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Sonrisa musulmana

¡Ay, los ya vetustos Felipe González y Alfonso Guerra! ¡Junto con el tétrico aragonés Lambán, el a mi juicio intolerable presidente de Castilla-La Mancha y los demás envidiosos “socialistas” de Pedro Sánchez! ¿Envidiosos? ¡Cómo me atrevo! Claro, ningún macho, ni de aquí ni de fuera, de izquierdas, de centro o de derechas –da igual– admite ni admitirá públicamente haber envidiado nunca a nadie. Odiado, despreciado, desdeñado, sí: esto es muy varonil. Pero envidiado, no, en absoluto, no y no. Yo, que vengo de un país de envidiosos, según mi ilustre paisano James Joyce –que mucho sabía del tema–, estoy convencido de que Sánchez suscita una cantidad ingente del pecado mortal correspondiente, no solo entre los dioses caídos de la vieja guardia socialista, y algún aspirante nuevo, sino también entre la hueste de mediocres de la otra bancada, empezando con el de Ourense –ese hombre de cera fabricado en no sé qué laboratorio gallego–, el indecible Sémper, el cardenal Bendodo, y el otro y la otra (no voy a nombrar a ninguna de ellas por elemental cortesía). ¡Claro que le envidian! ¿Cómo iba ser de otra manera? Son muy conscientes de que Sánchez les supera en todo, no solo en altura física y buen ver, sino en el “saber estar” internacionalmente, en lucidez, soltura y mesura ante las cámaras (sin necesitar leerlo todo como ellos) y haberse tomado la molestia, tiempo atrás, de aprender otros idiomas, sobre todo el inglés, imprescindible para cualquier político europeo con autorrespeto, diga lo que diga el susodicho nativo de la tierra del rey celta Breogán, para quien basta con un traductor (o sea, traidor).

Lo más inaguantable para la fachosfera en estos momentos es la valentía y determinación con las cuales Sánchez se ha opuesto a los sionistas genocidas y al impresentable loco inculto, megalómano, mentiroso compulsivo y machista grotesco que los yanquis y “latinos” han instalado por segunda vez en la Casa Blanca (en vez de un manicomio). Sánchez ha insistido, con razón, en que este país no va a ser lacayo o vasallo de Estados Unidos, en que España se niega a ponerse de rodillas ante nadie. Seguro que una mayoría de españoles están de acuerdo. Aquí el único, el único, entre los del PP que tuvo la decencia, la hombría de bien, en un primer momento, de decir lo que pensaba realmente del payaso de Trump, o sea Esteban González Pons, se ha refugiado desde entonces en el mutismo más absoluto, como un cartujo en clausura. ¡Algo le habrán aconsejado sus compañeros de partido! Nadie más del PP, que yo sepa, ha criticado públicamente al inefable Donald. Son infantiles, patéticos y cobardes. Quieren mandar y nada más, son los de siempre (olvidémonos de “leal oposición” al estilo británico).

El viejo Felipe González votará en blanco, en fin, si Sánchez sigue. La disyuntiva la tiene clara: o PSOE o Pedro, como si fuesen incompatibles. Parece haberse olvidado de los GAL (¡ah, Barrionuevo también es antisanchista!); que fue él y no otro quien puso a la cabeza de la Guardia Civil, nada menos, ¡nada menos!, a un chorizo de nombre Luis Roldán, que tenía detrás un historial más que dudoso, y que luego huyó. Acabo de enterarme por Internet de que abandonó por fin este mundo hace un año. Que Dios lo tenga en sus brazos. También González parece haberse olvidado del engaño que suponía el lema de “OTAN, de entrada no”. Por aquel entonces yo andaba dando conferencias por el territorio sobre Lorca y noté la aguda inquietud que suscitaba el tema de la Alianza en los ayuntamientos dirigidos por el PSOE. Antes de empezar una de mis charlas, el alcalde de turno me pidió que, si alguien del público me preguntaba qué habría pensado al respecto el autor de Poeta en Nueva York, no dijera, por favor, que habría estado en contra de la adhesión. Luego, inevitablemente, pidieron mi opinión. Hubo después, en la cena, una hostilidad que no olvido, incluida una diatriba contra mi persona de la esposa del edil en cuestión.

Cuando el fracaso del golpe de Tejero, la consiguiente inmensa mayoría del PSOE en las elecciones y los catorce años de Gobierno, González y los suyos habrían podido, como mínimo, limpiar el país de símbolos del franquismo. No lo hicieron. Espero no equivocarme, pero creo que, preguntado por Juan Luis Cebrián, Felipe admitió que no tuvieron la valentía de arriesgar una posible confrontación con el Ejército, y que resolvieron que era mejor esperar (por cierto, no me sorprende ver que Cebrián, antisanchista radical, ha firmado el manifiesto de ex ministros socialistas y otros pidiendo elecciones inmediatas.)

