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¿Tiene sentido hablar hoy de derechos y deberes humanos?

“El sujeto ideal para un gobierno totalitario
no es el nazi convencido ni el comunista convencido,
sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción y la distinción entre verdadero y lo falso
han dejado de existir”.
Hannah Arendt Los orígenes del totalitarismo (1951).

 

Acaba de cumplirse 76 años de la Declaración de Derechos Humanos y 26 de la Declaración de Deberes y Responsabilidades, un informe que surgió de la Unesco, se desarrolló en Valencia, pero que finalmente por la imposición de un voto no se aprobó.

El aniversario de los Derechos Humanos pasa cada vez más inadvertido. ¿Tiene sentido seguir reivindicándolos? ¿Tenemos alguna obligación al respecto?

Decía Federico Mayor Zaragoza en el prólogo a la Declaración de Deberes y Responsabilidades de 1998 que “los derechos de las generaciones futuras son los deberes de las actuales”

Todos los motivos que propiciaron ambas declaraciones siguen vigentes además algunos se han agravado como:

  • El aumento de la desigualdad entre las personas, donde hoy el 1% más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada desde 2020 a nivel global, casi el doble que el 99% restante de la humanidad. Estamos en el siglo de la desigualdad y las migraciones en busca de una oportunidad de vida.
  • Estamos muy lejos de conseguir la paz mundial cuando en nuestras fronteras se desangran en guerras como Ucrania y Gaza, que se está convirtiendo en el mayor genocidio del siglo. Además de los 56 conflictos bélicos existentes en el mundo. El horror que se ha vivido en Siria durante la dictadura sangrienta y cruel de Al Asad. O la violencia constante que está sufriendo Sudán. El crecimiento en armamento ha crecido más que nunca en épocas sin guerras, mientas que el mundo es hoy un lugar más inseguro, violento, terrible.
  • Porque el cambio climático ya no es un futurible es nuestra amenaza como hemos podido comprobar en los brutales efectos de la Dana en Valencia, o ahora la catástrofe en Mayotte, o todas las emergencias climáticas que se suceden.
  • Porque se ha revertido la tendencia de combatir la pobreza y el hambre. El 8´5% de la población vive en pobreza extrema.
  • Porque la tecnología y la neurociencia, además de sus enormes beneficios, se convierten también en instrumentos de poder y control de los más poderosos contra el resto de la población. Por eso, los neurocientíficos alertan de la necesidad de crear 5 nuevos neuroderechos humanos que aseguren nuestra privacidad mental y nuestra identidad.
  • Porque el crimen internacional no solo sigue sino aumenta teniendo la trata de personas como negocio lucrativo.
  • Porque las democracias están en retroceso a nivel mundial, y hoy son muchos más los que viven en autocracias, democracias iliberales o dictaduras sangrientas.
  • Porque hoy se cuestiona abiertamente la igualdad entre hombres y mujeres siendo todavía inevitable la violencia de género, así como la violencia vicaria.
  • Porque la vida de los menores no solo está en peligro, sino que se deshumaniza mediante el uso como elemento arrojadizo en política.
  • Porque nuestra libertad de expresión y pensamiento está claramente cercenada por la posverdad, la manipulación, la mentira, y las redes sociales que buscan confrontación, polarización y crispación social.

Los Derechos Humanos es el documento de mayor logro ético de alcance universal del que se ha dotado la humanidad. Suponen la brújula moral que guía nuestras acciones individuales y sociales bajo el prisma de la justicia universal.

La paradoja se instala cuando deberíamos abogar por la aplicación de los DDHH y, en cambio, se reniega de su validez argumentando que no son efectivos, que son papel mojado o que surgen desde la cultura occidental y no representan al conjunto de pueblos de la Tierra.

Y no es solo eso, sino que observamos con estupor cómo se ha configurado social y políticamente la “ética del egoísmo”. Lo que antes nos daba vergüenza mostrar como la insolidaridad, hacer gala de la mentira, fanfarronear de la superioridad y la soberbia, ser machista o racista, o la defensa de lo “nuestro” por encima de la vida de las personas, hoy lamentablemente se ha convertido en programas políticos y muchos ciudadanos votan abiertamente, sin rubor, incluso con orgullo, a los políticos más nefastos, mal educados, arrogantes, mentirosos, misóginos, xenófobos, sencillamente egoístas.

El profesor de ética de Washington, Walter Parker, recupera el término “idiota” de Aristóteles para calificar a las personas que no tienen interés en la vida pública. Tenemos una vida privada, una vida social y una vida pública, y las tres forman parte de nuestro desarrollo integral. Una vida pública es una vida política: es la preocupación por nuestro desarrollo colectivo, por nuestra vida en común, por los bienes públicos, por lo compartido.

Y eso, actualmente está en riesgo, por tres razones: una, porque todo está en venta desde la tierra al espacio; dos, porque no amamos ni nos preocupa la res pública; tres, porque estamos alimentando al yo más salvaje y deshumanizado que llevamos dentro.

Vivimos una época de absurdos. Se acumulan acciones y gestos que parecen más del surrealismo que de una realidad razonada del siglo XXI. Lo preocupante es que este cúmulo de insensateces debilitan a nuestras democracias que se encuentran cada vez más amenazadas por la polarización, las fake news, las autocracias, los irresponsables, los negligentes y los negacionistas.

Responsabilidad y deber significa no ser indiferente a lo que ocurre a nuestro alrededor, significa sentir como propios los problemas humanos, encontrar el equilibrio entre nuestra vida privada y nuestra vida en común.

Porque el mayor grado de libertad que podemos llevar a cabo como seres humanos es asumir la responsabilidad de nuestros actos. Y porque la mayor salvaguarda para los DDHH es ejercer nuestro deber para con ellos, para el género humano y para el planeta en su conjunto.

Epílogo: Cuando las ciudades españolas y europeas ya se encuentran iluminadas y engalanadas para recibir la Navidad, los pueblos valencianos afectados y sus ciudadanos están muy lejos de recuperar la “normalidad”. A ellos se le agravan las consecuencias de tales desastres. El incendio de un vertedero en Alberic y el incendio de un solar en Catarroja lleno de coches destrozados por la Dana.

Es una pesadilla interminable.

Ana Noguera

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