Hijos de un mal menor
Si alguna vez creí que el capitalismo era un enemigo al que difícilmente podríamos neutralizar, me equivocaba: la estructura económica que ha establecido la nube lo ha conseguido. Sin embargo, la población general no parece advertirlo.
El estado de bienestar
se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial. Es un modelo sociopolítico y económico en el que el gobierno garantiza a sus ciudadanos el acceso a servicios básicos como la salud, la educación y las pensiones para asegurar su bienestar.
Pero Ronald Reagan (presidente de Estados Unidos) y Margaret Thatcher (Primera Ministra de Gran Bretaña), excelentes «portaestandartes» del neoliberalismo, echaron la primera piedra para desmoronarlo en el tránsito de los 70 a los 80.
Un nuevo modelo de esclavitud
las generaciones nacidas tras el «secuestro» del estado de bienestar no lo han disfrutado y pertenecen a un nuevo modelo de esclavitud al que parecen adictas. Si bien, la especie humana se caracteriza por su «decantación» hacia las cadenas.
Comparado con la situación actual, no todo fue negativo durante el auge del capitalismo. Nos explotaba, es cierto, pero nos cedía una «franja horaria» para hacer lo que quisiésemos. Para nosotros, eso significaba «libertad». Por supuesto, no era la misma que disfrutaban los más ricos, pero era un tramo en el que nos creíamos enteramente libres.
Los jóvenes destinan su tiempo libre
a «engancharse» a internet. Lo hacen para crearse una identidad que los convierta en protagonistas. Dicha identidad recuerda a la de una marca en la que, como muy bien sabemos, la apariencia resulta fundamental. Porque, y eso es importante, los juicios que recaigan sobre sus creadores deben ser siempre positivos, aunque sean falsos. Ahora bien, que sean falsos no implica que no deban parecer auténticos.
La muy negativa consecuencia de dicha construcción es que puede conducir a la autodestrucción, ya que potencia la actitud paranoica de su creador, caracterizada por la persecución de la máxima cantidad de «likes» de quienes acceden a esa identidad. En cuanto el creador-protagonista de su identidad lanza al espacio una nueva información acerca de esta, entra en tensión hasta que es aceptada, porque su autoestima narcisista lo necesita. Por cierto, tanto los «dislikes» como la indiferencia los abate por completo.
La actitud paranoica emanada del narcisismo actual potencia la ansiedad y el miedo y puede conducir a la locura y al suicidio, sobre todo en los más jóvenes.
Por su parte, quienes responden a la identidad de un determinado creador-protagonista con «likes» y «dislikes», se erigen en jueces que sentencian cuáles son las únicas autenticidades normativas.
En cuanto al proceso de construcción de la identidad, cada información lanzada al espacio y cada reacción ante ella van «esculpiendo» a su creador, que queda atrapado de forma atroz porque la aceptación de los demás se convierte en el único objetivo de su vida.
No obstante, resulta paradójico que los creadores de una identidad propia ficticia han interiorizado el mandamiento «sé tú mismo» que los gurús del poder repiten sin cesar.
El individualismo posesivo
ha sido potenciado por el capitalismo y concibe al individuo como el único propietario de sus habilidades; en consecuencia, no le debe nada a la sociedad por poseerlas. Afirma que el individuo solo es libre si se hace consciente de que es el único propietario de su persona y de sus capacidades y considera como secundaria cualquier consideración moral y social.
El individualismo posesivo es perjudicial para la salud mental porque exige del individuo que crea que tiene habilidades.
Asimismo, la actual estructura socioeconómica, heredera del capitalismo, ha llevado a cabo una serie de acciones que han provocado su fragmentación. En la actualidad, se rige por datos y cada uno de ellos puede recibir «likes» y «dislikes» hasta conseguir la alienación de su creador. Los crecientes suicidios son una muestra.
Pero los «clics» que nos traen «likes» y «dislikes» nos impiden ser dueños de nosotros mismos y anulan nuestra concentración, necesaria para la reflexión acerca del mundo en el que vivimos.
Los algoritmos que potencian creencias e ideologías perversas
forman parte de la tecnología que esclaviza nuestras vidas. Destacan el patriarcado y el ataque a la vulnerabilidad, que recae en niños, marginados, pobres, enfermos mentales…
El fascismo es una ideología que los algoritmos nos han traído de vuelta y, con él, el miedo, la envidia, el odio y un cierto modelo de «rectitud» antidemocrática.
Nos alejan de la reflexión y, por tanto, de la concentración necesaria para constatar que somos esclavos o saber quiénes nos han conducido a esa esclavitud. Para ello, guían nuestra observación del otro como ser a quien temer y odiar o reverenciar.
Ese temor convertido en odio potencia nuestra violencia, que no parece percibirse tan virulenta si llega online. Lo cual nos hace practicarla cada vez más.
La intolerancia es otra de las emociones que los algoritmos alimentan, resultado de las frustración y ansiedad que «likes» y «dislikes» provocan en nosotros.
Tengamos en cuenta que los algoritmos se vuelcan en el odio y la insatisfacción porque son las emociones que más «venden» y así consiguen más «clientes».
Una rebelión inútil
es la que se deriva del actual sistema socioeconómico y político, que ha anulado el liberalismo individual. De nada sirve ya dejar internet, apagar el teléfono y pagar en efectivo. Somos demasiado insignificantes y la lucha por libertad resulta en un esfuerzo casi imposible de seguir.
¿Y una rebelión útil?
Solo podrá producirse si unimos todas las individualidades para socializar el capital en la nube y liberarnos de la esclavitud en la que hemos caído cortando su control sobre nuestra mente.
Reconfigurar los actuales derechos de propiedad sobre la producción, distribución, colaboración y comunicación es un primer paso fundamental, porque están siendo más controlados por la nube cada vez.
Se trata, pues, de la revolución pendiente…
Pepa Úbeda Iranzo