Villancicos
El día 24, Nochebuena, a las nueve de la noche, me encontraba en casa de unos familiares a los que había ido a saludar, como tengo por costumbre en tales fechas. Cuando ya me iba, al salir, unos chavales nos sorprendieron cantando villancicos para pedir el tradicional aguinaldo. Nos sorprendieron un poco, ya que cada vez se observa más como va desapareciendo esa costumbre de juntarse los chiquillos para ganarse unas perrillas y de paso realizar una práctica tradicional y divertida, por esas fechas señaladas.
Yo recuerdo, cuando niño, que previamente, unos días antes de las Navidades, nos juntábamos la chiquillería en grupos y provistos de zambombas, morteros, carracas, pitos, etc, todo ello de fabricación casera, ensayábamos los villancicos que íbamos a cantar para conseguir esos aguinaldos. Hoy, generalmente, los escasos grupos de niños que salen a cantar lo hacen sin ninguna clase de instrumento, apenas conocen villancicos, y rara vez la letra completa del que cantan. Es una tradición que parece en vías de extinción.
Pues bien, volviendo a esos niños a los que antes me referí, tampoco portaban ninguna clase de instrumentos, pero en cambio cantaban bien y se sabían las letras de las tres canciones que les oí. Como empezaron a cantar, casualmente, cuando yo salía de casa de mis parientes pude observar que lo hacían con alegría y muy simpáticamente. Les entregué las monedas que llevaba en el bolsillo y les pedí que cantaran otra; mientras cantaban la segunda salió mi sobrino, el cual también les dio su “aguilando”. Entonces fue cuando yo me apercibí, entre la penumbra, que los cuatro jóvenes desde el punto de vista étnico no eran de origen español, tenían aspecto más bien de magrebíes.
Les pregunté y me dijeron que sí, tres de ellos eran de origen marroquí y el cuarto paquistaní. Sorprendidos mi sobrino y yo pudimos comprobar, a través de una breve conversación, que aquellos simpáticos y sonrientes chavales daban la sensación de estar perfectamente integrados, máxime cuando uno de ellos le dijo a mi sobrino que conocía a su hijo, porque iba a la misma escuela que él. Efectivamente mi sobrino llamó a su hijo y, al salir este, se reconocieron y saludaron. Con el chico había salido también mi prima, su abuela, que también les dio su aguinaldo y les hizo cantar otra canción.
Me quedé con las ganas de seguir averiguando más cosas de estos musulmanes que cantaban villancicos, pero no lo hice por temor a herir sensibilidades, así que se despidieron alegremente y yo me quedé pensativo, con muy buen sabor de boca y algunas sensaciones positivas, la principal de ellas es la de que, afortunadamente, estos chicos eran la prueba evidente de que Abascal y los suyos aún no habían conseguido todavía crispar a los diferentes hasta el punto de inducirlos al integrismo, señal de que alguna cosa estamos haciendo bien.
Amen.
Miguel Álvarez