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Carne de cañón

En un soneto de su libro Apolo titulado Los fusilamientos de la Moncloa, lectura poética de las ejecuciones que Goya pintó en su famoso cuadro, Manuel Machado observa cómo cae «la eterna carne de cañón al suelo».

En todo conflicto aparece en escena de una manera o de otra, víctima o cómplice hambrienta de los verdugos, la eterna carne de cañón. El pensamiento democrático no debería olvidar que la injusticia social y el desamparo provocan que los discursos totalitarios arraiguen entre los seres ofendidos. Lo saben algunos medios de comunicación y algunas redes instaladas a conciencia en la mentira y en la manipulación de los hechos. Además de intentar aclarar la verdad conviene que se eviten los malos cultivos, que se tome nota de cómo vive la gente. Buena costumbre esa de preguntarse cómo vive la gente.

Antonio estudia secundaria en un instituto público con muchas deficiencias, algo característico de un país en el que la educación ya no es una vía de ascenso social. La brecha se agranda y la educación privada trabaja para asegurar los privilegios de las élites.

María es un parada sin futuro. Su edad de 52 años y su condición de mujer le han puesto las cosas muy difíciles desde que cerró el comercio en el que trabajaba.

José tuvo buena suerte. Ha conseguido un trabajo. Pero su salario no permite que su familia salve el umbral de la pobreza.

Angustias enciende la televisión y recibe la noticia de un juicio sobre casos de corrupción continuados en su comunidad autónoma. La forma en la que le explican las cosas no comunica la idea de las corrupciones de un partido, sino la sensación de que todos los políticos son iguales y se dedican a robar.

Juanfra, el marido de María, se ha puesto poco después un programa deportivo sobre fútbol en el que los comentaristas chillan, se interrumpen, hablan con la rabia en los labios y disfrutan al despreciar a los adversarios. Así se habla, sí señor, así se cantan las verdades. Yo tampoco me callo, le dice a su mujer.

Antonia trabaja donde puede y lleva firmados una larga lista de contratos por dos días, una semana, un mes o tres meses. Tener salario bajo es una cosa, le comenta a la compañera con la que comparte mesas en un chiringuito. Lo peor es no saber dónde voy a trabajar mañana.

Jacinto ha sido el vivo ejemplo de una clase media que poco a poco se fue debilitando. No puede consumir como antes. Le deprime, le indigna, comprobar que su poder adquisitivo se empobrece cada vez más. Con voz de persona experimentada le dice a su hija que los españoles de los años 90 tuvieron la vida mucho mejor que los jóvenes de hoy.

María del Mar, la hija de Jacinto, ha decidido viajar a Berlín a buscar trabajo. Su carrera de Filología Española le va a servir de poco. Está dispuesta no ya a buscar trabajo, sino a buscarse la vida como sea. Mil veces ha oído que los padres lo tuvieron más fácil que sus hijos, pero  lo que ella siente es que los retos son individuales, que no existen compromisos colectivos y que sólo se salvará la más lista.

Pedro desiste en su esfuerzo de fijar una cita en el ambulatorio, enciende la radio y escucha el fragmento de un debate parlamentario en el que un señor acusa al Gobierno de no se sabe cuántas tropelías. La sanidad desmantelada de la comunidad no es competencia del Gobierno, pero Pedro no está para pensar, añora una invasión de tanques que ponga orden en los hospitales y en la vida enferma de la gente.

Roberto y Asunción escuchan como lluvia monótona los dividendos de una gran empresa de la energía que acaba de anunciar sus resultados. Están medio dormidos ante ese aburrimiento, pero se despiertan con la noticia de unos migrantes que van a causar problemas en España. Es que vienen a quitarles el puesto de trabajo. ¡Están hasta las narices de los tontos que repiten la cantinela de los derechos humanos¡ ¡Hasta las narices del buenismo!

Maruja comenta un bulo indignante como si fuese la pura verdad. Felipe recibe un wasap sobre la indecencia de un alcalde que quiere prohibir los toros. A Raúl le han resumido el mundo en la suspensión de la caza. A Lucía le han hecho comprender que la libertad es tomarse una caña y salir sin mascarilla porque nadie puede meterse en su vida. Molina…

Son carne de cañón. Es peligroso dejar que la democracia se convierta en una flor de plástico.

Luis García Montero
Publicado en Infolibre

  1. MARIA ROSARIO ALTABLE VICARIO Says:

    Magnífico el artículo de Luis García Montero

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