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Trump ha vuelto

Trump ha vuelto a la Casa Blanca y, con él, el “desorden” mundial.

Muchos análisis por parte de grandes periodistas internacionales se han realizado sobre su actitud en la toma de posesión, su firma de decretos, sus compañeros de viaje, el saludo nazi de Elon Musk, etc.

Solo mencionar algunas cuestiones que conforman una actitud antidemocrática:

  • No hubo por parte de Trump ningún respeto institucional a su predecesor. Con una grosería inaudita, acusó de corrupto al gobierno de Biden, anunció la liquidación de toda la etapa demócrata, acusó de que los pilares de la sociedad y su riqueza están rotos, y de mentiras tan gruesas como que el gobierno de Biden dio protección a criminales peligrosos y a gente con problemas mentales, dando recursos ilimitados a quien pone en peligro a EEUU.
    Una actitud absolutamente antidemocrática, que contrastó con la presencia de los anteriores presidentes demócratas haciendo el traspaso de poder desde el profundo respeto a la institución. Solo vi un caso precedente de anormalidad institucional, que fue cuando Rita Barberá negó darle la vara de mando al siguiente alcalde Joan Ribó.
    En democracia, las formas son fundamentales para respetar, ante todo y sobre todo, las instituciones democráticas.
  • En segundo lugar, su “America first” y los llamados MAGA (Make America Great Again) constituyen, se quiera o no, el grito más insolidario que existe. Aunque en España tanto líder conservador lo aplauda, significa levantar la mayor barrera de exclusión entre el “nosotros” y “los otros”. Y, esto no es una cuestión de forma, sino de fondo.
  • Pero aquí reside toda su política: en declarar la emergencia nacional contra los “millones y millones de delincuentes” inmigrantes (así los definió); en combatir la “política verde” porque el cambio climático no existe; en cambiar el sistema comercial creando aranceles impositivos (ya veremos cómo funciona esta medida para la propia economía americana); en imponer su presencia en el mundo con temas como el Golfo de México o el canal de Panamá. Tal y como pronosticó, “seré un dictador al principio”, lo mostró realizando la firma de un aluvión de decretos, como nunca antes se ha visto, que sirvieron también para amenazar a toda aquella persona que le molesta (periodistas, funcionarios, inmigrantes, demócratas, jueces, …).
  • Y una frase que no ha sido la más destacada y a mí me pareció un disparate: “…a nuestros hijos se les enseña a odiar a nuestro país”. ¿Cómo puede un presidente democrático realizar tal afirmación sobre la mitad de los votantes de su país? Lo dice cuando al mismo tiempo indultó a los 1.500 acusados de irrumpir en el Capitolio en el triunfo electoral de Biden.
  • El último de los aspectos es su continua llamada a Dios. Muy habitual entre los conservadores arrogarse dos banderas: la religión y la patria. Para, con la misma aparente constricción, utilizar ambas para los negocios privados.

Trump no ha inventado nada nuevo, Quizás eso es lo que más nos asusta. Un tipo prepotente, excéntrico, egocéntrico, corrupto, sin respeto a las instituciones democráticas, ni a la propia democracia en sus formas ni en su fondo. A lo que se suma un elemento nuevo y muy peligroso: la venganza. Trump llega con ganas de revancha.

Aquí es donde quiero detenerme sobre una cuestión que me parece fundamental para entender qué está pasando en esta contrarreforma política y cultural: el gobierno de las emociones.

Como bien señala el filósofo José Antonio Marina, no se pueden erradicar las emociones. Las emociones son una fuente de energía para la acción. Pero hay que saber canalizarlas, organizarlas, diferenciar las que son positivas tanto para uno mismo como para la convivencia, como las emociones claramente negativas.

Nuestras emociones no solo son una parte de nosotros mismos sino la forma en la que nos relacionamos en nuestra convivencia. No olvidemos que somos seres relacionales, personas que necesitamos a los demás para nuestro desarrollo y nuestra felicidad.

Lo explica muy bien Victoria Camps en su ensayo “El gobierno de las emociones”. Gobernar emociones significa hacer uso de la razón. Ni somos seres exclusivamente racionales que no sintamos, ni tampoco somos seres solamente emocionales. Por eso, gobernar las emociones es saber comportarnos y escoger el buen camino. Porque, como dice Spinoza, el conocimiento del bien no sirve si no implicamos a la emoción; si sabemos que algo es injusto, debemos indignarnos ante ello y que no nos resulte indiferente.

Sin embargo, ¿qué está pasando actualmente en la política global y también en la sociedad? Que no gobernamos las emociones desde la razón, sino que se están descontrolando, que se está poniendo por encima de todo las emociones interesadas, la insolidaridad, el egoísmo, el odio, la agresividad, la exclusión del otro, … Es decir, está de moda las emociones poco sociables que contribuyen a destruir la convivencia.

Y, vuelvo a José Antonio Marina, quien alerta de que existen tres niveles en la sociedad que son básicas para sustentar la democracia política y social.

En primer lugar, los afectos. Destruir los afectos significa anular al otro, verlo como un enemigo, no respetarlo, despreciar su dignidad, no considerarlo como parte de la humanidad. Y eso es lo que está ocurriendo con esta contracultura ultraconservadora, agresiva y excluyente.

Ese es el primer paso que ya ha calado en la sociedad. El egoísmo impera, ya no da vergüenza votar por políticos como Trump. Cuando ese deterioro ya ha anidado en nuestro interior, pasamos al segundo nivel: la destrucción de la moral social.

Ya se cuestiona la legislación, la ética, el comportamiento colaborativo, la solidaridad, el estado de derecho, incluso, como ya ocurre, los Derechos Humanos. Se cuestiona y se pervierte la moral social. Ya no hay valores compartidos, de justicia, de ética mínima, ni con carácter universal.

Entonces, cuando eso ocurre, llega el último nivel: las instituciones democráticas. Si ya no hay respeto por el otro, tan humano y digno como yo, si ya no hay valores compartidos, no existe fondo que sustente las formas e instituciones democráticas que son las que garantizan la pervivencia del sistema.

Decía hace tiempo Daniel Innerarity, cuando el primer gobierno de Trump, que la solidez de las instituciones democráticas son las que resistirán el paso de los malos gobernantes. El problema es que, durante estos últimos años, se han ido deteriorando capa a capa las emociones buenas dejando al descubierto y sin cobertura de defensa a las instituciones.

Así es como se destruye desde dentro a la democracia. No es la democracia la culpable de sus males. Somos las personas quienes tuvimos la capacidad de dotarnos de un sistema inteligente y emocional de convivencia pacífica, y somos también las personas capaces de destruirlo.

Ana Noguera

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