Transversalidad y cambio social
La idea de transversalidad, tan utilizada en los últimos tiempos, se relaciona, en buena parte, con el objetivo de los partidos políticos de conseguir votos de sectores de la población más allá de lo que puede considerarse su respaldo electoral natural, en relación a los intereses que, en principio, mejor o peor, representan.
Es evidente la substancial diferencia entre la idea de transversalidad de que revisten su discurso político los partidos de derecha o centro derecha, y la que forma parte de la discusión analítica, frecuente y actual, por parte de las organizaciones políticas que enlazan con la izquierda tradicional.
Para los partidos de derecha, la transversalidad no es más que el ropaje presentable que necesitan para no aparecer como claros representantes de las capas de población más poderosas, económica y socialmente, con el fin de conseguir la atención y el voto de, al menos, parte de la población ajena a esas élites e incluso con intereses distintos o hasta contrarios a los de ellas. Así, se captan votos entre sectores fuertemente ideologizados en sentido conservador, a los cuales se les presenta una propuesta de orden, de continuidad de todo, de no alteración de nada, mezclada con ciertos principios, tomados de las corrientes religiosas más inmovilistas. Y, eso sí, con el discurso de que serán siempre atendidos los “intereses generales”. Se trata de hacerles ver que no tendrán que hacer esfuerzo alguno por adaptarse a una situación distinta de la que viven. Es algo así como el concepto de “zona de confort”, que utiliza la moderna psicología, para denotar un estado mental que no es bueno, pero que el sujeto ya conoce y no se atreve a cambiar rumbo a lo desconocido, aunque pueda ser objetivamente mejor. Los sujetos no perciben que la realidad que los partidos de derecha proponen conservar a ultranza, solo es idónea para las élites o semiélites, económicas y sociales, de cuyos intereses están muy lejos.
Por lo que se refiere a los partidos denominados de centro, intentan fundamentar su transversalidad mediante propuestas políticas, contenidas en un discurso que trata de convencer a la población de su equidistancia respecto a la conservación de la realidad presente que la derecha ofrece, y que muestran como mejorable, y la futura que la izquierda propugna, ya sea en forma de retoques valorados como contraproducentes, o como resultado de cambios más profundos, que afectan a la relación estructural entre los sectores sociales , que son calificadas de caóticas, de consecuencias imprevisibles e incluso indeterminadas en las propuestas de esa izquierda. Esos partidos de centro rehúyen, en realidad, proponer medidas que rocen sustancialmente los intereses de las mencionadas élites, controladoras del poder económico y de los medios de difusión social incidentes sobre la opinión ciudadana, limitándose a manifestar sus intenciones de llevar a cabo ciertas reformas institucionales, ahorradoras del gasto público, y de introducir mayor ética en los comportamientos políticos.
La izquierda-más bien centro-izquierda-, cuyo objetivo es introducir paliativos a las consecuencias de las políticas económicas aplicadas por la derecha o, en su caso, hipotético, del centro, practica un discurso sobre la base de medidas transversales por su propia naturaleza. Transversalidad derivada del hecho de ajustarse a la psicología social de buena parte de la población con rentas medias o incluso bajas, de mentalidad configurada por los patrones hegemónicos imperantes. Estos sectores poblacionales se encuentran satisfechos con las expectativas que ofrecen partidos que saben no introducirán modificaciones importantes, que generen alguna convulsión, pero si ciertas compensaciones al dominio económico imperante, que les procurará un nivel de bienestar económico y social “consolador”, por decirlo de una manera que resulte expresiva. Admisión de las desigualdades, pero con ligeras mejoras para todos, que no reducirán el abismo económico entre élites y resto de la población- incluso podrá ser cada vez mayor-, pero que proporcionarán tranquilidad social por el conformismo de esas clases medias – y menos medias-, de mentalidad parecida, que se traduce, también, en sosiego para las élites, ya que genera certidumbre acerca de la persistencia de su status. En situaciones de crisis profunda, la aplicación de medidas neoliberales, basadas en una fuerte disminución del gasto público, del social, sobre todo, y de los salarios, para mejorar la faz-país ante el capitalismo financiero internacional -acreedor- triunfante sobre el productivo, generan enormes problemas a la mayoría de la población. Y esta población ciudadana tiene que contemplar, consternada, que, en el contexto de retroceso tremendo y desesperación de la mayoría, la que llamamos “izquierda de paliativos”, adopta, cuando tiene ocasión para ello, medidas económicas parecidas a las propias de la derecha o centro, y que, incluso, el comportamiento ético se separa de lo que expresa en su discurso y llega a ser incoherente con él. Es por ello, que su potencial de captación de votos, disminuye al extremo, quedando inerme ante las pretensiones de la derecha o el centro- derecha. Buena parte de su electorado irá a la inhibición política y otra se dirigirá hacia los partidos transformadores.
