Yamal no solo desquicia a los defensas
En Vox sienten que van un paso por detrás en la industria del miedo que antes les pertenecía. Mientras, España se pone en pie ante el chico que comparte aspecto físico con aquellos niños a los que habría que temer
¿Y si les dijera que un gol marcado durante la Eurocopa ha tenido una importante influencia a la hora de que la ultraderecha desaparezca de los gobiernos autonómicos en España? Dejen que este pobre aficionado a la política y el fútbol defienda su tesis. 9 de junio. Elecciones europeas. Una nueva empresa irrumpe con fuerza en la rentable industria del odio. Alvise Pérez, creador profesional de bulos, ha conseguido, desde su canal de Telegram, dar la campanada y lograr tres eurodiputados sostenidos en más de 800.000 votos. La fórmula de su éxito en una industria tan disputada como esta es bien conocida en el ámbito del marketing: busca algo que te diferencie del resto y poténcialo al máximo. Vox, principal empresa en el sector del odio, venía trabajando bien el miedo al inmigrante desde hacía años. Relacionar inmigración y delincuencia era, sin duda, su producto estrella. Pero en el campo de batalla comercial quien se acomoda muere y Alvise llegaba con una propuesta novedosa bajo el brazo. Si Vox se inventaba el problema, Alvise se inventaba la solución: deportaciones masivas. Una especie de fiesta nacional en la cual, mediante cacerías policiales intensivas, los clientes de la ultraderecha podrían disfrutar de cómo esos negros y moros que tanto molestan a la vista serían detenidos como delincuentes y expulsados del país inmediatamente y de forma masiva. Nada de aburridos procedimientos legales que estudien caso por caso, sino fletando aviones y más aviones repletos de tipos de piel oscura esposados. El producto funcionó y en Vox entraron en pánico.
No es para menos. El miedo al inmigrante es el único producto rentable a día de hoy en la lucrativa industria de la ultraderecha. Todos tenemos una amiga feminista o un familiar homosexual, así que el miedo al lobby LGTBI que te amaricona a los niños o a la dictadura de la igualdad que persigue a los hombres son, cada día, productos más difíciles de colocar en las estanterías. Todos conocemos a un homosexual o a una feminista, pero no todos tenemos en nuestro entorno afectivo a un joven inmigrante de piel oscura. 7 de junio. Dos días antes de la irrupción de la nueva empresa ultraderechista de Alvise, se hacía pública la lista de convocados para la Eurocopa. Entre los seleccionados, dos jóvenes de piel oscura llamados a jugar un papel importante en la competición, Nico Williams y Lamine Yamal. Un navarro y un catalán que responden a la perfección al arquetipo de ese producto comercial en disputa por las empresas de la ultraderecha: jóvenes, fuertes, negro y moro. Siendo futbolistas no hay motivo para la preocupación. Todos los racistas de este país aplauden los goles de los negros de su equipo –si son millonarios no son tan negros– pero van pasando las semanas y Nico y Lamine comienzan a ser percibidos como algo más que simples futbolistas. No son fichajes extranjeros de un club, sino defensores de la camiseta de España. Es en ese momento cuando los racistas con menos complejos ponen sobre la mesa un debate bochornoso. ¿Pueden ser considerados españoles con ese color de piel? La respuesta absolutamente masiva es que sí y la inmensa mayoría coincide en que el mero hecho de preguntarse esto apesta. Un runrún recorre la industria del odio.
La crisis se agrava ante las estelares actuaciones de Lamine y Nico, que no solo brillan dentro del campo en una selección con pinta de ganadora, sino que se convierten en ídolos fuera de la cancha. Caen bien. Los dos tipos, que comparten aspecto físico con ese producto estrella de la industria del miedo, son humildes, simpáticos y cercanos. El arquetipo está en riesgo. El canal de Telegram de Alvise aparca otras grandes propuestas como la de someter a los presos de las cárceles a trabajos forzados para centrarse en potenciar el odio al inmigrante. En sus redes sociales, un Vox descolocado ante la irrupción de la competencia hace lo mismo. Toca narrar con pelos y señales cómo fue ese incidente protagonizado el pasado martes por un joven argelino en un pequeño pueblo de Tarragona. La tasa de delincuencia en España es muy baja y se mantiene estable desde hace décadas. No aumentan los delitos por la llegada de inmigrantes, pero claro que hay inmigrantes que cometen delitos. Igual que hay delitos que, en muchísimo mayor número, son cometidos por ciudadanos españoles. Se trata de ignorar los segundos y amplificar los primeros. De criminalizar y deshumanizar a quien tiene piel oscura hasta el punto de que los niños, si son de piel oscura, no se llaman niños, sino menas.
