Refugiados: Llamadas incómodas
El fin de semana del 3 y 4 de febrero, el Mediterráneo se ha vuelto a convertir en un mar donde no se pescan peces, sino personas, que no pocas veces pasan los últimos momentos de su vida ateridas de frío y miedo antes de perecer ahogadas. Son más de un centenar las vidas segadas frente las costas de Ceuta o Argelia solo en este fin de semana de febrero.
ONGs y asociaciones no dejan de denunciar la fosa común que representa el Mediterráneo y como la muerte amenaza a quienes osan intentar cruzarlo para pedir refugio. Este hecho forma parte de lo que los gobiernos europeos denominan política disuasoria, política de frontera y “política de seguridad”, una política que no se construye a partir de los cánones marcados por los derechos humanos establecidos en la jurisdicción internacional, sino sobre criterios militares y de guerra. Barcos, aviones y sistemas de detección en manos de ejércitos y policías son los que funcionan en la zona, en vez de dispositivos de auxilio y socorro.
Informes de diversas organizaciones como Proactiva Open Arms, Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras, CEAR o Save de Children, entre otras, resaltan como ese tratamiento de “guerra” a la situación se reproduce en cuanto los refugiados tocan Europa. Se les rechaza en frontera, de les devuelve a los países de los que procedían, se les encierra en cárceles y se les priva del derecho de deambulación. Muchas veces no se les ofrecen traductores y se les dificulta el acceso a su defensa.
Pero, sin duda alguna, si alguien está representando en este momento un grito incómodo sobre la situación es Caminando Fronteras y las llamadas diarias a salvamento marítimo que realiza esta organización, especialmente, a través de su cara más visible, la activista Helena Maleno, quien reside en Tánger.
Los avisos de Maleno se producen en cuanto una embarcación demanda ayuda. Es esta una labor que no para de salvar vidas y que ha sido fundamental en la condena del Estado español por parte de la Corte Penal Internacional europea por las devoluciones en caliente. A pesar de ello, o precisamente por ello, su voz quiere ahora acallarse. Maleno sufre un proceso judicial ante la justicia marroquí, bajo las acusaciones, contra ella y por extensión a todas las personas que intentan salvar la vida de quienes tratan de cruzar el mar, de supuesta colaboración con las organizaciones que trafican con personas, es decir, quienes cobran por subir a las pateras.
Hay que recordar que este proceso nació de un informe que la Guardia Civil española envió a las autoridades marroquíes. Un informe que, en el Reino de España, fue rechazado por la fiscalía y supuso el cierre del caso. Hoy la propia justicia marroquí reconoce que no cuenta más que con ese informe, que si no ha servido para encausarla en España. De momento, ni el Ministerio de Asuntos Exteriores, la embajada española en Rabat, ni ninguna autoridad han advertido a Marruecos del sobreseimiento español. Una delegación de la Coordinadora de Ongs se entrevistó hace pocas fechas con la legación diplomática española para pedir de nuevo su intervención a favor de Maleno ante la justicia marroquí, de momento, han escurrido el vuelto.
Castigar las llamadas de Helena Maleno y Caminando Fronteras no se van a resolver los problemas en la frontera sur de Europa. Bien al contrario, esos avisos incómodos, esos gritos a favor de los derechos humanos son los que marcan y determinan las pautas y el camino para evitar que el Mediterráneo continúe siendo un mar de muerte y de cadáveres flotando.
Carlos Girbau
Artículo publicado en Sin Permiso