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Templos, sinagogas, mezquitas

El debate sobre las raíces cristianas de Europa, en el entorno de la Constitución europea, encubría la cuestión del pluralismo y el mestizaje, y exaltaba una identidad monocorde y excluyente. El banco de prueba era la inmigración que planteaba la vieja contienda entre identidades. Y lo que estaba en juego era quién merece entrar en Europa y quien no, ya que la identidad  debía primar sobre la defensa de la solidaridad, que se descalificaba, por algunos,  como: “las genéricas exaltaciones de la solidaridad y del primado de la caridad evangélica –se decía– son más bien buenas intenciones que útiles soluciones cuando se confrontan con la complejidad del problema y la densidad de la realidad factual”.

Un buen ejemplo de ello fue la carta pastoral (13-10.2000) del  cardenal de Bolonia, al reclamar del Gobierno italiano una política que favorezca la entrada de inmigrantes católicos, para “salvar la identidad de la nación”: fuera de las fronteras italianas deberían quedarse, a juicio del cardenal BIFFI, los inmigrantes musulmanes ya que “Italia no es un territorio deshabitado, sin historia y sin tradiciones vivas, sin una inconfundible fisonomía cultural y espiritual, que se pueda poblar indiscriminadamente, como si no existiera un patrimonio típico de humanismo y civilización que no debe perderse. No todos los inmigrantes están en condiciones propicias para una pacifica y fructuosa convivencia… Tienen un derecho de familia incompatible con el nuestro, una concepción de la mujer muy lejos de la nuestra (hasta admitir y practicar la poligamia). Sobre todo, tienen una visión rigurosamente integrista de la vida publica”. “O Europa regresa al cristianismo o se volverá musulmana”.  Por aquellos días, la xenófoba Liga Norte concluía: “a partir de ahora nadie podrá definir la inmigración como un hecho positivo”. Y el más ilustre pensador del laicismo  Giovanni SARTORI en LEspresso elogiaba al Cardenal frente al buenismo cristiano: “ya basta de éticas de principios; bienvenido al Cardenal que recuerda la ética de la responsabilidad”,

Cuando la presencia de la inmigración amenaza la identidad, es que no existía o era muy frágil. Cuando la poligamia de mi vecino me hace cuestionar mi matrimonio, es que no había matrimonio. La experiencia cristiana cabe más en una Europa cosmopolita cuyos valores no están vinculados a ninguna herencia particular. Los que serán capaces de reinventar Europa, son hoy como ayer los que resisten ante todos los totalitarismo excluyentes, los que se oponen a las guerras desde la defensa de la dignidad humana, los que rescatan del naufragio a los que huye de la pobreza y la violencia, los que apuestan por el mestizaje, el pluralismo y el universalismo de bienes de justicia accesibles a todos los seres humanos.  Basta una mirada por nuestros pueblos para percibir que somos griegos e iberos, romanos y judíos, árabes, cristianos y gitanos. Somos un pasaje de incorporación y no de exclusión, somos herencias mestizas. Cuando excluimos, nos traicionamos y empobrecemos, cuando incluimos nos enriquecemos y nos encontramos nosotros mismos.

La tarea cristiana hoy en esta Europa que nace entre llantos  no es reivindicar los orígenes cristianos de Europa sino encontrar los puentes entre mi Fe y la Fe de los otros. Europa se ha construido con agua de distintos pozos, según la metáfora evangélica. El agua viva no cabe en un único pozo, sino que necesita muchos y diversos cubos para extraerla. Y lo urgente hoy  es encontrar los puentes entre el cristianismo, el budismo, el hinduismo, el judaísmo, el islam y las fes del ateísmo. Europa necesita del Belén y de la Cruz tanto como de Shiva, de Buda, de Mahoma, de Francisco de Asís o Erasmo. Detrás de estas realidades, hay sabidurías que Europa necesita para vivir, desarrollarse y sentirse segura. Y la mayor tarea es encontrar lo qu.é hay de común detrás de cada pozo ya que los dioses tienen miles de nombres. A Europa pertenecen el templo hindú, el templo católico, la Iglesia ortodoxa, la sinagoga, la mezquita y las múltiples denominaciones cristianas. Cuando se desconocen los múltiples orígenes de Europa, se estrechan los caminos de la paz y de lo sagrado, se levantan fronteras físicas, mentales y espirituales  y se siembran los caminos de la discordia, del enfrentamiento y del odio al inmigrante.

Joaquín García Roca

 

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