Votar es como alquilar una casa
Me gustaría ser más rotundo y escribir que votar es como hacerse o comprar una casa. Pero creo que conviene matizar, porque la vida es larga y las legislaturas generan compromisos de cuatro años. Hacerse una casa tiene más que ver con la militancia y los compromisos que duran toda una vida, legislaturas tras legislaturas, el deseo de defender una forma de organizar la sociedad y de convivir de acuerdo con unos valores. Como la realidad impone sus fronteras, para no traicionar con imposibles la necesidad de habitar en una casa propia, no me parece mal la decisión de comprarse una casa ya hecha cuando uno comprende que no va a poder hacérsela por completo a su gusto.
En cualquier caso no conviene vivir en cualquier casa. Votar en unas elecciones se parece mucho a una operación de alquiler. ¿Qué necesitamos para los próximos años, qué podemos pagar y qué nos ofrecen? Los propietarios se anuncian, buscamos direcciones, llamamos por teléfono, visitamos las habitaciones, nos imaginamos nuestra vida, decidimos y firmamos un contrato. Que no se nos olvide: votar es firmar un contrato. No está mal recordar de vez en cuando la metáfora del contrato social que encarnó los fundamentos de la democracia y de las libertades individuales. Votar es firmar un contrato con derechos y responsabilidades.
¿Cuáles son hoy las condiciones más numerosas en el mercado y qué ofertas nos convienen? Depende de los países. En algunos, dominan formas de autoritarismo que cancelan la libertad y violan los derechos humanos; en otros, se vive dentro de los marcos democráticos. Dentro de esta ciudad de la democracia vivimos por fortuna los españoles y es ahí donde debemos buscar casa.
Por el tiempo que nos toca, conviene mirar a EEUU y Europa. Hay propietarios que venden la casa de la libertad como un hogar con grietas, malos servicios, cortes de agua, inviernos sin calefacción, veranos sin aire acondicionado y ventanas que dan a un estercolero. Su libertad es un concepto teórico que tiene poco que ver con una vida digna, unas condiciones decentes de trabajo y unos servicios capaces de cuidarnos cuando necesitamos ir al baño o encontrar las medicinas sobre la mesa de noche. Muy libres para subir y bajar las escaleras cuando sea, pero a pie, porque en el ascensor de los propietarios no hay cabida y el ascensor trasero para la gente de servicio está averiado con mucha frecuencia. Si no se paga el impuesto o el recibo de la comunidad de vecinos, el ahorro de los más afortunados supone el empobrecimiento del edificio y el castigo de los que cargan más peso.
Por eso conviene fijarse en las cláusulas del contrato que se firma con el voto. Tres puntos me parecen importantes, y soy poco original al llamar la atención sobre ellos porque están en la base de los contratos democráticos que han sostenido las ciudades más libres: el trabajo decente, la educación y la sanidad. Debe tenerse cuidado a la hora de firmar un contrato de alquiler con un propietario que tiene inversiones escandalosamente bajas en educación y sanidad, y que se despreocupa de las condiciones laborales de sus vecinos.
No es nada conveniente firmar un contrato en el que la cláusula de la educación sea sustituida por un circo mediático. No es nada conveniente confundir la cláusula de la dignidad del periodismo y la libertad de expresión con el juego libre de la mentira sectaria, calculada y bien pagada. No es conveniente tampoco firmar un contrato en el que la salud y la fragilidad de la ciudadanía quede abandonada a su poder adquisitivo y al negocio de las privatizaciones, olvidando la sagrada obligación de cuidarnos y amarnos los unos a los otros.
Qué significativo es en una campaña electoral acordarse de los odios entre exparejas para así desatender el amor entre hermanos, padres, madres, hijos, hijas, abuelos y abuelas… Qué difícil resulta encontrarnos con nuestros seres queridos en algunas ciudades.
Y qué difícil es defender la dignidad laboral cuando el trabajo es maltratado, separado de nuestras vocaciones y nuestra realización personal como un tiempo de explotación, una tristeza para los que después de cumplir con un horario sin límites tienen que volver a una casa oscura, de renta alta, fría, sin comodidades y con ventanas frente a un vertedero.
Otro día hablaremos de hipotecas y casas que comprar. Hoy vamos a fijarnos en el contrato de alquiler que debemos firmar para los próximos años. Y permítanme el capricho de firmar este artículo. Madrid, 1 de mayo de 2021.
Luis García Montero
Publicado en Infolibre