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Ni 15, ni 25 años después (En el día internacional de los inmigrantes)

united-nations-311419_960_720El 4 de diciembre de 2000, la Asamblea General de la ONU proclamó el día 18 de diciembre como Día Internacional del Migrante (resolución 55/93). La elección tenía fundamento: en ese día, en 1990, la misma Asamblea había adoptado la Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares (resolución 45/158), un Convenio internacional que, 25 años después, no ha sido ratificado por ningún país de la UE, pese a los continuos llamamientos a ese respecto por parte del propio EuroParlamento.

Hablamos de personas, no de números, pero conviene recordarlos: En España, casi 5 millones, que representan aproximadamente un 10,2% de los residentes. En Europa, 33 millones, algo más del 7% de la población. Según la OIM, son casi 215 millones de inmigrantes en el mundo (algo así como un 3.2% de la población mundial). Personas, no números. Pero invisibles: por ejemplo, en esta campaña electoral.

Insistiré. Ni que pasen 15, ni 25 años. Hoy, en 2015, la situación de la inmensa mayoría de los inmigrantes apenas ha experimentado mejora en términos del estándar de derechos que se les reconoce y garantiza. Es más, puede decirse que los años de la crisis han sido peores para ellos, convertidos en chivo expiatorio de nuestros problemas, verdadero cordero sacrificial para nuestros exorcismos, coartada electoral para políticos sin imaginación y para medios carroñeros que no han dudado en hacer caja con historias que oscilan entre lo lacrimógeno y el tremendismo de El Caso. Como aquella abominable portada de un gran medio nacional, que aseguraba el año pasado que 30.000 inmigrantes aguardaban al acecho en las laderas del monte Gurugú, prestos a la invasión de nuestro sacrosanto territorio africano.

No: los inmigrantes no son en su inmensa mayoría esos criminales amenazantes, “ejército de reserva de la delincuencia”, en una vuelta de tuerca del aserto de Marx (“ejército industrial de reserva”) sino, muy al contrario, las víctimas de violaciones de derechos humanos, incluso por parte de los poderes públicos. Y en los dos últimos años, desde que el Mediterráneo se ha convertido en una fosa común (cfr. por ejemplo http://stopmaremortum.org/), el colectivo más vulnerable en su intento de realizar lo que constituye –o debiera constituir- un derecho básico, el de libre circulación. Y más aún si se trata no tanto del ejercicio de una libertad, sino de la única salida posible cuando uno se encuentra en estado de necesidad, como sucede con una abrumadora mayoría de esos caminantes forzosos. Vallas, muros, devoluciones ilegales, palizas, trato de rebaño, privación de libertad e internamiento en establecimientos -los CIE- que siguen una lógica estrictamente policial y en ocasiones cuasi militar, que ofrecen peores condiciones que las cárceles y todo ello, en la inmensa mayoría de los casos, sin haber cometido ningún delito (cfr. https://ciesno.wordpress.com/), por su condición de irregulares, la misma que tengo yo, si no renuevo a tiempo mi DNI.

Abdelmalek Sayad acuñó para los inmigrantes una definición justa: presencia ausente. Y eso, la exclusión, la humillación, la expulsión de la que habla el último ensayo de Saskia Sassen, es precisamente lo que Péguy consideraba el santo y seña de una sociedad decente, la que lucha por no institucionalizar ninguna forma de exilio.

Javier de Lucas.
Artículo publicado en Al revés y al derecho.

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