El Brexit que no cesa
Si no fuera algo tan serio, la señora May podría hacer con el Brexit lo mismo que Puigdemont hizo con la declaración unilateral de independencia: proclamarlo, pero suspender inmediatamente sus efectos. Al paso que vamos puede que el Brexit interminable acabe así.
Por proclamas que no quede. Después de que el Parlamento rechazara contundentemente el acuerdo de retirada que había pactado con la Unión Europea, May ha vuelto a reiterar su compromiso de sacar al Reino Unido de ésta. Pero seguimos sin saber cómo, y ahora ya ni cuándo. Tampoco en qué consistiría eso de salir de la Unión Europea, sin que las tautológicas apelaciones a “Brexit means Brexit” lo aclaren.
Algunas formas de salir se parecen bastante a quedarse. Por ejemplo, salir quedándose en la Unión Aduanera y en el Mercado Interior, la solución llamada Noruega Plus, equivaldría en la práctica a mantener los lazos fundamentales que ligan al Reino Unido con la UE, pero perdiendo toda capacidad de decisión, e implicaría seguir contribuyendo al presupuesto comunitario sin acabar con la libertad de movimiento, que era uno de los grandes objetivos que justificaba el Brexit. Ello equivaldría a saltarse todas las líneas rojas que la propia May se autoimpuso para definir en qué consistía el Brexit. Para ese viaje no hacía falta tanta alforja.
Pero en Westminster parecen tenerlo claro. Rechazan ese acuerdo, pero tampoco sabemos lo que quieren. Los 432 votos frente a 202 es una diferencia demasiado grande para superarla modificándolo marginalmente, y la UE no está dispuesta a renegociarlo en profundidad.
Al mismo tiempo, nadie parece querer una salida sin acuerdo, que sería perjudicial para todos, especialmente para el Reino Unido. Habrá que ver las ideas nuevas que May pueda aportar: la UE estaría en su derecho de exigir garantías de que cuentan con suficiente apoyo parlamentario, para no volver a tropezar con la misma piedra. Ello requeriría un acuerdo entre conservadores y laboristas, que no parece fácil. Corbyn reclama que se excluya la posibilidad misma de una salida sin acuerdo y pide que el Reino Unido permanezca en la unión aduanera. Una solución razonable pero que produciría seguramente la implosión del partido conservador.
Para cualquier solución que evite la salida sin acuerdo hará falta prorrogar la fecha límite prevista del 29 de marzo. El Reino Unido lo puede solicitar, con la aprobación de su Parlamento, y los 27 lo pueden aceptar por unanimidad. Así debiera ocurrir porque a nadie le conviene aparecer como el responsable del no deal. Pero, ¿por cuánto tiempo? Si el Reino Unido sigue siendo miembro de la UE cuando se celebren las elecciones europeas, tendrían en principio que elegir eurodiputados británicos, designar su comisario y participar en las negociaciones del próximo presupuesto plurianual. Pero ya se han reasignado una parte de los escaños británicos a otros estados, complicando aún más un ya muy complejo escenario europeo.
Por eso hay quien piensa en un plazo largo, nada menos que de cinco años, para completar el Brexit. Pero eso sería cronificar el problema y mirar al futuro de Europa por el retrovisor. Se ha perdido ya mucha energía política en un asunto del pasado, en lugar de centrarnos en los problemas de los que depende la perennidad de la UE, como completar el euro, la inmigración o el papel de Europa en el mundo. Por otro lado, un Reino Unido que permaneciese en la UE por no poder hacer efectiva la salida que sus ciudadanos votaron, sería una receta para la ineficacia y la frustración. Y los británicos no pueden esperar que los europeos resolvamos sus problemas políticos internos.
Larga o corta, hay que saber para qué se pide la prórroga. Quizás para reconsiderar cómo se expresa la voluntad popular, porque es legítimo preguntarse cómo ésta se expresa mejor. ¿Mediante un referendo cuyo resultado depende de informaciones falsas, como los 350 millones de libras semanales que “Bruselas nos roba”, propagadas por flautistas de Hamelin que desaparecen después de reconocer que se equivocaron/engañaron? ¿O debe ser el Parlamento, compuesto mayoritariamente por diputados contrarios al Brexit, el que busque una salida a una situación bloqueada? Aumentan los partidarios de un nuevo referéndum y los tabloides que claman: “El Parlamento contra el pueblo”. Y con el sistema electoral británico, unipersonal mayoritario a una sola vuelta, la diferencia entre mayoría social y parlamentaria es estructuralmente muy grande.
En dos años, la simple evolución demográfica, jóvenes a favor, mayores en contra, podría cambiar el resultado, como anticipan las encuestas. Pero, ¿por qué margen de diferencia? Una decisión de esta transcendencia debe requerir mayorías reforzadas y un debate informado libre de falsedades y de espejismos colectivos.
El Brexit es una gran lección. Viendo lo extremadamente complicado que resulta la salida del Reino Unido de una unión supranacional con la que no compartía ni moneda ni frontera, ¿cómo se ha podido hacer creer que Catalunya se podía “desconectar” de España de forma unilateral, a pesar de tener lazos mucho más intensos que los del Reino Unido con la UE?
Pero esta es otra cuestión, ahora hay que esperar a ver qué propone la premier May. Pero hay que decidir pronto cómo se resuelve el Brexit, o el no-Brexit, porque el resto del mundo sigue galopando cada vez más deprisa y Europa se está quedando atrás.
Josep Borrell
Artículo publicado en La Vanguardia