Viva la vida
Poco más se supo de ese hombre: que su cuerpo humillado fue repatriado, que sus hermanas buscan justicia, que su madre espera que el sacrificio de su hijo suponga en España una revolución
El último cuadro que pintó Frida Kahlo se titula Viva la vida. Es una naturaleza muerta que celebra la existencia a través del esplendor de unas sandías abiertas. Verdes y rojas, jugosas, carnosas, apetecibles. Al contemplarlas en el cuadro, puedes oír el chasquido de su piel lisa y dura, paladear el sabor negro y crujiente de sus pepitas, sentir cómo se escurre en tu boca un agua dulce y fresca. Es un cuadro que me trae recuerdos de amor apasionado y al que desde hace años vuelvo, de cuando en cuando, para recuperar el lema que es su título: viva la vida. Estuve ante él en el Museo Frida Kahlo de Coyoacán, en México, y sentí las mismas ganas de morder y saborear que me había producido siempre. Hasta hace unos meses, veía en las sandías, fruta de verano, la cara de un hombre muy bello, el hombre amado a quien traje de aquel museo de Coyoacán una postal (¿o me la trajo él a mí?) que reproduce ese cuadro y que nos ha acompañado durante años por estanterías y mudanzas.
Por esas mismas fechas del verano de la muerte, supimos que otro hombre, Juan Carlos de Borbón, huía de la justicia española. No en una caja de pino incrustada en la bodega gélida de un avión cualquiera, sino en la mullida cabina de un jet privado que lo condujo hacia la impunidad del reino sátrapa de los Emiratos Árabes. No he dejado de pensar desde entonces en las dos caras de la moneda de España que representan el hombre Eleazar y el hombre Borbón. La dos caras de una moneda única: la de la injusticia. Aunque no sabemos dónde se esconde Borbón, sí hemos tenido en estos meses muchas noticias suyas. Cuentas millonarias en Suiza y en la isla de Jersey, testaferros de alcurnia, presuntas donaciones en Bahamas, despechadas amantes de la misma calaña, tarjetas de crédito opacas utilizadas por varios miembros de la regia familia, caballos para la nieta y el blanqueo, cacerías, disparos, corrupción, maletines repletos de billetes regalados, prostitutas que esperan a los gatilleros a la orilla de un río kazajo, ríos de whisky, cadáveres de animales introducidos en el avión que los traería a España con su verdugo para ocupar, probablemente, las paredes del pabellón de caza construido en Zarzuela con tres millones y medio de euros procedentes de mi trabajo, del tuyo, del de Eleazar, para que el escopetero se deleitara en la contemplación de sus víctimas. Podría haberlo escrito Juan Rulfo.
Quienes apoyan a este Borbón y al otro y a la infanta de los toros y a la abuela de la tarjeta black y a la nieta del caballo blanqueado aducen que hay quienes quieren acabar con las instituciones, desintegrar España. Esconden que en 1976 Adolfo Suárez evitó hacer un referéndum sobre el modelo de la jefatura del Estado porque sabía que ganaría la república. Esconden que el CIS no pregunta en 2020 sobre lo mismo porque sabe que ganaría la república. Secuestran la libertad de una nación para elegir su destino, o aducen que no es el momento: un intervencionismo político muy poco liberal. Querer hacer creer que nuestra sociedad no está preparada para sobrevivir sin la falaz protección de una jefatura vitalicia, hereditaria e inimputable, es una infantilización insultante. Y qué rubor produce el argumento de que una familia manchada por la corrupción nos representa en el mundo: el mapa en el que nos pone la familia Borbón es el de los paraísos fiscales, el de los cotos y los cosos de la violencia y la sangre, el de las turbias influencias, el de las esposas que se someten a la humillación por no perder privilegios inmerecidos, el de las hijas que siempre tienen trabajos donde nadie muere por golpe de calor, el del clasismo, la desigualdad y la injusticia.
He querido imaginar que circulara otro vídeo desde el que todas aquellas personas clamaran «Viva Eleazar Blandón». No le devolveríamos su vida agostada, no volvería su cuerpo abandonado a tener otra oportunidad, no podríamos traer de vuelta al avión que se lo llevó, pero daríamos la vuelta a la moneda y trazaríamos el mapa de un paisaje que defender, ordenaríamos un territorio que no nos avergonzara en su crueldad, reconoceríamos el rostro de quien hace posible que la boca se nos llene de sandía para que podamos decir: Viva la vida. No la vida de los viva la vida. La vida de la solidaridad y del amor.
Ruth Toledano
Artículo publicado en ElDiario.es