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Josep A. Román García: «El Movimiento Ciudadano: una escuela de humanidad».

El movimiento vecinal siempre ha jugado históricamente un papel de aprendizaje democrático. De ahí surgieron en los años ochenta del siglo pasado y en décadas posteriores, gran cantidad de hombres y mujeres comprometidos con sus conciudadanos que, tras haber desempeñado una labor de liderazgo social en infinidad de luchas por mejorar las condiciones de vida en los barrios y ciudades, pasarían a formar parte de las candidaturas de formaciones políticas, en general de orientación progresista, con las que se acabarían configurando muchos de los ayuntamientos democráticos. Esto fue especialmente significativo en los primeros años de las corporaciones democráticas. Producto de aquella simbiosis fue el alumbramiento de muchos de los grandes proyectos urbanos que transformarían en profundidad las ciudades y contribuirían  a mejorar sustancialmente nuestra calidad de vida.

Fueron años de una intensa efervescencia social donde desde el movimiento vecinal se tuvo que hacer frente a grandes desafíos tanto en el terreno práctico como en el teórico e institucional. Por una parte, las Asociaciones de Vecinos pasamos de constituir la punta de lanza de la lucha antifranquista en los barrios obreros a ser un elemento participativo y de referencia necesaria para el diseño y la puesta en marcha de las ciudades democráticas. Por otra, la complejidad de estos nuevos escenarios, producto a su vez de la energía desplegada desde la sociedad democrática, provocó que el movimiento vecinal  acabara deviniendo en movimiento ciudadano, es decir, acabara abriéndose al conjunto de realidades sociales que tenían y siguen teniendo en los barrios y ciudades su principal campo de acción. Estamos hablando del ecologismo, el feminismo, la lucha contra la pobreza y la marginación, la interculturalidad, etc. En definitiva, el aspecto más humano de nuestros barrios y ciudades se abría paso y adquiría todo el protagonismo reivindicativo que sigue manteniendo en la actualidad.

Fue en aquellos tiempos y en aquel ambiente en el que conocí a Hugo Zárate. Ambos formábamos parte de la dirección de la Federación de Asociaciones de Vecinos de L´Horta. Aunque lo que me parece más relevante a día de hoy, es el recuerdo que guardo de la convicción y la firmeza con la que en todo momento defendió tanto la necesidad como la independencia del Movimiento Ciudadano, incluso en un escenario en el que las fuerzas progresistas comenzaban a tener una posición hegemónica en el gobierno de los ayuntamientos lo que hizo que algunos cargos públicos quisieran ver a las Asociaciones de Vecinos como entidades anacrónicas cuando no molestos observadores críticos de su labor. En la actualidad todos y todas nos congratulamos de que se acabara optando por el camino de la pervivencia, aunque en aquel escenario las ideas no estaban tan claras y fue la lucidez, la determinación y sobre todo el ejemplo de líderes vecinales como Hugo, lo que acabó marcando el rumbo de un regenerado movimiento asociativo para la naciente sociedad democrática.

En los años posteriores el Movimiento Ciudadano ha venido desarrollando su labor en medio de una realidad compleja, plural y dinámica. Para ello ha tenido que adaptarse a nuevos escenarios combinando la acción y la reflexión permanentes. En esta tarea está siendo de vital importancia la actividad desplegada por una institución como la Fundación Hugo Zárate, que ahora cumple veinticinco años, cuyos trabajos desarrollados con regularidad y absoluta fidelidad a sus objetivos, incluso en situaciones tan desfavorables como las causadas por la pandemia, están contribuyendo tanto a la puesta a punto como a la claridad con la que afrontar los nuevos desafíos en nuestros barrios y ciudades. En este sentido las aportaciones de la FHZ representan la permanencia del espíritu y del pensamiento que inspiraron la trayectoria vital de Hugo y, además, nos proporciona un elemento nutriente de primera necesidad para la buena salud del asociacionismo ciudadano.

Es difícil en la actualidad hacer pronósticos sobre la orientación que tomará el Movimiento Ciudadano en los años venideros. Pero si en el pasado ha sido capaz de renovarse y adaptarse a escenarios cambiantes, seguro que también lo hará en el futuro. Hemos aprendido que las estructuras no deben acabar encorsetando la realidad, que lo importante es que estemos allá donde seamos necesarios y lo hagamos ligeros de equipaje para movernos con agilidad. Este es el espíritu con el que se gestó el activismo ciudadano, como una gran escuela de humanidad por la que han pasado, pasan y pasarán hombres y mujeres que se entregan en cuerpo y alma a sus vecinos y siempre dejan huella.

 

                                                                   Josep A. Román García
AA.VV. Benicalap-Entrecamins

 

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