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El alegato de Rosalía contra el machismo

«Si no se puede bailar, tu revolución no me interesa», dijo Emma Goldman a principios de 1900. La activista dedicó su vida entera a diferentes causas, pero todas movidas por un hilo vertebrador: el feminismo. Un siglo después, si hay alguien al ritmo del cual todos bailamos es la cantante Rosalía. Si algo une a Goldman y a Rosalía es el uso del amor romántico como escenario de denuncia. Mientras que la primera abogaba por un romanticismo rebelde que no se atiene a los normas, la segunda usa los cánones más clásicos de las relaciones amorosas para denunciar «el mal querer».

Rosalía se ha convertido en muy pocos años en una artista consagrada y respetada -a pesar de las críticas por la supuesta apropiación cultural– que, además, ha sabido atraer a personas de todas las edades, géneros, orientaciones sexuales y poder económico. Algo que convierte en especialmente necesario el mensaje que manda al mundo con sus declaraciones, pero, sobre todo, con su música. Y, aunque en una entrevista en Mondosonoro reconoció que no sabe «si diría que es un alegato feminista» cuando le preguntaron por su nuevo disco El mal querer, acto seguido afirmó que este tiene una «intención de vincular una figura femenina con el poder, con la fuerza» y que «es un viaje, un cuestionarse a nivel antropológico el amor o la forma en que nos relacionamos».

Un viaje en once capítulos que narra una historia de amor ‘al uso’ con la que, a pesar de las evidentes referencias a la cultura gitana como la palabra sacais -ojos- en Que no salga la luna, podemos identificarnos todos en algún momento. Algo con lo que, según sus palabras, «tenía ganas de transitar o experimentar». ¿Qué es el feminismo, sino una búsqueda constante por aprender y mejorar?

Nada de lo que hace la catalana de 25 años es cosa del azar y si hay dudas del mensaje que quiere mandar, basta con mirar la portada del disco: el título El mal querer es ya, sin necesidad de ornamentos, una sentencia contra ese amor romántico que nos han vendido durante siglos. Para atar todos los cabos, viene acompañado de una ilustración de Rosalía emergiendo de una nube cual Virgen María -con paloma blanca incluida- pero sin rastro de la candidez beata que se nos supone a las mujeres. Rosalía es un virgen, sí, pero una que proyecta la imagen de hacer y deshacer cuando y como quiere.

La portada es el envoltorio premonitorio de esa historia con introducción, nudo y desenlace que cuenta a través de las once canciones. El orden no es casual. AugurioBodaCelosDisputaLamentoClausuraLiturgiaÉxtasisConcepciónCorduraPoder. Los subtítulos -llamémoslos así- de las canciones sirven de guía para el oyente y le invitan a cuestionarse la manera en la que nos relacionamos amorosamente.

La mejor manera de entender la reflexión que subyace al disco es dándole al play Malamente y no parándolo hasta A ningún hombre. Esta última es, quizá, la que tiene un significado feminista más evidente por el título y por versos como «a ningún hombre consiento / que dicte mi sentencia. / Hasta que fuiste carcelero / yo era tuya compañero». No obstante, otros temas son incluso más potentes, como Bagdad que cantó en su reciente visita a El Hormiguero: «Pelo negro, ojos oscuros. / Bonita pero apena.’ / Sentaíta’, cabizbaja dando palmas / mientras a su alrededor / pasaban, la miraban. / La miraban sin ver na’. / Solita en el infierno». En el programa de más audiencia de la televisión, Rosalía cantó a la soledad y a la indiferencia social que viven las mujeres maltratadas.

Alejandro Espino
Artículo publicado en Ethic

 

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