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Sobre renta mínima y obispos católicos españoles

A Jesús de Nazaret, según los Evangelios, le preocupaba fundamentalmente la grave situación económica y social de su pueblo, oponiéndose y criticando severamente a un poder, a un sistema, que no solo le volvía la espalda a la mayoría de la población, sino que incluso lo explotaba, lo hacía siervo y esclavo, y se deshacía de él sin el menor escrúpulo. Jesús de Nazaret convivía con la pobreza, que se encontraba en cualquier esquina, aldea, campo o ciudad. Su principal discurso, las Bienaventuranzas, lo comienza apostando por las personas empobrecidas, porque de ellas es el “Reino de los Cielos”. Jesús apostó por los pobres-pobres (nada de endulzarlo con la traducción de pobres de espíritu, invento posterior de Mateo), por los hambrientos, los que no tienen techo, los que no tienen tierra para cultivar y trabajar, los niños muertos de frío y de hambre, las mujeres rechazadas y lapidadas por un patriarcado que las degradaba y las mataba. Para Jesús “El Reino” no es una promesa para después de la muerte, es un estado de vida digno para el presente, que después de veinte siglos podemos traducirlo en la Carta Universal de los Derechos Humanos. Para Jesús el mayor de los pecados fue el del rico Epulón que deja al pobre Lázaro en la calle y con el plato vacío. Este es el verdadero pecado del mundo, no los relacionados con alcobas y placeres da la vida. Para Jesús Dios toma partido por los empobrecidos, por las injusticias y desigualdades de este mundo. Pero no solo opta por los pobres, sino que maldice a los ricos como bien expresa en la segunda parte de su discurso de las Bienaventuranzas. Maldice a los ricos que están hartos de la buena vida, los que desprecian a los pobres, riéndose de ellos con inquina, minusvalorándolos.

Jesús, además de denunciar la injusticia que provocaba tanta pobreza, se pasó su vida “curando” a los enfermos, no en sentido milagrero, sino en el sentido del cuidado, de estar a su lado, ayudándoles a superar la enfermedad.  Amar, apoyar, aliviar, apostar, cuidar, tocar, mirar con ojos humedecidos y denunciar, son verbos que le identifican. Se pasó su vida conjugándolos y por eso lo mataron. No fue ningún chivo expiatorio redentor de pecados, fue un ser humano a favor de sus iguales y de la naturaleza.

Hoy en día, vemos a los eufemísticamente llamados “apóstoles de Cristo”, los obispos y semejantes, posicionarse en contra de la Renta Mínima Vital Permanente, argumentando que hay “grupos amplios de ciudadanos que corren el peligro de acabar siendo subsidiados”. ¿A qué tienen miedo, a perder una clientela subsidiada por su asistencialismo, a dejar de rentabilizar el reparto de bolsas de alimentos y limosnas? Entre justicia social y beneficencia es evidente cuál es su opción, la contraria del que dicen seguir. Su posicionamiento recuerda al de los nuevos ricos “Epulón” del siglo XXI.

Por otra parte, se atribuyen el derecho, ellos que viven en casas y palacios de confort, de criticar a los políticos porque no están a la altura de las circunstancias para gestionar la crisis del coronavirus, ellos que viven del “subsidio permanente” de millones y millones de euros, gracias a un Estado que no acaba de ser aconfesional. Han inmatriculado miles de bienes que no son de su propiedad, explotándolos para sus propios beneficios. Invierten en fondos de inversión, fondos buitre, con los beneficios obtenidos en las ventas de entradas de monumentos como La Mezquita de Córdoba, haciendo de su Obispado y Cabildo el más rico del país. Viven de los privilegios fiscales del Concordato. Se pasan toda la vida sin desarrollar una profesión. ¿Acaso ser cura u obispo es una profesión, un trabajo o debiera ser una dedicación altruista?

Tenían que haber sido los primeros, por lo que dicen ser, en poner sus hospitales al servicio de toda la población. Tenían que haber prohibido a sus emisoras difamar y transmitir bulos. Tenían que haber sido los primeros en pedir no solo una Renta Mínima Vital, sino una Renta Básica Universal, que asegure una vida digna a todas las personas y familias, que termine con la pobreza infantil que sufren millones de niños en este país.

Han tenido hermanos en el episcopado dignos de seguir sus pasos como Herder Cámara, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga, el actual obispo emérito Santiago Agrelo, o los curas implicados con sus pueblos o sus barrios como Diamantino García Acosta y Enrique de Castro. Sin embargo, están más cercanos a la vida principesca y al mensaje inquisitorial de Rouco Varela, quien disfruta de un ático regalado de 359 metros cuadrados, situado en la céntrica calle madrileña de Bailén, exento de pagar el IBI. Son los actuales escribas y fariseos que denunció Jesús de Nazaret: “¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario eso no es nada; más si jura por el oro del Santuario, ¡queda obligado! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro?” (Mt, 23, 16-17). Termino con una cita del libro “Otro Dios es posible” de los hermanos López Vigil: “Después de lo que he visto y oído (habla Jesús de Nazaret) te confieso que siento tristeza. Tristeza y cólera. Los de arriba, los de siempre, han secuestrado mi mensaje. Han dicho lo que yo no dije. Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Pero éstos han fabricado un dios a imagen y semejanza de ellos, del tamaño de sus bolsillos”.

Miguel Santiago Losada
Artículo publicado en Comité René Cassin

 

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