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23J: votemos con rebeldía democrática

Corría el mes de enero de 2021. El señor Vicente Barrera, torero de profesión y con aficiones empresariales, se ha comprado un caballo. Era un perfecto desconocido para casi todo el mundo.

Se lo contó a sus amigos de Facebook, con foto incluida del animal en paseo, y les dijo que todavía no tenía decidido cómo bautizarlo («su bautismo», dice él, haciendo una hipérbole irreverente para un católico como Dios manda).

Afirmó que el nombre lo tenía prácticamente decidido, que tenía una clara preferencia, pero que todavía dudaba entre cuatro alternativas:

A continuación, en su muro de Facebook, Barrera dio una orden a sus amistades: VOTAR. Así, como suena. No votad por favor; ni, simplemente, votad.

Fue una orden cuartelera: VOTAR. (¡Podría haber sido Votar, ar! O ¡Votar, coño!). A lo que parece es la forma de hablar del señor, así, con virilidad castrense.

Pues bien, amigas y amigos, conocidos y conocidas, los de cerca y las de lejos, los de lengua castellana, gallega, vasca o catalana; las de otras lenguas de Europa y de América, lectores y lectoras, poco más de dos años después este caballero va a convertirse en vicepresidente del Consell de la Generalitat Valenciana, y va a ser conseller de Cultura.

Este señor, empresario aficionado y torero de profesión, este hombre de fuertes convicciones franquistas, este ciudadano que hace bandera orgullosa de que sus antepasados ganaron la guerra civil, va a ser el máximo responsable de la cultura de los valencianos. Lo será gracias a que el señor Carlos Mazón, el líder del Partido Popular, así lo ha querido con la bendición y el aplauso del señor Alberto Núñez Feijóo desde Madrid.

No soy capaz de describir con palabras la vergüenza que siento. No soy capaz. Pero no es sólo vergüenza, también es impotencia. También es rabia. Han hecho explícitos dos objetivos a abatir: el valenciano y la historia; el primero para intentar erradicarlo, la segunda para falsearla o, directamente, para negarla. Pero hay más. En el punto de mira están, con amenazas explícitas, las mujeres, los inmigrantes, los derechos Lgtbi, otros derechos fundamentales como el del aborto o el de la eutanasia. El PP y Vox están conjurados para hacernos volver a un pasado ominoso y han abierto las puertas de las instituciones democráticas, de par en par, a los que quieren ahormar la democracia a sus intereses y a los que, simplemente, pretenden acabar con ella.

Además, por si la vergüenza no fuera suficiente, también siento miedo. Hace un tiempo los nostálgicos de Vox me daban risa, ahora me dan escalofríos. Mucho, porque los conozco. No me lo han contado, viví muchos años de dictadura. Como dice mi amigo Alfons Cervera, «Es el miedo antiguo, Joan. El más jodido, que los que tenemos una edad nunca pensábamos que volvería…».

Pues sí, ha vuelto el miedo. Y le he dicho a Alfons que estaba de acuerdo con él, porque esa gente «me da miedo porque sé que no tiene límites». Nunca los ha tenido.

Esta es la realidad a la que nos hemos visto abocados tras las elecciones del pasado 28 de mayo. Y ante ella no nos queda más que rebelarnos. Rebelarnos con valentía, con contundencia, sin medias palabras, sin temer llamar a las cosas por su nombre:

– «Señores y señoras del Partido Popular, han ido demasiado lejos. Han atravesado todas las líneas rojas habidas y por haber. Así que nos van a tener frontalmente dispuestos a combatirlos sin descanso».

No es solo la humillación de poner a un torero franquista confeso y orgulloso de la dictadura que padecimos al frente de la cultura de los valencianos, que hay que tener cuajo para hacerlo, señores y señoras del PP. No es que los primeros de los 50 puntos de lo que llaman Acuerdo de Gobierno sean «Defender la unidad de España» y «garantizar la libertad de memoria», que ya sabemos lo que eso significa en boca de las derechas. No son, tampoco, los negros nubarrones que amenazan nuestra educación y nuestra sanidad pública, nuestro sistema de protección social.

Hay más. Anuncian que «se derogarán las normas que atacan la reconciliación en los asuntos históricos», y que se aprobará «una Ley de Señas de Identidad que proteja los valores y costumbres y tradiciones de la Comunidad Valenciana como parte esencial de la plural riqueza de España». ¿Qué defensa de la identidad es esa que comienza por atacar a la lengua propia de los valencianos; que quiere erradicarla del terreno de la cultura y recluirla de nuevo en el ámbito doméstico?

Para desarrollar esa estrategia, claro está, han puesto al frente, desde la Conselleria de Cultura, al señor Barrera, torero de profesión y empresario aficionado.

Pues bien, señoras y señores del PP y de Vox, no nos queda otra: nos vamos a rebelar, sí. Los vamos a combatir, sí. Los vamos a detener también por higiene democrática. El tándem PP-Vox, el nuevo Consell de la Generalitat Valenciana, en su indignidad y su sectarismo, nos va a tener enfrente a mucha gente. Ya lo cantaba Raimon: «en som molts més dels que ells volen i diuen»; sí, somos muchos más de los que ustedes quieren y dicen.

Y vamos a rebelarnos de la única forma que sabemos: democráticamente, con nuestros votos. Los vamos a derrotar en las urnas.

Amigos y amigas, lectoras y lectores: la batalla, la gran batalla, es el 23 de julio. Nos lo jugamos todo. Ya habíamos visto cómo funciona el tándem PP-Vox en Castilla y León; estamos viendo cómo están pactando en Baleares, en Aragón, en tantos y tantos ayuntamientos, grandes y pequeños; cómo están haciendo la pantomima en Extremadura; cómo Ayuso y Monasterio se abrazan en Madrid. Lo explican, es una forma de decir, apelando a las «matemáticas de Estado». Ni el menor respeto muestran por nuestra inteligencia.

En Valencia, Mazón guarda silencio, pero ha firmado los 50 puntos de programa conjunto, y nos tememos lo peor. Ese programa de gobierno y los nombres que están manejando son un cuento de terror, y no hay más que atender a las noticias que llegan desde Elx o desde Nàquera.

Todos y todas las víctimas potenciales de esa forma de hacer política debemos rebelarnos el próximo 23 de julio. Estamos avisados. Ellos no distinguen nuestras diferencias internas, nuestras pequeñas aunque a veces insalvables discrepancias ideológicas o partidarias. No son tan sutiles: todos somos ‘rojos’ recalcitrantes a los que hay que neutralizar.

Así pues, votemos, votemos contra ellos, contra los Mazón y los Barrera, contra los Feijóo y los Abascal; votemos a favor de una mayoría de progreso en el Parlamento de Madrid como fue la de investidura del actual Gobierno de coalición.

No nos enredemos en cosas secundarias, vamos a lo sustantivo que es evitar que tengan la oportunidad de gobernar las derechas irredentas, franquistas por obra u omisión, que con todos sus negacionismos quieren devolvernos a 1975.

Hacen falta millones de votos de rebeldía democrática. Somos más y vamos a vencerlos. Para ello, no obstante, debemos votar unidos en defensa de los avances conseguidos en las últimas décadas. Votar y votar a favor de la democracia es la consigna, no nos dispersemos.

Joan del Alcázar
Publicado en Levante.emv

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