Las élites gamberras
La industria que mejor está funcionando, además de la de armamento, es la del aturdimiento
La palabra “civismo” es de las que se mantuvo en pie, resistiendo la deforestación del lenguaje. De esas que siguen con los pies en el suelo, sin perder su sentido.
Hay palabras que no tienen esa suerte. “Algunas personas son tan falsas”, escribió Marcel Aymé, “que ya no son conscientes de que piensan justo lo contrario de lo que dicen”. La palabra “libertad” viene siendo una de las preferidas en el menú del canibalismo político y mediático.
Pero esa “libertad”, la que invoca, por ejemplo, la musa reaccionaria Díaz Ayuso, no anda por libre. No la dejan. Es “carne fabricada” o robaliza de piscifactoría. Insípida, dopada, desposeída de su naturaleza solidaria, de esa voluntad que los genuinos librepensadores calificaron como ‘public-spirited’, de espíritu público. Este tipo de personas depredadoras de palabras acostumbran evitar en los discursos algunas castañas calientes que les podrían reventar en la boca.
Una de esas buenas castañas es la de “civismo”.
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Richard Sennett, esa luciérnaga del pensamiento contemporáneo, definió con precisión irónica un nuevo tipo de liderazgo: el del “carisma incívico”. El paradigma del líder gamberro podría ser Trump, pero hay una competencia histérica en este campeonato de descivilización vigente. Una cosecha de élites, o aspirantes a serlo, en las que la grosería no es un defecto, sino una carta de presentación. En su tiempo, con Steve Bannon y compañía, se habló mucho de la Alt Right o “derecha alternativa”. En la política española, tendríamos que hablar hoy de la Bulo Derecha, en la que está muy de moda el estilo híbrido de señorito macarra.
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Hay todavía alguna gente que apela a lo “políticamente incorrecto” para envolver como rebeldías o heterodoxias cuatro arrebatos mohosos. Pero ese simulacro es un esfuerzo innecesario en estos tiempos. En el carisma incívico, pensar no es necesario para decir lo que se piensa. Las taras son ventajas, y los bajos instintos, altas virtudes, incluso pruebas de patriotismo. La grosería es a la vez estilo y mensaje. ¡Fuera complejos! Es decir, ¡fuera escrúpulos! La política como activismo cinegético, en la que “los otros” son piezas a abatir en la montería mediática.
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No es casual que se utilice poco la palabra “civismo”. La industria que mejor está funcionando, además de la de armamento, es la del aturdimiento. ¿En qué consiste la estrategia del aturdimiento? Lo explicó muy bien el politólogo brasileño Marcos Nobre: “Bombardear a las personas de manera que no consiguen ni siquiera pensar”.
Cada vez que hay elecciones, en cualquier parte, se habla mucho de las “personas indecisas”. Se presenta como un trazo negativo, la indecisión. Gente desorientada, sin criterio, con viento en las ramas, que no “sabe votar”. Pues no. No estamos indecisos, estamos aturdidos. Las personas, explica Marcos Nobre, en crónica de Bernardo Gutiérrez para CTXT, “quedan aturdidas por las bombas que caen en forma de fake news y vídeos que impiden un debate público decente”. En el fondo, estar aturdido es una forma natural de autodefensa.
En el año 1975, en una reunión extraordinaria, y después de las revueltas de Mayo del 68, las masivas protestas contra la guerra en Vietnam, las luchas por los derechos civiles, la denuncia de la corrupción al máximo nivel (Watergate), la Comisión Trilateral, órgano pensante del establishment occidental, llegó a la conclusión de que todo se debía a “un exceso de democracia”.
En sesión no menos extraordinaria, y ya al final del año 2022, la Comisión Universal de Afectados podemos concluir que gran parte del malestar que sufrimos se debe a un “exceso de aturdimiento”. El que provoca el bombardeo mediático bruto de las élites gamberras.
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“Un bicho violento y traidor”. En Si esto es un hombre, Primo Levi define así a un tipo llamado Alex El Kapo, un preso al servicio de los nazis del campo de exterminio de Auschwitz. Pero todavía es más interesante el trazo que completa el retrato del sujeto: “Acorazado en su sólida y compacta ignorancia y estupidez”. El espacio en el que El Kapo ejerce su dominio arbitrario y mezquino pertenece a un período histórico de excepción. Él es una pieza muy subalterna, una excrecencia ínfima nazi, pero eficaz, en la maquinaria represiva del Tercer Reich.
¿Qué es lo que tiene en común Alex El Kapo con los del carisma incívico y con la política del aturdimiento? La coraza. Esa sólida y compacta ignorancia y estupidez.
Manuel Rivas
Publicado en Ctxt