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Robotización

No es una amenaza nueva, porque ya en el siglo XIX la amenaza era la de sustituir a los trabajadores por máquinas si se atrevían a reclamar aumento de sueldo, disminución de horas trabajadas o cualquier tipo de derechos sociales. Y al cabo de los años aumentaron las máquinas y al mismo tiempo aumentó el número de trabajadores como nunca en la historia se había visto.

Ahora nos amenazan con la robotización de la producción de forma que a los trabajadores no les queda otra salida que reciclarse porque en un futuro próximo la mayoría de los trabajos estarán mecanizados y automatizados, o sea, dicen, que van a sobrar trabajadores a mogollón (y eso sin contar con los emigrantes). Aparentemente, a los currantes en general, hombres o mujeres, solo les queda el camino de convertirse en trabajadores del sector servicios para, entre otras muchas cosas (educación, sanidad, servicios sociales, arte, deportes, ciencias varias, etc.),
aprender a sonreír mansamente a los jefes cuando vayan de congreso en congreso. Eso es todo lo que parece dar de sí el capitalismo, disponer de un número ingente de parados para contratar ingenieros o astrofísicos por menos del salario mínimo, con un contrato basura por plazo indefinido.

Solo que esta especie de utopia supercapitalista tiene los pies de barro. Porque el problema de los empresarios no es solo producir lo más barato posible, sino también el de vender todo lo producido para conseguir el beneficio y si no hay quien compre los cacharrillos o los servicios, las empresas terminarán en la quiebra.

En una economía globalizada es imprescindible pagar a los trabajadores para poder vender los productos. Los robots son tranquilos y obedientes, pero no se gastan dinero en perfumes, no necesitan escuelas, ni se ponen enfermos, ni comen en restaurantes japoneses, no viajan a Thailandia, ni van al Corte Inglés.

O sea, como en el caso de la revolución industrial, no habrá más remedio que pagar a alguien para que gaste. A no ser que para entonces el capitalismo ya no sea posible y lo que venga será otra historia.

Juan García Caselles

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