pero, eso sí, hizo que una buena parte de la etnia gitana, apretada por la necesidad, se dedicara al negocio de los mercadillos que es mucho menos trabajoso y da más rendimientos.
Pero, recicles la basura o no, es evidente que eso no tiene nada que ver con la sobreexplotación de la amazonia, que es cosa de las grandes empresas madereras.
Y puedo jurar por los huesos de mi santa madre, que en gloria esté, que por mucha basura que clasifiques y deposites en su correspondiente contenedor, no lograrás acabar con la contaminación del aire de tu ciudad ni del agua de los ríos.
Ahora les ha dado por lo de los coches y en principio parece bien porque las ciudades tendrán menor contaminación. Solo que nadie quiere ver que la electricidad esa con la que los coches no contaminarán ha de ser producida por las grandes empresas eléctricas (que hay que ver lo mucho que se preocupan de sacarnos las perras casi siempre por procedimientos nada trasparentes y escasamente justificables desde la ética) y que contaminarán a gogó con las nuevas y necesarias centrales (que consumirán combustibles fósiles) para atender a la nueva demanda de electricidad que utilizan los nuevos coches.
Se pusieron a aullar por los rincones sobre la necesidad de disminuir el consumo de plásticos, pero lo único que han hecho ha sido autorizar a los super a cobrar por las bolsas, con lo que han aumentado su negocio, mientras que la inmensa mayoría de las cosas que compras (pan, carne, ensaladas, pescado, productos de limpieza, patatas fritas, almendras, yogurs, etc.) viene envasada en plásticos y de eso nadie se queja.
Va siendo hora de desenmascarar la propaganda oficial de que es la humanidad la que contamina. Yo soy humano, mientras no se demuestre lo contrario, y no contamino casi nada, y como yo hacen lo mismo la inmensa mayoría de las personas y especialmente los pobres, que ya os podéis imaginar lo poco que contaminan los masai, pongo por caso..
De esta propaganda que quiere echarnos la culpa de los excesos de unos pocos, lo más chirriante es el slogan ese de “los pequeños gestos son poderosos”, cosa que viene de la doctrina de Goebels de que una mentira repetida mil millones de veces se convierte en una verdad. Porque los pequeños gestos son eso, pequeños gestos, y poderosos son solo ellos, los que se lucran contaminando.
Los únicos que contaminan de verdad son los capitalistas, los dueños de las grandes empresas que, desde el principio del capitalismo, prefieren utilizar energía a pagar salarios, solo porque es más barata. No es la humanidad, son los ricos.
Juan García Caselles