Sentir la bota
Todos los informes técnicos confirman que los acuerdos de Escocia son imposibles de cumplir. Lo que se ha pactado es por tanto una señal. Trump lanza el mensaje de que los vencidos van a pagar más por su protección.
Ha llegado agosto, pero nadie descansa. Aliviados por la brisa fresca tras las tormentas, a la espera de la nueva ola de aire africano, intentamos disponer la mente al ajuste que viene impuesto por la nueva posición de poder de USA. Nos equivocamos si nos centramos en el cinismo y nihilismo de Trump. No son esos vicios filosóficos las claves de la situación. Se llama razón de Estado. Quien estudie la vida del Estado la descubre en muchas épocas. La personalidad de Trump es idónea porque resulta creíble para hacer lo que USA necesita, preservar a toda costa su predominio mundial en el futuro.
No ha existido otro poder en el mundo tan capaz de analizar políticas preventivas de su decadencia. Ningún otro poder tuvo tanta inteligencia para definir escenarios en que podría perder su dominación. Ahora necesitaba endurecer sus condiciones imperiales y debía encontrar la persona capaz de actuar en escenarios de tensión. Trump es esa persona.
Pero la buscó el movimiento MAGA, que no es cinismo ni nihilismo, sino una formidable revolución cultural en los Estados Unidos y, con ellos, en el mundo. Las alarmas acerca de la decadencia de los Estados Unidos son firmes. Si vemos la capacidad de ahorro de las familias norteamericanas está en una media de aproximadamente 2.000 dólares anuales. Las familias alemanas ahorran 18.000. Europa tiene capacidad de ahorro y Estado Unidos, no. USA quiere una parte de ese pastel.
Quiere que ese ahorro se invierta en los Estados Unidos y eso es lo que ha pactado la señora Von der Leyen en Escocia. Pues el plan de Trump puede funcionar si, y solo si, la economía estadounidense entra en una fase expansiva sin inversión pública. Dada la deuda pública, tal cosa no solo es imposible sino indeseable. Se requiere inversión privada. Europea, ante todo. Para hacer posible la inversión privada americana, se deben bajar impuestos y, para compensar al Estado, se imponen aranceles. Estos irán directamente a las arcas del Estado y se espera que, si aumenta la producción interna, no se imputen a los consumidores como inflación.
Es un encaje de bolillos, como ya he dicho en estas columnas, pero lo decisivo no es que salga bien, sino el ajuste mental. Eso se ha exigido a Europa, una alineación política en esa dirección. Von der Leyen la ha firmado. Aquí tampoco hay necesidad de escandalizarse. El imperio romano, cuando vencía a un pueblo, le ofrecía dos opciones. Esclavizarlo o declararlo socio. La condición de socio no era incompatible con la de vencido, y esta condicionaba estructuralmente la relación. Eso es Europa. Los que no se dejaron deslumbrar por las apariencias, como Patricia Highsmith, hablaron con ironía del amigo americano.
Todos los informes técnicos confirman que los acuerdos de Escocia son imposibles de cumplir. En realidad, son abstractos y carecen de capacidad coactiva; comprometen a las empresas y a los fondos de inversión, que no reciben órdenes directas de los Estados. Lo que se ha pactado es por tanto una señal. Europa lanza el mensaje a sus operadores de que ese es el horizonte. Trump lanza el mensaje a los suyos de que los vencidos van a pagar más por su protección. Este es el signo fundamental para ellos de que Estados Unidos recupera su grandeza. Japón lo ha entendido antes que Europa, porque está más solo que ella. Ha cedido de forma inmediata.
En este sentido, lo más importante del pacto de los aranceles del 15 % es que Europa se alinea con Estados Unidos en su desconfianza respecto de China. La visita de Von der Leyen a Pekín no fue una humillación, como afirma el antieuropeísmo insensato de los reels de Spanish Revolution. Fue la demostración ante Trump de que las distancias con China aumentan, que Europa se alinea en contener la sobreproducción industrial de Pekín, y que no aprovechará la ocasión para intensificar sus negocios con el gran poder oriental. Una vez más, por debajo del comercio está la geoestrategia. Si China se ha hecho rica por el comercio mundial, Estados Unidos quiere hacer lo mismo.
Y este es el ajuste fundamental. Neoliberales fundamentalistas dentro, antiglobalistas fuera. Generar un área comercial occidental en beneficio de USA y aislar a China todo lo posible. Esto es lo que ahora se está dilucidando en la negociación con India, muy sensible a la rivalidad con Pekín, pero muy dependiente de Moscú. O con Brasil. Que Trump anuncie que serán economías muertas cuando tengan que sufrir los aranceles que piensa ponerles, ofrece una clara señal del argumento. Si India quiere protección respecto de China, tendrá que pagarla. Si Brasil se alinea con ella, el 50 % de arancel.
Por supuesto, la ilusión de disponer de capacidad de presión sobre Putin estalló por los aires. Los ultimátum de Trump respecto de la Guerra de Ucrania son la parte más ridícula del personaje. Como siempre, la diplomacia es la piedra de toque de la seriedad de la razón de Estado, y Trump es un desastre. También lo es en su relación con Israel, por mucho que no haya fuerza ni divina ni humana que produzca una separación geoestratégica entre los dos Estados. Pero en todo modelo imperial, cuando la bota deja de ser potencial y se siente en el cogote, los Estados socios siempre quedan al cuidado de infinitos detalles. Y ahí explorarán el margen de libertad que puedan tener. Esa será también la obligación de Europa en un mundo brutal, entregado a las duras realidades de poder sin contención normativa alguna».
José Luis Villacañas
Publicado en Levante.emv
Publicado en Levante.emv