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Extraña gloria

La muerte de Francisco ha planteado la cuestión acerca de su legado: si se trata de medidas cosméticas en un universo eclesiástico irreformable, o si por el contrario ha iniciado procesos de largo alcance. Si fuera una operación cosmética, sería fácil revertirla, si por el contario ha abierto procesos estructurales su obra estaría llamada a desplegarse en el tiempo. Consciente de que esta pregunta planearía sobre una obra que se sabía incompleta no por defecto, accidente o coyuntura sino porque el Espíritu está siempre comenzando en orden a la contemporaneidad de Dios. Francisco advirtió inequívocamente al comienzo de su ministerio que no quería ser un “coleccionista de antigüedades” ni “cultivador de espiritualidades narcisistas”. En la situación actual “no se necesitan bomberos que salven unas pocas habitaciones del edifico en llamas” sino “audacia y creatividad para repensar los objetivos, las estructuras, los estilos y los métodos evangelizadores” (EG, n. 33)

La vida y la obra de Francisco ha abierto procesos subversivos e irreversibles desde una triple instancia: el Evangelio, que no sólo permite una pluralidad de miradas -cuatro evangelios- sino que las exige, la recepción del Concilio Vaticano II, hecha en Medellín y Aparecida, que mostraron rutas inexploradas y silenciadas, y la realidad vista desde los perdedores, los vencidos, las periferias y los olvidados. Con estos tres equipajes ha recreado una fe amurallada, que vivida a la defensiva le era ajena la alegría, la amabilidad, la ternura, Francisco consideraba que cuanto mayor es la fe, más espacio hay para el asombro, la colaboración, la búsqueda y la perplejidad. Solía decir que la fe hace de los seres humanos personas incompletas e inacabadas, que van siempre de inicio en inicio. Preguntado el Cardenal Kasper por la causa de la oposición conservadora a Francisco, contestó es “el miedo a la incertidumbre”.

Ha recreado, igualmente, la esperanza que no será traída por los poderes que deportan inmigrantes, ni por las elites mundiales, que crean abismos de desigualdad, sino que vendrá según la imagen de las comunidades primitivas cuando todos estén sentados a la mesa, los excluidos del progreso tienen la clave de la historia. La última imagen que ofreció desde el hospital para el jubileo de los diáconos (23,02,2025) habla de los “escultores y pintores del rostro misericordioso del Padre”. La experiencia estética del escultor ilumina el estatuto de una esperanza abierta que no tiene manuales ni caminos trillados, sino que acampa en la acción conjunta y creadora. Advirtió a los meses de su ministerio en el Congreso Nacional de la Iglesia Italiana que “ resulta inútil buscar soluciones en conservadurismos y fundamentalismos, en la restauración de conductas y formas superadas que ni siquiera culturalmente tienen capacidad de ser significativas”

Y recreó la caridad al anunciar “el fin del asistencialismo” que confundía la caridad con la beneficencia y la filantropía, y creaba una relación de dominio entre el da y el que recibe. Hasta reconocer el “amor político” como despliegue del amor, de la justicia y de la igualdad. Y ha introducido la caridad en la era de los derechos civiles, sociales, económicos y políticos. Una caridad que reconoce derechos y no los concede, que acompaña a los desposeídos “delante, en medio y detrás” y no los sustituye, alienta a los empobrecidos en la lucha por una humanidad igualitaria y una sociedad decente.

Por primera vez el mundo se contempló con la mirada del Sur y se iluminaron las atrocidades del capitalismo global. Francisco se ha sentido apremiado por las desigualdades mundiales que hieren y ofenden, por el individualismo propietario que destruye la tierra y las condiciones de vida, por las guerras suicidas que destruyen la martirizada Ucrania y provocan el genocidio en Gaza, por el desplazamiento obligado de millones de personas, que son expulsados de sus hogares, por el deterioro de los Derechos Humanos.

La preocupación por soldar y armonizar lo que parece excluyente le llevó tempranamente a Jorge Bergoglio, como recuerda el profesor de teología Juan Carlos Scannone, a ocuparse de Romano Guardini para profundizar en el dinamismo dialéctico de los contrarios y aplicarlo a la praxis y a la historia; en él encontró, según reconocía en el Congreso sobre Guardini celebrado recientemente, una “unidad viva entre Dios y la humanidad, sin que la criatura deje de ser sólo criatura, y Dios deje de ser realmente Dios, unidad viva” La construcción de esta unidad vida la practicó con otras culturas, otras fes, otros humanismos, que dejaban de ser “otros” Y se empeñó en ensamblar la visión secular y religiosa, la humanización y la divinización, la fe y la justicia, la ciencia y la sabiduría.

