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Las playas de Asia

Paseando por Praga, a la luz del atardecer, te enteras de la noticia: todos los datos indican que el ganador de las primarias del PSOE, y nuevo secretario general, es el mismo al que meses atrás una conjura impulsada por el aparato del partido defenestró y forzó a presentar la dimisión. Ha vencido en contra de ese aparato, representado sin apenas disimulo por una comisión gestora diseñada a la medida de la candidata oficial. Ha vencido pese a que su primera rival contaba con más avales de partida que él, pese a que la apoyaban todos los líderes históricos del partido, pese a que casi todos los medios, cómo no los conservadores, pero también algún otro que presume de izquierdista, lo presentaban a él como la calamidad que no podía suceder.

Lo primero que piensas es que el futuro nunca está escrito, para los hombres que como Lawrence de Arabia, en la película imperecedera de David Lean, se niegan a aceptar que lo esté. Lo segundo, que las maniobras alevosas no suelen tener premio, cuando se permite su enjuiciamiento por una instancia que no está controlada por quienes las llevaron a cabo.

Lo tercero, que algo muy sustancial se ha venido abajo, cuando los que se consideraban poco menos que los titulares e intérpretes auténticos de la esencia del partido resultan barridos de tal manera por quien después de ser arrojado del palacio del poder acampó a la intemperie y desde allí preparó y lanzó el asalto vencedor.

No se lo tomaron en serio. Pese a todos los indicios, pese a todas las señales de alarma, empezando por el retroceso galopante de su apoyo electoral (que prefirieron achacarle al nuevo, como si él fuera responsable de todos los reveses, cuando bastante tenía con contener como podía la hemorragia heredada), siguieron creyendo que las siglas eran suyas, que el futuro era suyo, y que, una vez desalojado expeditivamente por la ventana el inoportuno advenedizo que no se había percatado de lo que había, todo volvería a su lugar en manos de la chica hacendosa, respetuosa de sus mayores y de las formas y fondos debidos, a la que habían nominado para usufructuar el liderazgo.

Tan relajados estaban que esperaron a cuatro días de las primarias para presentar el programa, que sólo sirvió para dejar patente lo poco que significaba para ellos. Un programa que, entre otros insignes patinazos, cifraba en las paradisíacas playas de Asia la promesa del resurgir cultural en España, de la mano de los turistas asiáticos que acudirían a ella a buscar lo que su continente no les ofrecía. Si como argumento era un desastre, como metáfora resultaba aún más desafortunada: para qué espabilar, si las playas de Asia ya jugaban a favor de la cultura española, tan sólo había que esperar a que cayera el fruto.

Pero los frutos ni en la vida, ni en la cultura, ni en política suelen caer del árbol. Los frutos, esta noche, se los ha llevado el que supo perseguirlos, por más que lo desahuciaran. Ahora llega la hecatombe, según algunos. La entrega al populismo. El pacto servil y contra natura con el separatismo. Razonar así equivale a ignorar la energía y la autoridad que adquiere quien triunfa. La energía y la autoridad de la que el por segunda vez elegido como secretario general carecía la primera vez, cuando era tributario de aquellos a quienes hoy ha vencido. Lo sabían los suyos, lo sabían los de enfrente, y vaya si lo aprovecharon. Lo que ahora unos y otros saben es que esto es lo que hay, y que al chico ya no puede perdonársele la vida como se hacía hasta ahora.

¿Hecatombe? Depende. En primer lugar, de si el que tiene ahora toda la capacidad de maniobra la utiliza o no con cabeza: planteando estrategias que puedan sumar a muchos, o dejándose llevar por la tentación de ponerse estupendo y tomar caminos que acaben restando. Si está bien aconsejado, hará lo primero, y quienes tanto le menospreciaron puede que sientan un escalofrío recorrer su nuca. Y en segundo lugar, depende de la lealtad de los hoy derrotados: si aprenden del descalabro, si apuestan por su partido, y no por ellos y por un modelo fracasado y caduco, todavía pueden ser de utilidad. Si no, naufragarán en las playas de Asia, y con ellos, ese partido al que tanto decían amar.

Lorenzo Silva
Artículo publicado en ElMundo

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