Ser “padres” también se compra
Hay cuestiones que tienen muchos puntos de vista, muchas emociones a flor de piel, y graves implicaciones morales. En este caso se encuentra la gestión subrogada o conocida como “vientres de alquiler”.
Una cuestión controvertida porque requiere “el encargo y compra” de un bebé mediante un acuerdo contractual. De la misma forma que alguien compra un piso, un coche, o cualquier otro bien material. El problema grave es que aquí se compra un bebé.
Los defensores defienden el derecho a ser padres, el altruismo de la gestante (claramente en cuestión cuando se establece por medio contrato, condiciones, dinero, etc) y la libertad de la mujer de decidir qué hace con su cuerpo. Una libertad muy cuestionable, porque a las mujeres no nos gusta parir por parir, y mucho menos, deshacerse fácilmente de la criatura con la que se han establecido vínculos biológicos y emocionales. Sencillamente es una cuestión económica. La mal llamada libertad reside en las mujeres con pocos recursos económicos, con pobreza, con necesidades normalmente para mantener a sus otros hijos.
En definitiva, se trata de la “venta y compra” de bebes. Algo que en España está prohibido.
Queda el primero de los argumentos, sobre el que la mayoría de quienes optan por la gestación subrogada defienden: el derecho a ser padres.
La pregunta obvia es: ¿existe derecho a ser padres?
En mi opinión, no existe el derecho. La sociedad y la ciencia hacen lo posible para mejorar la salud y las condiciones económico-sociales para que las personas puedan ser padres en las mejores condiciones, pensando, sobre todo, y de manera especial, en la nueva vida. Sin embargo, de ahí a consentir que se pueden “comprar” niños existe un gran tramo.
En este caso, además, acaba confundiéndose el deseo, la ilusión, la apetencia, incluso el capricho, con un derecho. Lo que resulta peligrosísimo, porque los derechos son limitados y deben ser universales, mientras que los deseos son infinitos y particulares.
Hay otras formas de ser padres que la sociedad democrática regula como las adopciones. También existen condiciones fundamentales para poder adoptar, entre ellas, tener al menos 16 años más y 45 menos que el menor a quien se quiere adoptar. Porque lo que se procura siempre no es garantizar el capricho del adulto sino el bienestar del niño. La ley de adopción está ideada para proteger la infancia.
Ya sabemos que luego una persona más joven puede enfermar, morir o cambiar las condiciones de su vida. Pero ser madre con casi 70 años rompe todos los cánones del raciocinio.
No dudo que la “madre abuela” tendrá dinero suficiente para mantener al niño, garantizarle sus estudios, y procurarle una vida económicamente estable. Pero eso no es todo, y justamente, esta mujer lo sabe sobradamente. Sabe lo amarga que puede ser la vida, aunque dispongas de dinero suficiente: porque todo no se compra con dinero. Y mucho menos, una nueva vida que deberá enfrentarse, en primer lugar, a saber quién es, de dónde viene y el por qué.
Si las dos primeras preguntas ya son complejas de responder, y seguro que llegará el momento que pida explicaciones, la tercera de las cuestiones, el por qué, es mucho más difícil. No basta que diga “porque estoy sola”, “porque ya no tengo alegría”, “porque no tengo a nadie con quien celebrar un cumpleaños”.
La compañía no se compra. La soledad se combate de otras formas. La inutilidad de una vida adulta se puede solucionar de mil maneras. Sin embargo, lo que ha hecho es sencillamente comprar un bebé porque puede, porque tiene dinero, igual que si hubiera comprado un cachorrito de perro para sacarlo a pasear y ponerle un trajecito.
Resulta peliagudo juzgar moralmente. Pero, cuando el dinero está por medio, cuando constituye el elemento que permite romper toda relación sana entre iguales, cuando enturbia hasta el sentimiento del amor, no parece que sea la forma más conveniente para un nacimiento. ¿En algún momento alguien ha pensado en cuál será el futuro de este bebé y las explicaciones que necesitará para forjar su dignidad?
Ana Noguera