Esta unidad viva no es ajena al conflicto ni evita las tensiones más bien buscan una nueva síntesis que nunca se alcanza como decía uno de sus teólogos más apreciado Henri de Lubac. El camino, siempre inacabado, hacia un nuevo comienzo le llevó a combatir decidida y enérgicamente las patologías manifiestas y a deconstruir aspectos esenciales. Y de este modo, ha activado el descentramiento para situar a la Iglesia en modo salida, desplazarse del centro hacia las periferias y hospedarse en las costuras del mundo, como hospital de campaña; ha activado igualmente la des-clericalización que promueve la condición igualitaria de los bautizados y la presencia activa de los laicos, que dejan a ser oyentes y aprendices para asumir la palabra, la decisión y la responsabilidad; el desvelamiento de los nuevos actores sociales que luchan por ser reconocidos como es el caso de la mujer como sujeto histórico que acabará trasformando las prácticas pastorales, las formas de pensar y de sentir y la propia concepción del ministerio ordenado Y el discernimiento personal y colectivo que deconstruye el autoritarismo para iniciar procesos de participación sinodal.

Junto a la tarea de deconstrucción, Francisco ha mostrado las zonas de contacto. En primer lugar, la bondad sencilla y común es vista como un lugar privilegiado del ensamblaje del Espíritu con el tiempo vivido hoy. Tras muchos años tras la Verdad y el Bien absoluto en cuyo nombre se cometieron atropellos contra la vida y la libertad, Francisco ha convertido la experiencia de la bondad en eje de una vida buena y feliz, que “acoge con afecto y ternura” (HIM 19-03) y “alimenta la pasión por el cuidado del mundo” (LS 216), en la versión actual de la santidad que trascurre en lo ordinario -la santidad del vecino, y en la expresión de Rostro de Dios compasivo y misericordioso. La sensibilidad actual no concibe un Dios juez, acusador y patriarca, sino que le busca como amor, perdón y defensor del débil. Para mostrar su aspecto innovador y subversivo, Francisco ha inventado el neologismo de “misericordiando” en forma geranio que diluye el sustantivo Dios es amor, en Dios consiste en estar amando “Lo que necesita la Iglesia con mayor urgencia es vivir curando heridas y dando calor, ofreciendo cercanía y provocando proximidad. Del resto ya hablaremos”.

El dinamismo de la bondad subvierte la ideología del cowboy, que construye alambradas, acota ranchos, se somete al sheriff, se defiende con pistolas ante la presencia del forastero que es considerado enemigo y peligroso; frente a esta ideología, Francisco ha sido la mayor referencia moral por su claridad, coherencia y contundencia ante la crueldad de las políticas migratorias, y propone inequívocamente acoger, acompañar, promover y defender a los desplazados por el hambre, la guerra, la violencia o la indignidad, Asimismo, en la era del enfrentamiento y la polarización propone la cultura del encuentro que diluye la frontera entre el adentro y el afuera, entre creyentes y descreídos, entre fieles e infieles, en razón de la amistad social y la fraternidad universal.

Y un tercer ensamblaje acontece en el lenguaje narrativo, profético y sapiencial “A veces no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez…Tal vez la Iglesia ha sido prisionera de su propio lenguaje.”. La narración como lugar de toda significación frente a la abstracción y a la generalización. El presidente del Tribunal constitucional de Italia en conversación con Benedicto XVI reprochaba a la Iglesia que se interesara más por la Vida, en abstracto, que los vivientes, más por la Familia que por las personas que viven en familia; se habla del mundo sin considerarse mundo. Francisco revierte esta situación y se muestra interesado por lo concreto y singular, y de este modo recupera la lógica de lo vivo, que siempre es relacional, situada, personalizada. En la abstracción no hay compasión, sino principios innegociables. Nadie tiene compasión de la homosexualidad ni empatiza con el divorcio, sólo se tienen con la persona en carne y hueso, que aman de otra manera o simplemente se acabó el amor”. El camino hacia lo concreto y lo real puede producir algún accidente, pero prefiero una Iglesia accidentada a una Iglesia encorvada sobre sí y narcisista.”. Y convierte el relato en exhortación profética y sapiencial que subvierte simbólicamente los sistemas cerrados al convertir una patera en altar para celebrar la eucaristía con las personas inmigrantes de Lampedusa, al construir su báculo con los restos de madera de un cayuco, al trasladarse por las favelas de Río de Janeiro con el coche utilitario; con estos códigos expresivos despierta energías éticas y movilizadoras “no se dejen arrebatar por el protagonismo”, “Salgan a la calle y liadla“

En torno a su féretro estarán las personas que se sienten, por fin, aliviadas porque creen que se calla la voz profética de una Iglesia pobre, cerca y amable, en la que caben todas y todos cualquiera que sea su color, su orientación sexual, un hogar para los desheredados y un hospital de campaña para las personas; estarán también por razones estratégicas los cancerberos de la compasión y de los derechos humanos, que demonizan las políticas sociales y denigran a los inmigrantes y refugiados y le vilipendiaban en vida por denunciar el genocidio de Gaza o defender a la “martirizada Ucrania”- . Pero ni unos ni otros podrán apagar “el fuego que vino a traer” Jesús de Nazaret y que Francisco ha sabido contagiar a generaciones de mujeres y hombres, de jóvenes y mayores que han visto levantarse en el legado de Francisco una nueva ola, “algo por lo que todavía vale la pena sufrir y morir, una comunión entre seres humanos, aunque sea un pacto entre derrotados”, Una extraña gloria.

Ximo García Roca

 

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