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Rescate emocional

Santos Cerdán mira hacia la bancada del PP que pedía a gritos su dimisión durante la sesión del jueves 12 de junio en el Congreso. / RTVE

Pocos serán los votantes de izquierdas que se queden en su casa o voten al PP o a Vox para que vengan a arreglar lo de la corrupción y limpiar el sistema

Esta vez lo tenemos, Alberto, esta vez no es broma, te lo juro. No se escapa ni el mismísimo Houdini de esta jaula de euros, contratas y novias. Con la enorme experiencia atesorada tras casos como Gürtel, Kitchen o Granados, el Partido Popular sabe bien de lo que habla cuando aquello que te atosiga y persigue es la corrupción, que siempre acaba corriendo más rápido.

Hace bien Alberto Núñez Feijóo en seguir la máxima de no distraer a tu enemigo cuando se está equivocando y congelar la opción de la moción de censura. Se confunde al mantener el tono melodramático que le obliga a una carrera absurda para buscar una hipérbole nostradámica que supere a la que empleó el día anterior.

La realidad de la presunta red de corrupción tejida por Santos Cerdán, José Luis Ábalos y Koldo García suena tan catastrófica que añadir más catástrofe únicamente sirve para distraer la atención. Una moción de censura ahora supondría un regalo para los socialistas al desviar la atención del demonio interior hacia el enemigo exterior. El debate ya no sería cuántos corruptos quedan en el PSOE, sino quién quiere que le gobierne los próximos años. Y ahí la ventaja ya no parece tan clara.

A los populares les interesa que la conversación pública se mantenga en el PSOE, no en el Gobierno. Ya le llegará su turno. Las preguntas correctas para Núñez Feijóo son otras, pero debe tener cuidado al elegirlas. Cómo es posible que digan los socialistas y su líder que nadie lo sabía y nadie se enteró, según vamos conociendo que se trataba de prácticas tan regulares y sostenidas que habían devenido en rutinas pregrabadas, es una buena pregunta. Interrogarse, en cambio, sobre si alguien se cree que el presidente lo ignoraba, o incluso si aquello se perpetró bajo sus órdenes, puede llevar a odiosas comparaciones con José María Aznar y sus ministros condenados, o M. Rajoy y la contabilidad B. Seguramente la única ventaja que aún le queda a Pedro Sánchez reside en que no haya aparecido un P. Sánchez, o no se le haya escuchado en grabación alguna.

De todas las cuestiones planteadas ninguna es tan oportuna y potencialmente demoledora como interesarse por la conexión o no de la presunta trama con las finanzas del Partido Socialista. El informe de la UCO resulta demoledor en todo menos en la acreditación de que una parte de lo recaudado iba a las arcas del partido. El juez instructor, de momento, no ha incluido este asunto en sus actuaciones. Pero puede que se trate de una cuestión de tiempo. Sánchez llegó a la Moncloa tras una moción de censura provocada por la afirmación judicial de que el Partido Popular se había beneficiado de la corrupción. Núñez Feijóo puede haber iniciado el mismo camino. Únicamente le falta que alguien acredite fehacientemente la contaminación orgánica.

El tiempo y la investigación dirán. Mientras no aparezcan P. Sánchez o la pistola humeante que señale al partido, el gobierno de coalición tiene algo a lo que agarrarse. Pocos serán los votantes de izquierdas que se queden en su casa o voten al PP o a Vox para que vengan a arreglar lo de la corrupción y limpiar el sistema. Lo que los votantes del gobierno de coalición necesitan ahora mismo es una razón, alguna razón, para volver a las urnas con la papeleta en la mano.

Pedro Sánchez, curtido en docena y media de crisis, lo sabe mejor que nadie. Por eso su primera comparecencia no fue para contarnos el cuento de la auditoría, sino para pedirnos perdón. Mejor tarde que nunca. La corrupción supone un pozo negro para los socialistas en este momento. Pero su problema más urgente y acuciante pasa por tratar de rescatar emocionalmente a sus votantes. Resultó más relevante cómo lo dijo que aquello que dijo. Por primera vez en mucho tiempo, el campeón mundial de la resistencia, el líder implacable, programado para aguantar y vencer a cualquier precio, parecía humano, de carne y nervio, mortal.

El mensaje iba dirigido al corazón antes que a la cabeza de la audiencia o los votantes. Sánchez es uno de nosotros, también se siente engañado, con el agravante de que a él, además, lo han engañado. No es una percepción, es un hecho.

El rescate emocional de una base electoral que se mueve entre el cabreo, la tristeza y la decepción constituye la única opción que le queda a Pedro Sanchez y su gobierno. Todo lo demás, las políticas, progresistas, los buenos datos macroeconómicos o el temor y la desconfianza que suscitan la posibilidad de un gobierno de derecha, extrema derecha, funcionarán como elementos movilizadores mientras se mantenga activa la conexión emocional que te lleva a preferir a un presidente, que “no es perfecto y tiene muchos defectos”, pero que representa lo que a ti te importa. Lo malo es que los sentimientos cambian con facilidad y las razones tienden a permanecer.

Antón Losada
Publicado en Ctxt

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