Marcos Ordóñez – ”Ronda del Gijón”(Una época de la historia de España)
”Ronda del Gijón”(Una época de la historia de España)
Autor: Marcos Ordóñez
Editorial: Aguilar. Año: 2007
Marcos Ordoñez es un escritor, crítico teatral y profesor en la universidad Pompeu y Fabra. Ha nacido en Barcelona en 1957. Ha cultivado la novela y el ensayo entre otras aficiones literarias.
El Café Gijón abrió sus puertas a finales el siglo XIX, 1888, fundado por un asturiano, Gumersindo Goméz. Luego con Benigno Lopez, alcanzanzó su esplendor bajo sus descendientes después de 1942.
Este ensayo sobre el Gijón deslumbra el gusto del autor por componer una obra coral a través de una serie de personajes escogidos entre los que han frecuentado el café de mayor proyección cultural de Madrid, y donde se ha constituido más de un cenáculo literario por donde ha discurrido la historia de España durante los años posteriores a la guerra civil.
Marcos Ordóñez ha entrevistado a varios asiduos del lugar para que le muestren sus vivencias en sus visitas al Gijón y lo ha hecho con gracia y acierto. Es, por tanto, un escenario compartido por gente de las letras y las artes. A ellos se fueron uniendo diversos personajes de la política, el periodismo, la judicatura y el cine. Raro era no encontrarse la estela y el influjo de algunos de los mas famosos como Fernando Fernán Gómez, Luis Ciges, Umbral o Maruja Mallo.
La obra es un paseo por la historia de la cultura y la historia de éste país. El autor ha sabido escoger los personajes que ambientan y enriquecen el relato. Sus anécdotas, sus aficiones, sus amigos, sus pendencias y sus rivalidades y sobre todo, sus perfiles humanos.
El autor en medio del escenario describe a los personajes fijos como en una obra teatral. El dueño del café, D. José, durante muchos años regentando el establecimiento, seguido luego por sus hijos, que han intentado seguir sus pasos y han logrado tenerlo abierto en pleno Paseo de Recoletos. Por él, han circulado con los años también personajes del cine y el espectáculo de otros países, turistas y bohemios, y todo tipo de fauna que se han acercado a conocerlo al socaire de su fama. Si ya la gerencia del mismo se hizo famosa por sus relaciones con los clientes a lo largo de los años, los ayudantes de la cuadrilla no lo han sido menos, la señora de la limpieza, muchos años en la cafetería. Siempre disfrutando con las propinas y obsesionada con la limpieza, sobre todo de los urinarios, para que estuvieran como una patena. El cerillero, Alfonso, que además de tabaco despachaba prestamos y encargos. Acabó haciendo de banco de mucho de los visitantes habituales que rondaban el Gijón, estando al corriente de sus deudas y necesidades. Muchos de ellos en los años difíciles se estaban secos o necesitados. Según cuentan contribuyó en su socorro prestándoles dinero a cuenta. Cuando murió la clientela decidió ponerle en su lugar habitual una placa de reconocimiento. Los camareros es otra especie dentro de la fauna del ecosistema, más sometida a rotación que el resto de los fijos. Destaca por su historia Pepe Bárcena, una memoria andante del café. Y por último cuenta el ensayo, que en los años difíciles de la decada de los cuarenta y cincuenta, estaba también una fauna eventual que a cambio de una propina actuaban de presentadores de famosos entre recién llegados, o se ocupaban de pasar mensajes confidenciales o poner al corriente de ciertas cuitas entre ciertos personajes y el resto del público. Eran años en que muchos jóvenes se acercaban a Gijón a la búsqueda de un papelito en el teatro o un empleo en un periódico que le sirviera para iniciar una nueva vida.