9 de julio. Lamine Yamal, que a sus 16 años porta a sus espaldas la representación física del mena, observa cómo su compañero Dani Olmo se revuelve a las puertas de la línea defensiva francesa. Estamos en Munich y son las semifinales de la Eurocopa. La todopoderosa Francia, ganadora y finalista en los dos últimos mundiales, se ha adelantado en el marcador. El peor de los escenarios ante la selección que mejor defiende. Yamal es un tipo vivo e intuye que el balón de Olmo dirigido al delantero Morata quedará sin dueño y a la deriva. Así que da un paso adelante y, efectivamente, la pelota queda bajo su jurisdicción. Frente a él, seis defensores franceses, un portero bien colocado y dos segundos para controlar con la izquierda, hacer bailar al defensa más cercano hacia un lado, hacerlo bailar hacia el otro, abrir con un rápido movimiento una opción de disparo lejano y colocar en la escuadra derecha del portero francés el mejor gol de todo el torneo. Un gol que supondría el inicio de la remontada de España y el pase a la final. El chico que responde al arquetipo del mena se convierte en héroe nacional al tiempo que la batalla comercial de la ultraderecha se recrudece. El PP, que como empresa transversal aspira a hacer caja en cualquier tipo de supermercado, ha propuesto días antes del zurdazo de Yamal usar buques de guerra para frenar la inmigración. Alvise los acusa: está seguro de que, llegado el momento, en lugar de hundir las pateras los rescatarían y acabarían dándoles cobijo en suelo español. Vox siente que ha perdido el tono comercial. No sólo es el cariño masivo a un nuevo héroe nacional de piel oscura cuyo padre se enfrentó a miembros de Vox durante un mitin xenófobo. Es también la competencia. Si llamamos delincuentes a los de piel oscura, llegará Alvise proponiendo expulsiones masivas. Si nos subimos al tren de las deportaciones en masa, Alvise propondrá torturarlos antes de la expulsión para que no vuelvan. La competencia es feroz y en Vox sienten que van un paso por detrás en la industria del miedo que antes les pertenecía mientras España se pone en pie ante el chico que comparte aspecto físico con aquellos niños a los que habría que temer. Queda una jugada posible. No es fácil, como no lo era que Yamal pusiese ese balón en la escuadra, pero hasta un niño con aspecto de terrible mena puede dejarnos algún aprendizaje.
Se trata de dar un golpe institucional. Alvise no está en las instituciones españolas. Carece de esa fuerza. A cambio de poner patas arriba el tablero político, Vox podría salir vencedor en la batalla comercial del miedo al extranjero. 10 de julio. España celebra el pase a la final y el PP acepta un reparto voluntario de menores no acompañados llegados a las costas de Canarias. A Castilla y León, por ejemplo, llegarían 21 niños. Son pocos, pero suficientes para que un Vox eche un órdago desesperado que no tiene vuelta atrás: si el PP acepta dar acogida a menas –nunca los escucharán ustedes llamarlos como lo que son: niños– Vox romperá su pacto de Gobierno con el PP en todas las comunidades autónomas. Si el PP se repliega ante la amenaza, Vox podrá vender acción institucional contra los inmigrantes, cosa que no puede hacer Alvise. En la sede del PP celebran el tiro en el pie de Vox y aceptan el órdago aceptando la llegada de estos niños. Podrán gobernar en solitario donde antes gobernaban con Vox y, quitándoselos de en medio, podrán vender centralidad. 11 de julio. Vox reúne a su dirección para tomar la decisión que marcará su futuro. Todos, excepto Juan García-Gallardo que piensa que la espada del Cid Campeador era mágica, saben que están a punto de cometer un grave error. Pero ya no hay marcha atrás. Después de este pulso, producto del desconcierto comercial, a Abascal no le queda otra. Tocará reestructurar la empresa, hacerla más pequeña y centrarse en el único artículo rentable del que, para colmo, ya no tienen la exclusiva.
12 de julio. Mientras el terremoto sacude a la industria del odio, la prensa habla del gesto que hizo Yamal con las manos sobre el terreno de juego tras sacudir la escuadra de la portería francesa. Con sus dedos dibujó el 304, los últimos dígitos del código postal de su barrio, Rocafonda, el barrio de Mataró en el que aprendió a jugar al fútbol y que Vox calificó como estercolero multicultural. El motivo es que hay muchos niños con el aspecto físico de Yamal. Es decir, según Vox, muchos delincuentes. Las referencias a Rocafonda no son las únicas noticias del día en la prensa. La principal es que Vox se resquebraja en varias comunidades autónomas tras salirse de los gobiernos. Un puñado de miembros del partido han decidido romper el carnet para no tener que romper sus nóminas. Desobedecerán a Abascal y seguirán en el cargo amparados por el PP. Menudo estercolero. Mientras España cuenta ilusionada las horas que faltan para que Nico y Lamine vuelvan a saltar al césped para levantar el trofeo, desde el grupo de Telegram de Alvise se acusa a Vox de haber facilitado la llegada de un montón de menas delincuentes a España con su maniobra de dejar gobernar al PP en solitario. 13 de julio. Abascal no sabe ya si será más efectivo proponer el cierre de Telegram o ir con Inglaterra en la final. No solo los defensas que se enfrentan a Yamal y Nico andan desquiciados este verano.
Gerardo Tecé
Publicado en Ctxt
agosto 9th, 2024 at 6:33 pm
Sí. Yamal hizo un golazo. Desbarató mucha xenofobia, mucha rabia, mucho odio. El negro y el moro son tan españoles como yo, que soy colombiano y boliviano: todos somos españoles, indios, colombianos, planetarios y nos gusta el fútbol y el ajedrez. Amén.