Y, luego, Alfonso Guerra. Me han decepcionado profundamente sus palabras hostiles, aunque intuía que se iban a articular. En tiempos pasados, todos nuestros representantes en el Congreso reían sus ocurrencias. Daba gusto: cuando empezaba a hablar sabíamos que, en cualquier momento, iba a soltar un comentario o chiste desternillante, y ello creaba una gran expectación y el consiguiente jolgorio. ¿Y ahora? Se las da de ser un gran entendido en Antonio Machado (que poseía un sutil sentido del humor y tuvo la corazonada de atribuir a uno de sus poetas apócrifos la genialidad de “Sevilla sin sevillanos, ¡qué maravilla!”), pero su antisanchismo visceral induce casi a creer que no ha leído con atención –o que sufre de amnesia– el Juan de Mairena.

Estoy releyendo una selección de los artículos de Mariano José de Larra, uno de los más destacados columnistas españoles de la historia. El hombre, como se sabe, se pegó un tiro en 1837, a los 28 años, harto de sus paisanos y, a lo mejor, de sí mismo también. O sea, hace una nimiedad de casi 200 años. Cada frase suya es tan relevante hoy como entonces. “Nueva Penélope, la España no hace más que tejer y destejer” es una de mis preferidas y siempre la tengo presente. Claro, la esposa de Ulises, “desaparecido” durante una década, había prometido no elegir entre sus múltiples pretendientes hasta no terminar su tapiz, que deshacía cada noche, siempre esperando, contra viento y marea, la vuelta del héroe. ¿Cómo se le ocurrió a Larra la genial comparación de once palabras, cada una en su sitio? Es un milagro.

Dichos artículos casi me han convencido de que este país no tiene remedio, sobre todo porque los dueños de siempre no aceptan que el español lleva en las venas diversos componentes étnicos. Que es un mestizo hecho y derecho. Es decir que siguen manteniendo el fake news puesto por Lope de Vega en boca del protagonista de su Peribáñez y el comendador de Ocaña (publicado en 1616, casi coincidiendo con la Segunda Parte del Quijote):

«Yo soy un hombre, aunque de villana casta,

limpia de sangre y jamás

de hebrea ni de mora manchada».

¿Cómo diablos sabe el campesino inculto, con convicción inamovible, que tiene sangre tan inmaculada? ¿Quién se lo ha demostrado, quién le ha convencido de ello? Esto fue hace cuatrocientos años, pero hoy siguen entre nosotros los Péribáñez, los negacionistas. Sin ir más lejos, el maurófobo Santiago Abascal, que seguramente se encuentra muy feliz con su físico y contempla su cara con embeleso cada mañana en el espejo de turno. ¡Cuando es el mismo rey Boabdil II o III! Su procedencia racial es evidente, lo cual a mí me parece de perlas. Si no me cree, que se haga por favor una prueba de saliva.

Hay que estar loco para creer que ser portador de una mezcla de sangres, idiomas y culturas es deleznable. Y para no entender que, todo lo contrario, supone una enorme riqueza potencial. Sería útil que quienes se declaran católicos recordasen de vez en cuando que Cristo es un judío que se rebela contra los sacerdotes fanáticos del Jerusalén de entonces (saduceos, fariseos y demás) y les recrimina por su hipocresía, su obsesión con la letra de la ley en vez de su espíritu (y por permitir, además, que se hagan negocios en el Templo). Pero no, las derechas de esta parte, que no le hacen ningún caso a Jesús y su mensaje de amor al prójimo, siguen considerándose “cristianos viejos”, lo cual les confiere el derecho a perpetuarse, in saeculo saeculorum, como los amos de la finca. Por ello el país, que podría ser un faro de civilización mundial, un incomparable puente entre Oriente y Occidente, una llamada a la concordia universal, se encuentra donde está desde 1492 hasta hoy: en la inestabilildad y la incultura permanentes.

Hay que estar loco para creer que ser portador de una mezcla de sangres, idiomas y culturas es deleznable. Y para no entender que, todo lo contrario, supone una enorme riqueza potencial
Lo cual me devuelve, tras el desahogo, al título de esta columna. Me lo ha inspirado Zohran Mamdani, el carismático musulmán del Partido Demócrata que acaba de triunfar en las primarias de Nueva York, y quien se declara socialista, lo cual, claro, es perfectamente compatible con su fe religiosa. Según leo, el sonriente Mamdani tiene todas las de ganar en noviembre. ¡Ojalá sea así! Y ojalá un día las derechas españolas reconozcan la inmensa aportación de los mahometanos al crisol cultural que, quieran o no, constituye la Península Ibérica.

Ian Gibson
Publicado en Infolibre

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