Su prohibición evidencia nuestro triunfo en la ternura
En la tertulia anuncian que, en el Ajuntament de València, VOX y el PP han prohibido una celebración que se llama Cabalgata de las Reinas Magas de Enero, las Magues de Gener. La mera idea de las reinas magas nos habría parecido entonces un tráiler disparatado de la realidad a rechazar. «Son tres y reparten ilusión entre los niños. No vienen en camello, sino en sidecar. No son reyes, sino reinas. Son las magas de enero de Valencia. Les presentamos a Libertad, Igualdad y Fraternidad. Y precisamente ésos son los valores que representan». Así lo contaba en este mismo diario una crónica de 2020. «Una tradición heredada de la Segunda República, que se recuperó hace cinco años con la entrada de Compromís en el Ayuntamiento».
Pasó el tiempo y vimos multiplicarse las vidas de mujeres narradas desde la ternura. Poco a poco —no nos dimos mucha cuenta hasta el final—, la resaca y el cinismo empezaron a no parecernos tan buena idea. No nos trasladamos a vivir al campo ni llegamos a hornear el pan de casa, pero algo que no sabría situar en el tiempo ni el cuerpo, nos empujó a empezar por las caricias. Pasar las yemas de los dedos por el rostro de la amiga, sin que tiemblen, sin haber perdido la consciencia.
En la tertulia hay dos tipos de ideas conservadoras, o ultraconservadoras, una ya no sabe. «Los Reyes Magos son los de toda la vida», farfulla uno, «Melchor, Gaspar y Baltasar». Se declara contrario a cualquier otra idea de «cabalgata», aunque no sea el mismo 5 de enero, aunque no aspire a suplantar las cosas de los católicos. Hay un asco agrio en sus palabras, asco por las mujeres que se visten de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pero no por esos principios, sino porque le parecen cosas de mujeres.
Pienso en nosotras entonces y en lo que consideramos, desde nuestros flamantes puestos directivos, nuestros disfraces de hombres de éxito y nuestras francachelas nocturnas, «las cositas de las mujercitas». Sentada frente a los hombres contrarios a las Magues de Gener valencianas, siento por ellas una ternura enorme y jugosa que me hace sonreír. Y pienso en mí misma, en aquel tiempo en el que me habría burlado de cualquier manifestación de ternura, educada en la idea de que las iniciativas de las mujeres resultan grotescas, sobre todo cuando oponen a las del patriarcado unas formas distintas de mirar. El otro hombre, que ha permanecido hosco y en silencio, solo dice una frase: «Son unas payasas». Tuerce la boca en una mueca despectiva, desdeñosa y cruel.
Entonces siento con una claridad compacta la certeza de que hemos cambiado el daño por ternura. De que la ternura se encuentra en el centro de nuestra divina transición hacia la vida. Pulsión de vida contra pulsión de muerte. Ternura contra el cruel cinismo. Sí, pero los que ese cinismo desalmado esconde no es otra cosa que el miedo a conmoverse. Su desprecio es nuestra fuerza. Su prohibición, la evidencia de nuestro gozoso triunfo.
Cristina Fallarás
Publicado en Público