Ultimátum de la comunidad científica: «Se nos acaba el tiempo»
La preocupación científica por el daño al medio ambiente (y por ende, al planeta) no viene del Acuerdo de París, ni del Protocolo de Kioto, ni siquiera de finales del siglo pasado, sino de mucho antes. En 1969, un grupo de profesores y alumnos del Instituto Tecnológico de Massachusetts, entre ellos el físico y premio Nobel Henry Kendall, se unieron para criticar organizadamente las políticas del Gobierno estadounidense en investigación científica, especialmente dedicadas al sector militar. El objetivo de estos activistas era que los recursos de la ciencia priorizaran posibles soluciones a los problemas ambientales y sociales.
Aquella iniciativa derivó en la Unión de Científicos Preocupados (Union of Concerned Scientists, UCS, en inglés), una de las organizaciones sin ánimo de lucro con más peso en la lucha contra el cambio climático. En 1992 reunieron a más de 1.700 científicos para que firmaran un documento llamado Alerta a la Humanidad, en el que mostraban su preocupación por la destrucción de la capa de ozono, la deforestación, el calentamiento global, la extinción de las especies o la incipiente superpoblación.
Ahora, en el 25 aniversario de aquella declaración icónica (referencia obligada en todos los acuerdos medioambientales internacionales posteriores), son más de 15.000 investigadores independientes, provenientes de 184 países, quienes han revisado la alerta original en un acto que han denominado «segundo aviso». El balance es bastante desolador: la detención de la destrucción de la capa de ozono, y su posterior estabilización, ha sido sin duda un gran logro medioambiental en estos años. Pero según esta nueva declaración, en los otros desafíos, «la Humanidad no solo no ha logrado avanzar hacia una solución, sino que en la mayoría de los casos, ha empeorado el escenario anterior».
Y lo concretan con datos alarmantes: las zonas muertas en el océano han amentado en un 75%, el agua disponible se ha reducido en más de una cuarta parte y en este tiempo han desaparecido un 29% de especies, entre mamíferos, reptiles, aves, peces y anfibios.
La declaración, aparte del logro respecto a la capa de ozono, sí valora la acción humana en la reducción de la pobreza extrema o el control del crecimiento poblacional por medio de contener la fecundidad masiva en el tercer mundo gracias a iniciativas educacionales. Y da algunas ideas para lograr una eficacia similar en la resolución de problemas medioambientales, como la promoción de energías renovables, la declaración de reservas protegidas terrestres y marítimas o medidas para evitar la extinción de especies salvajes.
Según este documento masivamente rubricado, «ignorar este segundo aviso podría tener consecuencias irreversibles: pronto será demasiado tarde para variar el rumbo de esta trayectoria errática, y el tiempo se acaba». Y culmina con una afirmación que no por obvia, hay que tener presente «desde la cotidianidad hasta las acciones de los Gobiernos: la Tierra es el único hogar que tenemos».
Luis Meyer
Artículo publicado en Ethic