La clasificación del ecosistema además de su fauna fija, estaba ligada a la distribución de los espacios que lo formaban y que estratificaba a los visitantes. Estaba en primer lugar la barra para aquellos que apostándose en ella ocupaban el espacio como atalaya. Eran los eventuales. Después están los que con más posibles ocupaban las mesas de mármol de la planta superior, lugar dedicado a las tertulias, que se acercaban a ocuparlas y que instituyeron sus reglas propias de uso, sus temas y sus costumbres. Luego estaba el piso bajo, la cripta donde el dueño instaló un comedor para el uso y disfrute de los mas pudientes. Las tertulias descritas en el ensayo se distribuían de acuerdo a sus recursos, fines y contenidos. Estaban los mas veteranos, los nobles de la literatura de posguerra donde ocupaban su tiempo los más antiguos del lugar, como Buero Vallejo, García Nieto y los de su generación. Otros ocuparon su tiempo en asuntos de otras naturaleza y con una composición mas hetereogénea como describe Manuel Vicent, que compartía tertulia con Alvaro de Luna, y con un grupo de escritores, juristas y actores de su época ya en los 60. Fue famosa la tertulia en los 50 y 60 de los Aldecoa, Carmen Martín Gaite y Ana María Matute y sus afines.
Había grupos de artístas y de las artes plásticas y de temas diversos distribuídos según los horarios y los momentos del día. Incluso las mesas y los veladores dieron acogida a ejecutivos y a opositores y alumnos de la escuela de cine, cuando esta abrió sus puertas. Las composiciones de las tertulias variaban según el horario del día y la noche. Era frecuente la ocupación de los espacios por actores y actrices de los teatros próximos una vez acabadas las funciones. Esta población procedente de las tablas, se veía complementada por la bohemia circulante, gorrones y todo tipo de especímenes que se adhería a la búsqueda de encuentros amorosos, al socaire de un papel de secundario en una pieza teatral, o simplemente, para practicar el ojeo y deambular ante la estela dejada por los presentes. El famoseo era buscado también por periodistas de pelajes diferentes para revistas y crónicas del espectáculo. Muchos de los presentes una vez concluida la escena, continuaban sus pasos en cabarets, salas de fiesta o discotecas cuando estas se abrieron, hasta altas horas de la madrugada. Era el Madrid de noche que describe Umbral en sus obras. Una de las cuales causó estupor e indignación. El Gicondo es una obra basada en el análisis de esa fauna nocturna. Umbral siempre fue un provocador siguiendo la estela de Camilo Jose Cela y antes de César González Ruano, a los que reconoció como sus maestros. El Gicondo es una obra de Umbral dedicada justamente a revelar su visión del Café Gijón y de quienes lo habitaban cuando vino de Valladolid y accedió a trabajar en la prensa franquista.
El uso de cada uno de esos espacios ha ido variando desde los años de la postguerra, mas duros, donde los habitantes del espacio acudían para calentarse y sobrevivir. Era el tiempo de la escasez y los inviernos gélidos de un Madrid inhóspito, hasta los mas modernos ocupados por la farándula del final de la dictadura y ya en democracia.
Cuenta el director de Tranvíaa a la Marvarrosa. Jose Luis García Sánchez que alrededor de una de sus mesas se montó una célula del PCE y que gracias al actor Antonio Gamero pudo escapar de una detención policial. Fue una amistad eterna, pero a Gamero la broma le costó una paliza y varios años de cárcel. Por estos espacios pasaron y lo cuentan, Azcona, el guionista de muchos films españoles, Viola, el pintor exiliado en París, y otros muchos escritores. Fue empeño de Fernándo Fernán Gómez institucionalizar un premio literario con el título de Café Gijón que dió a conocer a muchos escritores noveles y que rindió varias ediciones hasta su agotamiento. En los años difíciles era frecuente encontrar por ejemplo a Luis Ciges buscar la manera de asearse, e incluso, de buscar un espacio para dormir después del cierre. La vida de este actor es un verdadero esperpento. Amanece que no es poco de Jose Luis Cuerda, nos da a conocer algunas gotas de su personalidad.
Hubo en este tiempo muchos otros cafés ligados a la historia, y donde la literatura y la fama revoloteaban en torno a un espacio. El Lión D´Or, en el lateral de Palacio de Correos, el Comercial en la glorieta de Bilbao, e incluso antes de la guerra la Granja del Henar o El Pombo se ocupaban ese papel. Pocos han sentado tanta escuela como el Gijón, donde entre sus veladores y en sus mesas, aún se siente el vozarrón inconfundible de Francisco Rabal, los exabrutos de Cela, o el taconeo nervioso, entre las mesas, de Maruja Mallo, la musa del surrealismo en la pintura. Aún suena en el aire en aquel 1953 “¿Laureti Beria?, al teléfono ¡”. Toda la sala del café quedó en un silencio sepulcral.
Pedro Liébana Collado