Tenemos una nueva enfermedad, la Ociofobia. Rafael Santandreu
El reputado psicólogo alerta de que la superocupación lleva a la ansiedad y el miedo a no tener nada que hacer
«Deberíamos dedicar una hora al día a aburrirnos, a mirar a la pared»
-¿Tendríamos que aprender a aburrirnos más? Sí. He detectado que existe una enfermedad nueva que aún no está en los manuales de Psiquiatría pero pronto lo estará: la ociofobia.
-¿La ociofobia? Es el temor general a no tener nada que hacer. La necesidad de estar constantemente ocupado. El miedo a tener un espacio vacío, un agujero negro que te absorberá y en el que suceden cosas horribles.
-¿Qué síntomas comporta? Mucha ansiedad. En los casos más graves es una ansiedad anticipatoria: se pasa muy mal antes de las vacaciones y de los fines de semana. Les causa pavor no tenerlo todo planificado, todo el tiempo ocupado. Temen aburrirse. Es un miedo irracional porque no hay nada que temer. Un poco de aburrimiento, de no hacer nada, es bueno y necesario. Nunca había habido tanto estrés. ¡Un 80% de los españoles dicen vivir estresados!
-Y vamos a más. La ociofobia se ha agudizado por la corriente social de la superocupación, porque se han endiosado los conceptos de la eficacia, el logro y la realización, no la felicidad. El problema empezó a partir de la revolución industrial, cuando se inventó que la virtud de la sociedad era la eficacia en la producción. Nos regimos por leyes antinaturales que podrían resumirse en el cuanto más, mejor. Cuanto más vivamos, cuanta más belleza, más sabiduría, más orgasmos…
-¿Hay que buscar un equilibrio? Claro. Cierta cantidad es correcta, pero en la naturaleza lo que rige es la ley de homeostasis. En cierta medida, la eficacia, el logro, son buenos, pero nos hemos pasado cinco pueblos. Sucede con la hipercomunicación. Es mala y habría que denunciarlo. Nos lleva a la desinformación. Con tres fuentes informativas, un periódico por la mañana, el noticiario a mediodía y la radio, solo tres veces al día, es suficiente. Es de locos estar todo el día enganchados.
-¿Qué hacemos con los móviles? Una buena medida sería utilizarlos solo para el trabajo y volver al fijo para los contactos sociales, con los amigos. Regresar al contestador de casa. Eso sería un lujo. La hipercomunicación de las redes es nociva. Esa sobreabundancia que se da en los grupos de Whatsapp es inasumible y estresa. Amigos solo se pueden tener tres o cuatro.
-Los niños también están saturados de actividades. Urge entrenar a los niños en las bondades del aburrimiento, de ocio, de no hacer nada. Cada vez tienen más ociofobia. Están superestimulados. Si no hacen cosas se sienten fatal. Deberían dedicar todos los días una hora al aburrimiento. Niños y padres, mirando la pared.
-¿Mirando la pared? Yo lo hago. Cuando me falla una visita, en vez de hacer tareas, me paso la hora mirando la pared o la ventana. Me vienen pensamientos, historietas. Es regenerador y pacificador. Además despierta la creatividad de una manera sorprendente. Las cosas más sublimes de la humanidad surgieron en la fértil inactividad. Por ejemplo, Cervantes escribió ‘Don Quijote’ durante las tardes de tedio por Castilla. Y Jesucristo, que no tuvo ni oficio conocido, preparó toda una religión durante sus 40 días en el desierto.
-Las mentes sosegadas dan mejores frutos, pues. Sí, las cosas más valiosas no salen de mentes frenéticas sino ociosas. La proporción ideal sería una hora de negocio y 23 de ocio. Los leones cazan una vez por semana. Una de las sociedades más racionales y ecológicas son los indios del Amazonas. Dedican una hora al día a trabajar, el resto, a pasear, charlar con sus vecinos. A echar el día. Este debería ser el modelo a seguir. La producción de bienes y las realizaciones no dan la felicidad.
-¿Qué hacemos? Hay que relajarse. Recortar. Renunciar a actividades innecesarias, no comprar tanta ropa, ni ir tan arreglados… Ralentizar el ritmo. Yo ya no cojo el metro. Paseo hacia el metro, hacia la panadería. Aprovecho el momento, miro el paisaje…
-Ahora las personas son multifacéticas. Sí, especialmente las mujeres. Un error. Ningún animal hace dos cosas a la vez. Hay que sacar de nuestro diccionario el verbo despachar, que implica que no se disfrutan las cosas. Es mejor hacer pocas cosas pero bien, dedicarles atención y amor. Emular de alguna forma a las monjas de clausura, una cosa detrás de otra. Recuerdo una paciente que venía con una superagenda llena de listas de lo que tenía que hacer cada día. Aquel libro era una condena. Hemos perdido la capacidad de disfrutar de la rutina y la dulce rutina es fantástica.
Inma Fernández.
Artículo publicado en El Periodico.com