Los partidos que sí pretenden -y concretan- la adopción de medidas profundas, orientadas a que la población con nivel de renta medio o bajo, tenga, sin reducción, las amortiguaciones características que permitan soportar el impacto de las políticas reductoras del gasto público, y aborden el decrecimiento de los salarios, tienen que presentarse a la población con propuestas claras y decididas, teniendo en cuenta la correlación de fuerzas existente en cada momento. De esta manera, sus programas tendrán que contener medidas de incremento de ingresos públicos para financiar el gasto, que ha de mantenerse o aumentarse para financiar los servicios y producir efectos positivos sobre la inversión privada. Y también, y repercutiendo sobre ello, medidas que modifiquen la enorme redistribución de la renta producida en favor de minorías elitistas, a través del sistema fiscal; política de salarios; reforzamiento de la organización de los trabajadores; política de deuda pública, etc. No hay que olvidar que las políticas redistributivas, al instrumentar financieramente a la demanda, son esenciales para la activación de la economía.
Estos partidos tienen que tener en cuenta que la adopción de medidas profundas requiere mejorar al máximo la correlación de fuerzas, consiguiendo el concurso de la mayoría de la población. El apoyo de sectores incididos, como las clases medias burocráticas, los pequeños y medianos empresarios, los autónomos, y los trabajadores puros y duros. Todos los que ocupan un lugar secundario en cuanto al reparto de la renta. Es posible, incluso, conseguir el apoyo de aquellos que, aunque afectados materialmente con menor intensidad, desean vivir en una sociedad más humana, con un mayor grado de satisfacción general, donde pueda realizarse la vida en un contexto ético, sin el dramatismo imperante. Sectores profesionales y culturales que poseen cierta sensibilidad social y se encuentran disconformes con las políticas inhumanas aplicadas y la hipocresía frente a la corrupción.
Bajo estas premisas aparece la transversalidad como enfoque posible y necesario. Transversalidad de consecución difícil, que requiere lograr ciertos equilibrios internos. Existen posturas dentro del partido transformador que propugnan medidas más directas, enunciadas a través de un discurso contundente, que genera el rechazo de buena parte de los sectores a los que hay que aglutinar para conseguir cambios profundos. Sectores alérgicos a las expectativas de convulsión, que les hacen girar hacia la derecha o centro derecha. Hay que convencer a estos sectores de que pueden llevarse a cabo cambios importantes- los que necesitan- sin convulsiones, ya que, precisamente, la expresión palpable del deseo de esa gran mayoría, los hará aceptables por las élites minoritarias. Y para ello, entre otras cosas, se necesita utilizar un lenguaje apropiado.
Es preciso reflexionar acerca de que estas posturas, que pudiéramos llamar “adaptativas”, no suponen decaer del objetivo último transformador. Supone darse cuenta de que modificar la correlación de fuerzas en favor de un proyecto, supone dar pasos seguros, pero paulatinos.
En este sentido, hay que considerar- no debe descartarse-, que amplias capas de la clase empresarial, productiva – no tanto la especulativa-, puedan estar interesadas por los cambios, por considerarlos necesarios o, al menos, buenos, para sus negocios. Pueden ver lo idóneo de desarrollar su actividad, productora de bienes y servicios, en un clima de bienestar social, ético y con una distribución de la renta que instrumente más la demanda para lo que ponen en el mercado. Y lo importante, al penetrar en los mercados exteriores, de aparecer procedentes de un país con mayor imagen de rigurosidad.
Andrés Pinar Godoy